Eulalia de Barcelona

Aquella mañana de marzo de 1812 (tambores) el célebre pueblo de Mamporal está de fiesta. (Suenan las campanas de la iglesia y cesan los tambores) La niña Eulalia, la hija de don Pedro Buróz Ramos, señor de villas y haciendas desde Río Chico hasta las montañas de Bertantin, se casa con Juan José Velázquez, miembro de una de las familias más distinguidas de la localidad.

(Repican Las campanas, suenan los tambores, música y fanfarria.)

Voces: ¡Que viva la niña Eulalia! ¡Que vivan los novios! ¡Que viva don Pancho Buróz Ramos!

Don Pancho Buróz Ramos: Mírame como te quiere la gente, hija. Sigue siendo así de buena hasta el final.

Eulalia: (Emocionada) De ti lo aprendí, papá.

Don Pancho: Hágamela muy feliz, Juan José, porque si no, le cae el chaparrón.

Juan José: (Jovial) Y cómo puede usted imaginarse lo contrario, don Pancho. (Dirigiéndose a la novia). Vamos, mija, que los amigos nos quieren saludar.

Don Pancho: (Para sí mismo) Dios me la proteja y la haga dichosa, como lo fui yo con su madre, que en paz descansa.

Negra: (A su lado, llorosa) Que la Virgen lo oiga, mi amo; pero tengo el pálpito de que mi niña Eulalia será muy desdichada.

Don Pancho: (Indignado) Que disparates estás diciendo, ave de mal agüero.

Negra: (Emocionada) Ay, mi amo, no se vaya a poner bravo, pero es que anoche soñé que la niña Eulalia se casaba vestida de rojo con dos hombres; y la luna, como usted mismo vio, tenía arrebatos color sangre.

Don Pancho: Déjate de pistoladas negra de porra (Se aleja y grita) ¡Que vivan los novios, vengan todos a mi casa a celebrar el matrimonio de mi hija!

Voces: ¡Viva don Pancho Buróz Ramos!

Negra: (Para sí misma, angustiada) Eso es muerte y guerra, guerra y muerte. Sálvanos, señor.

Lorenza: (Voz de mujerona) Pues no yerras, negra adulante. No está lejano el día en que se venga abajo todo este maldito mundo de los republicanos. Pronto vendrá el Rey para cobrar y sacar cuentas.

Negra: Cállate por Dios, Lorenza y deja de maldecir; deja el despecho porque el niño Juan José te dejó para casarse con mi niña Eulalia. Ya tienes de nuevo hombre, y según me dices es español.

Eulalia, quien era una de las mujeres más bellas nacida en el país, pasó sus primeros tiempos en una hacienda cercana a Mamporal.

Eulalia: Que feliz me siento, mi amor. Hoy cumplimos diez meses de casados.

Juan José: (Con asombro) ¿Diez meses, y para cuando vendrá el nene?

Eulalia: (Sonriente) Pues lo estoy sintiendo, creo que para hoy. ¡Ay!

Negra: Mis amos, la guerra está prendida. Escuche los tambores. (Tambores de barloventeños en diversas direcciones) Toda la esclavitud está alzada contra los amos.

Juan José: ¿Y mis esclavos?

Negra: Cogieron el monte temprano. Dicen que están peleando en Río Chico.

Juan José: Tengo que ir allá

Eulalia: (Lastimera) No me vayas a dejar sola, mi amor.

Juan José: Si es nada más que un momento, quédate con la negra.

Eulalia: Anda, ve, cumple con la Patria, que Dios te proteja.

Eulalia: Negra, creo que llegó el momento, los dolores me están viniendo fuertes.

(Tropel de caballos en la distancia que se acercan.)

Negra: Pues, ¿tú sabes cómo es la cosa? Que vamos a tener que ir a parir al monte, porque esos caballos que allá vienen no son amigos. (Con alarma) ¡Ven, niña, corre!

Eulalia: Ay, negra, es que no puedo ni andar.

Negra: Déjate de zoquetadas y corramos hacia allá.

Una voz: Péguenle candela a la casa y maten a todo el que encuentren.

(Vocerío. Gritos: Mueran los amos, viva el rey.)

Negra: (Susurrando) Es el marido de la Lorenza. Mira cómo arde la casa.

Eulalia: (Con dolor) Ahí viene, no puedo más

Negra: Haz un esfuerzo y metámonos más adentro.

(Llanto de recién nacido.)

En medio de la selva, privado de recursos y de alimentos, murió el hijo de Eulalia. Acompañada de la negra deambuló por el monte hasta que llegó a Río Chico, que creían en poder de los patriotas. Un alarido de mujer la volvió a la realidad. La Lorenza, mujer del caudillo español, apenas la vio gritó con ira:

Lorenza: Miren quién viene allá. Nada menos que la niña Eulalia, agárrenla.

