Esta mañana, hace mas o menos una hora, sin saber porqué, estuve recordando a 2 colegas profesores de la Universidad: Rodríguez y Álvarez, este último Jefe del Departamento de Formación General, el otro, un profesor contratado que aspiraba a lograr un puesto fijo en el escalafón, y que con tal fin, practicaba lo que los otros colegas denominaban una babosa adulancia. Álvarez lo detestaba por eso, pero sobre todo porque el tipo era un genuino representante de las costumbres y valores de la gente de provincia (Ciudad Bolívar), incluyendo el acento y vestimenta formal de la que tanto se mofaba el jefe del departamento (nunca se ponía un blue jeans).
Rodríguez se apareció una mañana de lunes en la universidad con una bolsa llena de paquetes de un dulce hecho de almendras y miel, eran barras de Mazapán. Me entregó uno de forma ceremoniosa con la “necesaria” obsequiosidad verbal: “para que vea que cuando voy a mi tierra, pienso en los amigos”. Agradecí conmovido el gesto, que juzgué entonces de inocente, considerando el ambiente de caimanes de caño de esa universidad. Rodríguez se dirigió de inmediato a la oficina de Álvarez y le hizo entrega de otra barra de Mazapán, exagerando aun más sus expresiones físicas y verbales de amistad. Álvarez apenas pudo disimular el profundo desprecio y desagrado que le ocasionó el gesto. Tomó su paquete y lo colocó sobre el escritorio con ánimo de deshacerse de él apenas tuviera la primera oportunidad. Rodríguez regresó contento a su cubículo, su manera de caminar reflejando la satisfacción de estar avanzando en su plan de ingresar al escalafón universitario.
En la tarde presencié como Álvarez regalaba el Mazapán a la señora de la limpieza que preguntó qué era ese paquetico tan bonito. Apenas hubo salido la señora, Álvarez me hizo un comentario sobre Rodríguez que no recuerdo textualmente. Lo que sí registré fue el profundo desprecio con el que lo profirió, mismo que mucho profesional urbano emplea con absoluta “propiedad” y “legitimidad” para referirse a la gente de la provincia. Recuerdo haber sentido mucha lástima por Rodríguez, y demasiada tristeza por las convicciones de ambos.
Todo esto sucedió hace más de 25 años, y no sé por cuál extraña razón lo estuve recordando hace una hora.
De nuevo en el 2013 y durante el desayuno, estuve pensando qué hacer el resto del día, y al no encontrar respuesta, me puse a pensar qué quería hacer el resto de mi vida, una cosa llevó a la otra, como dicen los gringos, pero obviamente tampoco encontré respuesta.
Terminé así de desayunar tranquilamente y luego me senté a buscar algo que ver en la televisión. Al azar me detuve en el canal alemán DW justo en el momento en que pasaban un documental sobre las tradiciones navideñas de un pintoresco pueblo del norte de Alemania: Lubek. Se veían las callecitas y casitas adornadas, gente paseando, y otras lindas escenas; todo con la voz en off de la presentadora. Aparté la vista del televisor para tomar mi celular y leer un mensaje que acababa de enviar mi hija, cuando de pronto escucho a la presentadora hablar del postre típico de Lubek: el Mazapán…
Dejé el teléfono de lado, asombrado por la coincidencia y me concentré en la reseña.
La presentadora describía las diversas formas que daban los reposteros locales a la pasta de Mazapán: ratoncitos, aves, zorros… Refería que la Torta de Mazapán era la favorita de los muchísimos turistas europeos que visitaban el lugar. Habló luego de la historia de la ciudad, de la calle de Lubek donde vivía el escritor Thomas Mann; de lo mucho que gustaba él de esta torta y de la novela autobiográfica que escribió sobre la historia de su familia en Lubek, misma que, según informó, le mereció a Mann el Premio Nóbel de Literatura en 1929: Los Buddenbrook.
You know, cosas de esas ciudades rurales de segunda. Oh yeah!