Canto a nuestro Líder Eterno, el Gigante Chávez:
¡Revolución, potencia maravillosa que así sabes, con sabia voluntad, crear mártires para que te canten y te ensalcen; vida sabia y cruel que encadenas a tus pies a los grandes con las cadenas del dolor, para que entonen tus triunfos! Ansías oír perennemente el grito eterno, que resuena a través de los siglos confesando a Cristo en sus llagas; y el canto jubiloso de este revolucionario mientras su cuerpo se abrasa en el horno. Enciendes eternamente esa brasa sobre la lengua de este Gigante que tú torturas para que sea tu esclavo y te nombre con amor. También a este, a quien azotaste como a ninguno, lo hiciste tu siervo, y he aquí que, retorciéndose de dolor, te grita: ¡Oh Cristo!, un ¡Cristo santo!, que “ha pasado por todos los purgatorios de la duda”. “¡Oh vida, como triunfas en este Gigante a quien sellas con el dolor, como haces de la noche día; del amor, dolor, y cómo arrancas a las sombras del infierno el himno jubiloso que canta tu triunfo! Pues el que más sufre es el que más sabe, y quién te conoce tiene por fuerza que bendecirte: por eso éste que más profundamente que nadie te conoció, como también te confesó y te amó como nadie”.
¡Cuán oscura la senda que cruza los abismos del Comandante Chávez, cuán sombrío su paisaje, cuán agobiadora su infinitud, y cuán misteriosamente semejante a su rostro trágico, donde el Destino cinceló todos los dolores de su existencia! Abismáticos círculos infernales del corazón, purgatorio purpureo del alma, galería la más honda que mano de hombre haya minado en las profundidades del sentimiento. ¡Cuánta miseria en este mundo humano, y cuánto dolor! ¡Qué duelo en esta Venezuela, “calada de lágrimas!” ¡Qué círculos infernales, más sombríos que los que Cristo, el profeta, entrevió hace más de dos mil años! Víctimas que no han podido desprenderse de su ganga terrestre, mártires de su propio sentimiento, flagelados por todos los azotes del espíritu, desbordamiento de su impotente rebelión; tal es este mundo del Gigante Chávez. Amurallado a toda alegría; desterrada de él toda esperanza de vida; sin redención para el dolor que, como un muro infinitamente artillado, cerca a todas sus víctimas. ¿No hay compasión que redima a este Gigante de la sima de su propia hondura, una hora apocalíptica que rompa las murallas de este infierno creado en su tormento?
Jamás nuestro pueblo escuchó tumultos y clamores como los que nos llegan de nuestro Líder Eterno. Jamás sobre una creación se cernieron sombras más espesas. El alma se asoma temblorosa a esta sima y siente espanto de escuchar cómo los labios de estos hijos suyos se abren sólo para dejar pasar quejas y decir tormentos. Y de pronto, de lo más hondo de la sima sale una voz flotando dulcemente sobre el tumulto, como paloma que volase sobre el oleaje tempestuoso. Suave es su acento, grandioso su sentido, y santas las palabras que pronuncia: “¡Camaradas no temáis la Revolución!” Y un silencio sucede a estas palabras, las sombras escuchan estremecidas, y vuelve a oírse la voz, cerniéndose sobre todos los tormentos: “Sólo en Revolución aprenderemos a amar al Pueblo en Libertad”.
¿Y quién dice estas sabias palabras, las más consoladoras que nunca se hayan pronunciado sobre el dolor? El que más que todos conoció la mordedura del dolor, él mismo: Chávez. Todavía sus manos desgarradas están clavadas a la cruz de sus sufrimientos, todavía los clavos del suplicio traspasan su cuerpo frágil, pero Chávez besa, humilde el crucifico del martirio que es para él la existencia, y sus labios destilan dulzura cuando dicen a sus semejantes el gran secreto: “Creo, camaradas, que lo primero que todo debemos aprender, es amar al Pueblo”.
Y en sus palabras alborea el día, resuena la hora. Los más sombríos son los primeros en iluminarse, los más dolientes son los más fieles, todos acuden en fervorosa peregrinación para dar testimonio de aquella verdad. Y de sus labios ásperos y quemados de sed irrumpe como un coral grandioso, con la fuerza elemental del éxtasis, el himno al dolor, el himno de la vida. Saltan las piedras de las tumbas IV republicanas y los hierros de las cárceles, y los muertos y los encarcelados emergen de la sima, y todos, todos, desfilan ante este Gigante para ser apóstoles de su verdad, todos se desnudan de su duelo. Afluyen en tropel de las cárceles, arrastrando sus cadenas; de los ranchos sórdidos: de todos los cuatro puntos cardinales de la Patria acuden estos grandes mártires de la pasión; todavía traen cuajarones de sangre en las manos, todavía arden sus espaldas flageladas, todavía se lee en sus rostros la degradación de la ira y la miseria; pero la queja se rompe en sus labios, y en sus lágrimas fulgura la confianza. Todos, todos estos mártires desfilan ante el Gigante cantando el triunfo de la vida. ¡Oh milagro de Cristo, eternamente repetido!
¡Hasta la Victoria siempre, Comandante Chávez!
¡Patria. Socialismo o Muerte!
¡Venceremos!