El Conde de San Javier

Si hay algo lleno de colorido en la vida de Caracas es el origen del nombre que llevan sus esquinas.

La esquina de la Torre recibe esta denominación por la torre de Catedral. Que hasta 1942, año en

que se construyó un rascacielos de cuatro pisos en la esquina de Veroes, fue la edificación más

elevada de la ciudad.

La esquina de Principal… La esquina de Principal deriva del cuartel de la guardia principal, y eso

data de la remota Colonia. En la actual Casa Amarilla quedaba la cárcel pública y también la

referida guardia.

Si le damos la vuelta a la Plaza Bolívar encontraremos que la esquina de las Monjas debe su

nombre al convento de las Monjas Concepciones… Que ocupaba toda el área del actual Congreso.

El convento fue demolido luego de dos siglos y medio por orden de Guzmán Blanco…

La esquina de Sociedad se llama así por la sociedad patriótica que se reunía en una casa de las

inmediaciones.

El nombre de una familia o de una persona generaba a veces el nombre de las esquinas. Tal el caso

de Mijares, Ibarra, Veroes, las Peláez, Ño Pastor, Miguelacho…

Entonces la esquina de la Bolsa. Es por la Bolsa de Caracas. La Bolsa de valores… Hay otras

realmente transparentes, en su filiación, como Miseria, Desamparado, Pele el Ojo, el Muerto,

Zamuro, Pájaro, Pajaritos, Alcabala, Cuartel Viejo, el Viento…

La Plaza Carabobo, llamada también y por más de un siglo Plaza de la Misericordia, recibía su

nombre porque en los tiempos de la Independencia fue lugar de ejecución de los patriotas. El

cortejo fúnebre bajaba desde la cárcel precedido por los monjes mercedarios, quienes, además de

consolar a los difuntos, pedían limosna a los curiosos al grito de: un poco de misericordia por los

que van a morir… A propósito de Plaza Misericordia, por allá en los años de la muerte de Gómez se

decía que la Plaza estaba embrujada. Pues, aunque ustedes no lo crean, eran pasadas las doce de

la noche… Ya habían apagado los faroles, y todo estaba muy oscuro. Las personas quedaban medio

ciegas y seguían andando, pero, ¿Cuál no sería su sorpresa cuando, después de echar pierna por

un buen rato, se volvían a encontrar en el mismo sitio? “Y ansina estuvieran caminando toda la

noche, y no tenían ni un solo palo de ron encima”.

Y díganme una cosa, compadres. ¿No sintieron, por casualidad, un caballo caracoleándole

alrededor de la Plaza? Porque lo que a ustedes les pasó le ha sucedido a un gentío. Esa es el alma

en pena del Conde.

¿De cuál Conde? “Del mesmo que le ha dado nombre a esta barriada y que hasta hace poco se

llamaba la Yerbera”. Ese fue un hombre muy malo, que cometió un pecado muy fuerte contra

Dios.

¿Cuál es ese pecado? ¿Cómo se llamaba ese Conde? Los que lo han visto dicen que anda sobre un

caballo negro y que, hasta que sale el sol, camina que te camina desde arriba hasta la esquina de

los isleños, donde desaparece.

¿Quién es este espectral personaje que ha dado nombre a la muy caraqueña urbanización del

Conde?

El nombre del inquietante personaje es el de Conde de San Javier. Cuenta la conseja –que a

medias o en su totalidad conocieron los caraqueños viejos– que a mediados del siglo XVIII vivía

en la esquina ya mencionada, donde se levanta precisamente el Ministerio de Educación, un viejo

Aristócrata, el penúltimo Conde de San Javier. Era un hombre bueno y caritativo para con sus

esclavos, al igual que su único hijo, quien, como el padre se dedicaba a las faenas agrícolas. El

muchacho era enamoradizo como él sólo; hasta que un día se apasionó locamente por una joven

de la vecindad, que aunque blanca y de buenas costumbres, no permanecía a su mismo rango. Las

relaciones entre el joven Conde y su novia traspasaron los límites de lo convencional.

Novia: (Afligida) Estoy en estado.

Conde: (Decidido) No te preocupes; hablaré con mi padre…

Novia: No consentirá jamás en ese matrimonio…

Conde: No me conoces. ¡Ahora mismo salgo a su encuentro!

Padre: (Nervioso) Ese matrimonio, hijo, no puede ser…

Conde: (Vehemente) Pero es que yo la quiero…

Padre: No basta con eso. Hay diferencias entre ustedes; las leyes de casta.

Conde: (Irritado) ¡Al diablo las leyes de casta! Me he de casar con ella, pase lo que pase.

Padre: (Amenazante) Te desheredaré…

Conde: Me importa un bledo.

Padre: (Conciliador) Escucha mis buenas razones, hijo mío. Te daré lo que me pidas. ¿Quieres

viajar a España?

Conde: (Enfático) Óyeme bien, padre; ella ha sido el ser que más he querido en mi vida; sin esa

mujer no podría vivir. Aún más espera un hijo mío.

Padre: (Da un grito de horror y cae fulminado.)

Conde: Ansioso, desesperado) ¡Padre, padre! El padre del Conde guardaba un secreto que pudo

comunicárselo a su hijo apenas volvió en sí, por un momento, para luego sucumbir:

Padre: (Agonizante) Esa muchacha es tu hermana…

No tenemos noticias de lo que sucedió a la muchacha; pero sí de que el Conde se volvió loco,

trocando su natural bondadoso por el de un ser despiadado que no tenía más pensamiento que

sacarle el mayor provecho a sus fundos de cacao, no escatimando malos tratos a los sufridos

esclavos.

Como un endemoniado se le sentía trotar por las calles de la ciudad apenas se ponía el sol y hasta

el amanecer. En 1743 se insurreccionaron los negros de Yare. Como entre sus esclavos de Caracas

había seis de esa procedencia, para curarse en salud, los llevó bajo engaño hasta lo que es hoy la

Plaza Carabobo o de la Misericordia y los colgó de los árboles.

¿Será por eso que la tradición le atribuye a su fantasma facultades para perder a la gente?

Posiblemente. El caso fue que el Conde de San Javier, a quien las crónicas han silenciado en sus

desafueros y en su misma presencia, se convirtió por muchos siglos en la imagen más acabada del

mal. Dicen que el día de su entierro, los cargadores se cimbreaban sofocados ante el tremendo

peso del ataúd.

Dicen que cuando se abrió la urna para sacar el cuerpo y meterlo en la fosa de sus antepasados,

todos los presentes se llevaron una terrible sorpresa: En lugar del cuerpo del Conde de San Javier,

la urna estaba llena de oro y de cacao que se volvieron carbón ante los ojos de los aterrorizados

testigos…

Se lo llevó el diablo en cuerpo y alma…

Al igual que en los seres humanos, los malos recuerdos se olvidan –aunque siempre están

presentes en sueños y fantasías– y la Venezuela casi niña de aquellos tiempos tenía que olvidar

un suceso tan horrible. La tragedia no fue asentada en los anales. Los muy viejos recordaran a

medias. El fantasma del caballo –como se lo puede explicar cualquiera–, la urna, el cacao y el oro,

al igual que la confusión de sus víctimas, explican muy claramente el trato que el inconsciente de

la raza le confiere a las experiencias terribles. Por los momentos nos queda el semiderruido Conde,

que pareciera pagar en su destino la suerte de su antiguo propietario.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!

¡Patria Socialista o Muerte!

¡Venceremos!



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Manuel Taibo


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