Derrotar a la oligarquía ¿Para qué?

Supongamos que superamos esta ofensiva de disturbios y barricadas. Que nuestras fuerzas armadas permanecen unidas este trecho del camino y logran contener la bestia furiosa. Que los alcaldes y gobernadores de oposición recogen sus aliados violentos y limpian las esquinas de basura y destrozos.  Que los estudiantes vuelven a sus aulas. Que van presos los autores intelectuales de las acciones más atroces y al exilio los agitadores políticos incontenibles. Que los embajadores regresan a sus sitios y que la tendencia sea a normalizar las relaciones.

Superada la tempestad queda la misma incógnita de fondo ¿Qué hacer? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cómo convencer a la población de que el gobierno representa la mejor opción política y económica para los próximos años? ¿Cómo desmontar la voracidad egoísta inoculada en las mayorías?

Creemos que no nos queda otra opción que retomar los conceptos más básicos y volver a convencer, volver a enamorar. Así fue como llegamos al poder y como lo mantuvimos: una promesa de que podíamos fundar un mundo más justo. No estuvimos exentos de conflictos y emboscadas, pero esa promesa fungió durante 15 años, de muro de contención a las dificultades y a las contradicciones.  Así que, una vez llevados los focos violentos a su mínima expresión, debemos volver a discutir cómo llevar a la práctica la promesa socialista.

Para comenzar utilizaremos algunos ejemplos que utilizo Carlitos Marx para explicar de manera sencilla como se come eso del socialismo. Abordaremos los ejemplos de Robinson, la familia aislada y luego subiremos en escala poblacional a un grupo de productores asociados*.  Comencemos.

Imaginemos un hombre que vive solo en una isla, Robinson. Él tiene que satisfacer diversas necesidades: fabricar herramientas, hacer muebles, pescar, cazar, etc. La necesidad lo obliga a distribuir su tiempo, dependiendo de la dificultad que deba superar, para obtener los objetos. Pero también tiene un tiempo reservado para rezar, bailar, crear y amar pues son actividades que le causan placer y le hacen feliz. Podríamos decir que el socialismo es como un gran hombre que debe distribuir sus capacidades y recursos para satisfacer lo básico, para sustentar la vida y adicionalmente apartar un tiempo y recursos para actividades del espíritu.

Otro ejemplo es una familia campesina. Para su propia subsistencia produce cereales, ganado, hilo, lienzo, prendas de vestir, etc. Estas cosas diversas las mueve la familia como productos de su trabajo familiar, pero las relaciones familiares no están determinadas por el enfrentamiento recíproco entre mercancías. Los diversos trabajos que cada quien realiza: cultivar, criar ganado, hilar, tejer, o coser son funciones sociales entre los miembros de la familia. De igual forma, en el socialismo, la producción estaría determinada por funciones sociales que cada sector industrial debe cumplir y el intercambio de productos estaría dado por las necesidades. El flujo de productos tendría un registro contable a efectos de mediciones estadísticas, pero no existiría el flujo monetario. O es que acaso ¿podríamos imaginar una familia donde una esposa cobre a sus hijos por el desayuno, vuelva a cobrar por el almuerzo o por la cena? ¿O a un esposo que cobre a su esposa por la comida que acaba de colocar en la despensa? ¿O que un hijo cobre a su madre por botar la basura y la hija cobre por tender su cama?

Imaginémonos finalmente, una asociación de hombres libres que trabajen con medios de producción colectivos y empleen, conscientemente, sus muchas fuerzas de trabajo individuales como una gran fuerza de trabajo social. Todas las determinaciones del trabajo de Robinson se repiten aquí, pero de manera social, en vez de individual. Por ejemplo Industrias Diana (aceites y grasas), Lácteos los Andes, Corporación Venezolana del ganado, Corporación nacional del Maíz,  Corporación nacional de las hortalizas y frutas, Corporación Nacional de artículos de limpieza y aseo personal, Corporación del hierro y aluminio, Corporación del cemento y por supuesto Petróleos de Venezuela.

Cada corporación pertenecería a una gran nomina de pago de salarios nacional. Cada año se le asignarían los insumos, materias primas y repuestos solicitados con antelación a la Corporación Nacional de importación.

El producto total de la asociación de hombres libres en la revolución socialista, sería un producto social, una gran sumatoria. Su distribución seria socialmente planificada, de acuerdo a las diversas necesidades por la Corporación Nacional de Abastos.

Por otra parte, el tiempo de trabajo serviría como medida de la participación individual en el trabajo común, le daría sentido de pertenencia a los individuos y también, seria la retribución a lo que la sociedad le está aportando en vivienda, educación, salud y cultura.

Las relaciones sociales de los hombres con sus trabajos y con los productos, tendrían un carácter más diáfano y sencillo. Habríamos dejado de ser presa del dólar paralelo, de los sicad, de los empresarios y de sus alambradas asesinas. Cumpliríamos con el precepto cristiano: de cada uno según su capacidad a cada uno según su necesidad, volveríamos a ser una gran familia humana.

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Pie de página:

* Marx Carlos (1867) El Capital, crítica de la economía política, Fondo de Cultura Económica, México re impreso en el año 2001. Tomo 1, Libro Primero El Proceso de Producción del capital, Sección Primera Mercancía, I.D Forma dinero, El fetichismo de la mercancía y su secreto, pág. 36.



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Rosa Natalia

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