Dice Heidegger: “Que el hombre mientras más hombre es, más sólo está”
En el Libertador se cumple a cabalidad este aserto. Sus últimos días fueron de una dolorosa soledad, donde algunos de sus acompañantes se condujeron más como guardianes que como abnegados compañeros. Es decidora y patética la anécdota del edecán, que lo irrespeta doblemente en su lecho de muerte: al fumar en su presencia y recordarle los tabacos de Manuelita, cuando éste suavemente le protesta.
Un Gobernador de Maracaibo escribía así al Ministro del Interior: “El espíritu del mal, el causante de todas las desgracias, el opresor de la patria ha muerto”.
La estremecedora epístola se refería nada menos que a Simón Bolívar el Libertador… Traía fecha del 21 de enero de 1831. Es decir, treinta y seis días después de haber muerto en Santa Marta el Padre de la Patria… Lo que en correo de postas, dada la importancia de la noticia, no tenía que tardar más de cinco días… ¿Era realmente importante la noticia? Bolívar murió odiado por toda la burguesía venezolana.
Hasta 1842 sus familiares no se atrevieron a trasladar sus resto a Caracas, y hasta el advenimiento de Guzmán Blanco en 1871 el culto a Bolívar, aunque se practicaba oficialmente, estaba mediatizado por el resentimiento. Para esos años, las familias de la burguesía se indignaban ante la simple mención de Bolívar. (Igual hoy con Chávez)
El corazón de Bolívar, que había sido enterrado en una pequeña urna en Santa Marta, había desaparecido cuando a principios del siglo pasado la buscaron los historiadores.
Hay algo mucho peor. La sepultura de Bolívar en la catedral de Caracas fue profanada: el doctor José Izquierdo presentó pruebas y evidencias de que muchas más cosas habían sucedido. La carta del gobernador de Maracaibo es una muestra del odio y desprecio que cayó sobre el Libertador en los últimos años de su vida. De haber tenido fervientes partidarios es obvio que no hubiese habido tanta dilación entre un suceso trascendental y la carta del torpe y obcecado gobernante.
¿Por qué Bolívar, que al paso de los años recibiría los máximos honores que pueda recibir un hombre, fue menospreciado por sus contemporáneos?
Falta de perspectiva histórica. El mismo Libertador al hablar de los hombres decía que había que conocerlos de cerca para juzgarlos de lejos. El hombre común tiene por lo general una visión muy corta, en especial si desconoce la historia. Bolívar a la hora de su muerte era un perdedor al igual que Napoleón. El gran Corso a todo lo largo de su Cautiverio en Santa Helena no dejo de pensar en su hijo y en la casquivana María Luisa, su segunda esposa. Antes de morir dispuso que su mascarilla mortuoria fuese enviada sin dilación a la corte de Nápoles donde residía su antigua consorte de quien siempre permaneció enamorado. Cuando la emperatriz recibió el luctuoso encargo se disponía a ir a la Opera con su amante, del cual ya tenía dos hijos. Sin darle ninguna importancia a la muerte del hombre que transformó la historia universal se fue al teatro dejando que sus pequeños hijos jugasen con la mascarilla hasta que la volvieron añicos. ¿Quién pensaba en aquel momento que el “monstruo, el coco de los niños de Europa” al paso de los años sería uno de los máximos prohombres de la Humanidad?
Esa suele ser la historia de los grandes hombres. ¿Qué habrá de quedar de muchos mascarones de proa y auténticos antihéroes que hoy como en todos los tiempos encontraron la muerte envueltos y protegidos por la aureola del poder? Juan Vicente Gómez, aunque por poco tiempo, recibió los máximos honores, al igual que Antonio Leocadio Guzmán, padre del presidente. ¿Quién le habría de decir a los que embobados contemplaban tantas muestras de respeto y acatamiento que algún día serían execrados por la historia y condenados al olvido? Cuenta el coronel Posada, amigo del Libertador, que paseando con él una de las últimas tardes de su vida, se llevó las manos a las sienes y dando señales de gran congoja exclamó: Mi gloria, mi gloria, ¿por qué la destruyen? ¿Por qué la calumnian?
Bolívar fue víctima de toda demagogia viciosa que imperaba en Venezuela. La Asamblea Nacional intentó incluso de despojarlo de sus bienes y en ella se le vituperó y calumnió abiertamente.
Desde que abandonó Bogotá camino de su última morada fue víctima de toda clase de vejámenes, incluso por parte de hombres que hasta poco le expresaban profundo respeto y admiración. Cuenta el historiador Gerhard Masur que ya en diciembre de 1830, cuando faltaban pocos días para su muerte se encontraba rodeado en su hamaca por un grupo de amigos. Uno de ellos haciendo caso omiso de la repulsión que el Padre de la Patria sentía por el tabaco se atrevió a encender su pipa desquitándose quizá de oscuros resentimientos. El Libertador que ya se había envuelto por una compasiva resignación se atrevió a indicarle con voz cansada: General, por favor, fume usted un poco más allá. El General retador: Le molesta mi tabaco, pero nada le decía a Manuelita cuando fumaba en su presencia.
¿Qué sentiría el Libertador ante la desfachatez del hasta hacía poco postrado cortesano? ¿Pensaría en Manuelita Sáenz su adorable loca y en los años dichosos que compartieron, o le aplicaría al general fumón lo que una vez dijese refiriéndose al venezolano: “Se humilla ante las cadenas y es soberbio ante la Libertad.”?
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Patria Socialista o Muerte!
¡Venceremos!