La turba, capitaneada por la Lorenza, cayó sobre Eulalia; la mujerona luego de tumbarla al suelo, la insultaba.

Lorenza: Perra, insurgente. Tomándola por los cabellos la arrastró por las calles de Río Chico.

Lorenza: (A gritos) Vamos a matarla.

Coro: Sí, sí, vamos a matarla.

(Disparos, caballos que se acercan al galope.)

Voces: ¡Viva la República! ¡Viva Bolívar!

Voces: Los insurgentes, ¡sálvese quien pueda!

Oficial: Eulalia, mujer de Dios, cómo te han puesto ¿te sientes bien?

Eulalia: (Con un sollozo) Sí, creo que sí

Oficial: Y quién es esa mujer que te arrastraba por el suelo. (Alzando la voz) Tráiganme acá a esa desgraciada Ah, pero si es la Lorenza.

Lorenza: Más desgraciado serás tú, piazoe bicho.

Oficial: Fusílenme de inmediato a ese monstruo.

Eulalia: No, no, no lo hagas

Oficial: Luego que te cuente lo que ha pasado entenderás mis razones.

(Descarga de fusilería.)

Oficial: (Quebrada la voz) Lamento comunicarte que tu marido, nuestro querido Juan José, fue fusilado por el hombre de la Lorenza.

Eulalia: ¡Nooo!

No terminaron ahí las desventuras de Eulalia Buróz. Las tropas que la habían liberado eran avanzadas del ejército republicano, que con Bolívar al frente, y seguido de 20.000 caraqueños, huían de Boves camino de Oriente. Su espléndida belleza es al mismo tiempo protección y señuelo; los hombres la protegen, y también la asedian. Saltando de un sitio a otro llega a Cartagena y de allí a Haití, donde conoce al joven británico coronel Chamberlain, edecán del Libertador desde sus aciagos días en Jamaica. Un nuevo y grande amor aparece en la vida de Eulalia. Los dos jóvenes se aman con locura, y Eulalia luego de casar con el inglés parte con él en la segunda expedición de los Cayos, la que habría de liberar a Venezuela. A finales de 1816 llegan con el Libertador y el ejército patriota a Barcelona. En abril de 1817, Bolívar toma rumbo hacia el sur y deja desguarnecida a la ciudad. Chamberlain, a consecuencia de una herida reciente, no puede acompañarle. Eulalia con sus mimos y alegrías lo consuela, sin sospechar el peligro que los acecha.

Los españoles caen por sorpresa sobre la ciudad. Los pocos soldados patriotas que restaban y una infinidad de ancianos, mujeres y niños se refugian en el convento de los franciscanos, el que después de ser fortificado por Bolívar, se llamó La Casa Fuerte. Todo el poder de fuego del enemigo cae sobre los sitiados. Se derrumban paredes. Cientos de vidas caen segadas por los fusiles enemigos. Chamberlain comprende que ya no hay esperanzas. Lleno de ansiedad le dice a Eulalia: Pronto caeremos en sus manos. Prefiero verte muerta antes que ultrajada por esos malditos. Estamos perdidos, Eulalia, no queda más camino sino la muerte. Me voy a pegar un tiro. Prométeme que tú me seguirás.

Eulalia: Te lo juro una y mil veces

De repente como lo cuenta Arístides Rojas los realistas entran por la brecha. El espanto cunde. Un tropel de mujeres aparta a Eulalia de su marido.

(Tiro seco de pistola.)

Eulalia: (Desesperada) Amor mío

Los soldados realistas asesinan a mansalva a todo aquel que se le ponga por delante. Un joven oficial español deslumbrado por la belleza de Eulalia, le ofrece protección siempre y cuando se le entregue y grite Viva el Rey. Eulalia que todavía conserva una pistola que le entregó su marido la descarga sobre el español a tiempo que grita:

Eulalia: ¡Viva la Patria y mueran sus tiranos!

Lo que sucedió en seguida, refiere Rojas, es una escena espantosa. Llenos de frenética indignación los realistas y por docenas descargaron sus armas sobre Eulalia. Cortáronle las manos y las orejas hasta hacerla un guiñapo ensangrentado que amarraron a la cola de un caballo y arrastraron, para deleite de la soldadesca, por las calles de Barcelona.

No erró la negra cuando la vio casarse con dos hombres, con el traje de novia y la luna coloreados de rojo.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!

¡Patria, Socialismo o Muerte!

¡Venceremos!



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Manuel Taibo


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