Por: Martín Guédez
Fecha de publicación: Sábado, 10/12/05 10:47am
URL: http://www.aporrea.org/dameverbo.php?docid=70051
Tomar distancia de los hechos ofrece perspectivas insospechadas. Cuando se está inmerso en el fragor del debate pueden más las vísceras que el cerebro. En Venezuela se está produciendo un proceso transformador que, para la derecha histórica y el imperio es revolucionario, socialista y comunista, y para un número significativo de personas apenas un proceso de acomodamiento de burguesías emergentes.
En tal manera qué, la revolución bolivariana soporta el ataque constante y poderoso de la potencia más grande del planeta, aunado al de una oligarquía ultramontana, retrógrada e intocada, junto a los ataques de un grupo no menos feroz que se impacienta, privilegiando la crítica, según la cual, la burocracia partidista sobre la que se construye la organicidad del movimiento chavista se orienta a sustituir al pueblo por el aparato del partido.
Un análisis histórico de las ideas conduce a descubrir en estas posturas un antihistoricismo consustancial. Víctimas del aforismo de Santayana, este izquierdismo repite historias ajenas, olvidando la propia historia y entorpeciendo las fuerzas que tratan de actuar sobre bases histórico-científicas. Construidas sus reflexiones sobre el mentado antihistoricismo se pierden en una lectura ideologizada de la realidad, -en el sentido del reflejo distorsionado de la misma. Emprenderla contra las acciones de coexistencia del gobierno revolucionario con amplios sectores de la estructura capitalista es un error histórico fatal. En términos de lectura histórico-científica, implica una apreciación patéticamente simplista de los fenómenos políticos que se producen en Venezuela. Un tipo de lectura apoyada en la construcción de una mitología de la realidad que no guarda relación alguna con ella.
El advenimiento al poder, -relativo, sólo parcial y relativo- por parte de Chávez y las fuerzas revolucionarias ocurrió dentro del sistema económico y las estructuras de un estado absolutamente oligárquico y unas superestructuras consecuentes con ellas, intocadas, impecables y robustas. Obligada a jugar con las reglas del juego capitalista, incluso con una profunda cultura capitalista que todo lo impregna, la revolución bolivariana ha debido estructurar un delicado proceso de transición que le permita, en medio de infinitas contradicciones, marchas, contramarchas, avances y retrocesos, ir dando forma al proceso revolucionario.
El poderío de las viejas estructuras es evidente en todo el aparato económico. Todas las acciones del gobierno han debido tomar sendas paralelas al aparato económico capitalista. Lo es también en la burocracia del Estado. La prueba evidente de ello es qué, para emprender las llamadas misiones, el gobierno bolivariano ha debido baypasear al aparato de la burocracia estatal que las habría hecho imposibles. Históricamente la revolución bolivariana accedió al gobierno, pero no lo hizo al Estado. Esa es una realidad histórica objetiva, alejada de intoxicaciones doctrinarias que llevan a identificar los procesos revolucionarios con los estereotipos, con las versiones apologéticas y con la iconografía de los museos de las revoluciones.
La revolución bolivariana es original, única, sui géneris y exige también soluciones capaces de entender, profundamente, el sentido y el signo de los tiempos. Falta aún un trecho por recorrer acompañados por viajeros con interés pecuniario. Un dicotomismo excluyente, consecuencia del método de lectura de opciones binarias o la búsqueda de la hermosa simplicidad, según la cual, algo es revolucionario o simplemente es contrarrevolucionario, si obedece a los patrones de una ideología rígida o se aleja de ella es, -para recordar un calificativo que me endilgaron hace unos días- una estupidez monda y lironda.
No subordinar la teoría pura de la revolución a las condiciones objetivas del proceso es, más que teoría pura, pura teología. No comprender las complejidades internas del proceso, no apoyarse en los factores dialécticos de la historia, es una supersimplificación que podría costar muy caro. Refleja carencias generales y un déficit teórico original. Suponer que el marco económico sólo hay que implantarlo brindándole un marco político adecuado es una simplicidad conmovedora. Un subjetivismo infantil pareciera explicar qué, basta tener algunos sectores del gobierno para, por medio de decisiones administrativas implantar una economía socialista. En este predicamento, todo el problema económico se reduce al problema jurídico de la propiedad de todos los medios de producción.
¿Y cómo hacer entre tanto? Se parte de la base de que, mientras se resuelve el asunto del cambio de propiedad de los medios de producción, la economía seguirá funcionando simplemente. Los trastornos previsibles no afectarían de forma decisiva el aparato económico, ni pasaría nada en el ámbito político, económico y social, tanto nacional como internacionalmente. ¡Tanta ingenuidad es sospechosa!. Tales posturas antihistóricas le regalan una buena conciencia a la ignorancia pura y simple, pero… le hacen muy poco bien a la revolución que debe construirse sin doctrinarismos religiosos, con ideas claras, agilidad, dinamismo y firmeza. Justo como, desde acá, a lo lejos, veo que lo hace el Comandante Chávez. El maestro nacional de ajedrez y caro amigo, Luís Matos, debería hacerle un favor a la patria. Darle un curso intensivo de estrategia a estos sectores que, como niños, gritan y patalean… ¡traición! ¡Traición!... Traición no, camaradas, inteligencia. Construir el socialismo del siglo XXI exige originalidad y una virtud poco común…paciencia.
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