Una de las características fundamentales de los grandes hombres es su ausencia de codicia material, aunada a su extraordinaria voluntad de cambio, a la que erróneamente se llama ambición. El Libertador Simón Bolívar era el hombre más rico de Venezuela y posiblemente del Caribe. Murió, sin embargo, sino en la miseria, como se ha dicho, dentro de la mayor pobreza, ya que pobre es quien tiene menos de lo que ha tenido.
Esta historia narrada por Cornelio Hispano es tenida por verídica: Felipillo era cacique de Mamatoco, una aldea indígena cercana a la Floresta, en San Pedro Alejandrino, Santa Marta, donde murió el Padre de la Patria. El español no es otro que don Joaquín de Mier y Terán o el Marques de Mier. Luego que Felipillo rechazó la camisa donde Pablo Morillo engarzó la condecoración, ésta fue a parar a una cómoda, donde permaneció lavada y planchada desde 1815 hasta 1830. Cuando el médico Reverend, en el momento de amortajar al Libertador, se dio cuenta de que estaba rota la camisa dijo: El Libertador no va a la tumba con una camisa rota Busquen de inmediato otra.
Todos a una se dieron a la búsqueda. El General José Laurencio Silva al abrir la cómoda se encontró con la camisa de Felipillo, cacique de Mamatoco. Quien seguramente dijo al enterarse del destino de su prenda: ¡Esto sí es una condecoración!
Cierto día llegó a la casa de un buen español un señor muy importante, un jefazo como decía la gente. A los pocos días murió. Esa tarde el sirviente del español: le dijo a Felipillo: ¿A que no sabes lo que pasó con tu camisa? Pues, con ella enterraron al Libertador.
El Perú, como reconocimiento a sus esfuerzos le otorgó una recompensa de un millón de pesos. Que rechazó con altivez y con dignidad. Cuán diferente esta actitud la de Antonio Leocadio Guzmán, quien, con su hijo Guzmán Blanco, pretendieron cobrar posteriormente ese millón de pesos.
Guzmán Blanco llegó a decir que el sólo tenía una ambición: Rasparse un millón de pesos para irse a vivir el resto de sus días a París, como en efecto hizo. Muchas de nuestras figuras históricas de primer plano fueron grandes peculadores, y entre otros Páez y Monagas. (Aunque los puntofijistas y sus derivados les ganaron la partida)
Pero no basta la ausencia de codicia. Los grandes hombres, por razones de psicología profunda suelen tener otros dos rasgos: uno que callamos y otro la generosidad.
Ser generoso Es quitarse el pan de la boca para dárselo a quien tiene más hambre que nosotros Ser generoso es compartir, y se alcanza el grado superlativo de generosidad cuando nos desprendemos de algo que nos resulta vital.
Hay una bella anécdota de Hemingway con uno de los Grandes de España, cuyo nombre se escapa. Visita la sala de armas del noble español cuando éste dice al célebre escritor, señalando una bandera: Y aquel es el célebre pendón de Pavía.
Hemingway: (muy emocionado) Caramba, caramba.
Noble español: Mi ilustre antepasado fue el captor del rey Francisco I de Francia; el emperador Carlos V en reconocimiento le otorgó esta bandera.
Hemingway: Vale más que todo su palacio. Me subyuga verla.
Noble español: Pues bien, os la regalo
Hemingway: Pero ¿cómo dice, señor Duque? ¿Cómo me va a regalar usted su goya más preciada, lo que para usted y para su familia representa tanto?
Noble español: Precisamente por eso, señor Hemingway. Es una prueba de mi afecto y admiración hacia vos. Sólo debemos regalar lo que nos hace falta y que al donarlo a otro nos desgarre.
El Libertador, a semejanza del noble español, tuvo muchos gestos de desprendimiento inusitado.
Estamos en el Páramo de Pisba, en el año de 1820. El Libertador con su ejército ha remontado la cordillera de los Andes desde las tierras bajas del Apure, con el propósito de liberar a la Nueva Granada del yugo español. Miles de hombres ya han muerto por obra del frío y del mal de páramo. Las montañas están cubiertas de nieve. El Padre de la Patria, envuelto en su capa, tirita de frío al igual que los otros en un recodo del camino por donde se cuela airado el viento de la montaña.
Libertador: (Con voz temblorosa) Palo e frío el de esta noche Míreme general cómo cae la nieve. Parece que estuviésemos en Navidad y en pleno agosto.
General: Usted debería resguardarse en la cueva, Libertador; puede coger una pulmonía, con el frío que está haciendo, y agravarle su enfermedad del pecho.
Libertador: (Enérgico) De ninguna manera; yo no puedo tener más comodidades que mis hombres. Aparte que no quiero importunar a esa pobre mujer en este trance.
Acompañando al Ejército Libertador venían algunas mujeres abnegadas siguiendo a sus hombres. Esa noche de tempestad en el páramo una de las troperas comenzó a parir. El Libertador al saberlo abandonó una pequeña cueva donde se había refugiado con cuatro de sus oficiales y se la cedió a la pobre mujer para que diese a luz con menos frío.
Libertador: Si hemos de hacer una gran nación deberemos acostumbrarnos al sacrificio. Colombia habrá de nacer muy pronto de nuestro sacrificio.
Ya desde el Congreso de Angostura, el Libertador tenía el propósito de unir Venezuela y la Nueva Granada bajo una sola y gran nación que recibiría el nombre de Colombia.
Oficial: Nació un muchacho: al fin la india parió.
Libertador: (Jovial) Buenas, buenas, con que ya salió de eso. Así es Libertador y es una niña.
Libertador: No es una niña, es Colombia quien ha nacido, descúbranse, señores.
Libertador: Pero está morada de frío Toma, hija, arrópala con mi capa.
Un oficial: ¿Pero, que hace Libertador? ¿Le va a regalar su capa con el frío que está haciendo?
Libertador: Más la necesita ella que yo. Salgamos, señores (Ataque de tos del Libertador).
Oficial: Ahí tiene, mire que se lo dije
Libertador: (Conteniendo la tos) Las cosas no son de quien las tiene, sino de quien las necesita. Digamos todos: ¡Viva Colombia!
Oficial: ¡Viva Colombia y el Libertador!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Patria Socialista o Muerte!
¡Venceremos!