Existe en España la idea de que la intelectualidad venezolana está contra el proceso revolucionario. Se entiende, pues la inmensa mayoría de los medios sólo dan cabida a quienes así se manifiestan. Igual aquí que allá. Pareciera no haber distancia de por medio. Lo que estos medios no publican, no existe. Craso error. En Venezuela existe un poderoso movimiento de intelectuales y artistas que se posiciona al lado del pueblo. Sin embargo esa percepción no existe, salvo en ciertos círculos intelectuales o académicos.
Muchos desertores de cuyo nombre no quiero acordarme. Me he propuesto no personalizar los dolores. He optado por no hacerlo, porque creo profundamente que en el pecado llevan la penitencia. A fin de cuentas, recordarles sus miserias es inútil. Terminaría por servir para desarrollar en tales desertores un instinto de conservación en el tremedal.
Estos tiempos de cambios revolucionarios han demandado definiciones de naturaleza profunda a las cuales no ha podido resistir el cómodo disimulo. El trapiche de la historia va moliendo la impostura, convirtiéndola en bagazo, y sólo lo auténtico emerge fecundo y luminoso. No son pocos los “socialistas” viejos, que cantan al socialismo siempre que esté bien lejos. Nada nuevo. En el fondo, el corazoncito burgués siempre les latió con fuerza en el pecho.
En principio creo que es discutible la asociación necesaria entre el intelectual o el artista con una determinada forma progresista o reaccionaria de pensar y la calidad de su obra. La historia de las artes y las letras está plagada de dinosaurios políticos con una innegable capacidad para dejar huella espléndida. Ahí están Borges, Vargas Llosa o Carlos Fuentes como mero ejemplo. Ser progresista o revolucionario no convierte un potingue en arte. Tampoco lo contrario.
En el largo período de la guerra fría y los movimientos revolucionarios tanto en América Latina como en el resto de los llamados “países del tercer mundo”, posicionarse se hizo casi obligatorio. Sentirse, -como intelectual-, a gusto con el pensamiento progresista, expresarlo y compartirlo, resultó, en muchos casos, cosa de cafetín, reuniones y tertulias, peñas y ateneos, más que de compromiso. Luego, a la caída del socialismo tortuoso de la Unión Soviética, el tema ideológico fue desplazado de la discusión por temas menos comprometedores como, la identidad cultural o la dependencia. Para muchos intelectuales sobrevino un dulce estar, una forma bohemia y etérea de pensar en las cosas del espíritu humano, la justicia o la igualdad. Un estar entre algodones y burbujas de champán.
La llegada al gobierno del Presidente Hugo Chávez Frías, su discurso fuerte y radical, las progresivas acciones apuntando a lo medular del sistema de exclusión para las inmensas mayorías y privilegios para unos pocos, rompió la calma. Sin que hubiese un debate acerca del papel de escritores e intelectuales en la vida política o alguna forma de reflexión ideológica, los hechos -la fuerza irresistible de los hechos-, marcó el terreno. Acaso nunca en nuestra historia se haya producido tal cantidad masiva de declaraciones, denuncias, artículos periodísticos, listas de apoyo y presentaciones en todos los medios de comunicación como en este denso período entre 1998 y la actualidad.
Más, por intereses poco loables que por afinidad ideológica, los escritores e intelectuales se han ido agrupando ellos mismos, en no pocas oportunidades. En unos casos se observa una fidelidad a viejas posiciones, especialmente entre aquellos que encontraron en el proceso bolivariano la posibilidad de concreción de viejas esperanzas y sueños. En otros, salvó contadísimas excepciones, vulgares “saltos de talanquera”. Apostasía pura y simple. Acaso liberación de sus sentimientos más profundos y auténticos que traición o apostasía, que a fin de cuentas, para traicionar hay que haber sido y dudo que algunos nunca lo fueran.
En Venezuela se ha producido un sorprendente fenómeno que denuncia a las claras la intensidad del proceso que se vive. Los intelectuales y escritores, ordinariamente adelantados, proponentes de ideas que después son asumidas por el estamento político, han marchado a la zaga del pueblo, apenas interpretando las propuestas del pueblo, en unos casos, o sirviendo de voceros de intereses mezquinos en otros. Siendo más, cajas de resonancia de sus colectivos, que diseñadores de un pensamiento. En la actualidad esos ecos se dan de cara al público en forma reactiva.
Así hemos visto a grupos de escritores pronunciándose en colectivo a través de manifiestos o individualmente. Artículos o manifiestos que se generan de un lado y que son respondidos por grupos de escritores del otro. A todos los niveles vemos eso que llamo la “literatura reactiva”. Un pensamiento que no abre brecha sino que reacciona frente a situaciones ordinariamente generadas por los respectivos colectivos para los que escriben.
Acaba de decir Isaac Rosa, el flamante ganador del premio Rómulo Gallegos que: “escribir es tomar partido, es participar, es comprometerse…”, con lo cual estoy totalmente de acuerdo, lo cierto es que, en nuestros días, en esta Venezuela en tiempos de revolución, ese hecho es manifiesto. Es claro el impulso a manifestar el compromiso político, social, ideológico y cultural, de rechazo o apoyo a los cambios que el propio pueblo va protagonizando y la no menos manifiesta intención de influir sobre un determinado sector del público y responder al otro.
De cara al momento que se vive en Venezuela hay cosas que cuesta mucho asumir, al menos si se concede al otro el beneficio de la buena intención. Un intelectual venezolano por quien guardo amistad y respeto, me enrostraba el haber cambiado. Me decía: “Tú que siempre has estado contra el poder ahora te pliegas”. Creo que el buen amigo está confundido. Sigo estando contra el poder, porque en Venezuela el poder, el verdadero poder, sigue estando en las manos de los de siempre. Creo que el amigo confunde poder con cuotas de gobierno. Creo que el amigo debería hacer una profunda reflexión como portador de la palabra escrita.
Debería, este amigo, entender que la voz del escritor tiene impacto en la sociedad aún en este mundo de imágenes sin huella. No se si un artículo o una lista firmada por un grupo de intelectuales pueda detener el ataque del imperio. Creo que no. Sin embargo, siempre quedará allí su voz. Es la responsabilidad del que escribe desde el momento en que lo escrito sale de sus manos, lleva su nombre y expresa una posición. Entrega a la sociedad una representación y, por tanto, una contribución, una orientación para la percepción de lo que acontece.
Esa situación del intelectual como representador de la realidad hace que no pueda eludir su compromiso con cuanto enuncia o describe. En este momento crucial para la vida del pueblo venezolano, los escritores serán objeto del juicio de la historia, cuando no de sus propias conciencias. Esto lo percibo como particularmente grave para “estos”. Habrán de responder por su hipostenia de cagachines, como histriones con hociquera, apañadores de quienes patraquean a su pueblo. Habrán de responder por el uso que dieron a sus plumas.
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