Hace más de 30 años conocí un obispo ganado por la vocación fundamental de su oficio. Ovidio Pérez Morales, pertenecía a un esperanzador grupo de obispos entre los cuales destacaba Mario Moronta. Lo conocí dando la cara por el padre Matías Camuñas, en la oportunidad en que este dio asilo en la casa parroquial en Petare a las víctimas del Amparo y era embestido, -literalmente- tanto por otros jerarcas como por la policía política de Lusinchi. ¡Fue bueno ser su amigo en ese momento!. Fue esperanzador encontrarse con ese culto a la verdad en la casa de las mentiras. ¡Cuánto alientan estas singularidades!.
Sin embargo, el tiempo, ese implacable Cronos, el mismo que tanto bien le hace al vino y a algunos hombres, a otros los desbarata. Da mal gustillo, queda una impresión amarga cuando se ven caer los hombres bajo la molienda inmisericorde del trapiche de las entregas. He podido verlo, Monseñor Pérez Morales, lejos, muy lejos de la patria, porque sus declaraciones han sido explotadas por los amos internacionales de la mentira. ¿Ud., sabía que las utilizarían alrededor del planeta dada su investidura, cuando daba estas declaraciones? Creo que sí. No importa, lo he visto mentir. ¡Que feo!. Lo he visto mentir con desparpajo tal, que se ha de estar muy avisado para no atribuirlo a inocencia.
Mire, monseñor, todos, en mayor o menor medida, por acción u omisión mentimos alguna vez. No pretendo establecer rígidas categorías morales sobre esta dicotomía ética. Creo que la intención al mentir es la clave de la mentira. Mentir es, -según el diccionario- "decir algo que no es verdad con intención de engañar". No obstante, hay mentiras que son poco relevantes, banales, incluso compasivas. Las hay que generan daño a los demás y son dichas a conciencia. Para hacer daño. Estas son las más repugnantes. A esta categoría pertenecen las suyas. No son mentiras emocionales, son mentiras racionales. Son mentiras que persiguen un interés específico, que son malévolas, que se emiten con la intención de perjudicar o engañar. La mentira pesa según quien la dice. Es como un baremo que mide la responsabilidad de quien la dice y el impacto que ella causa, tanto por la mentira en sí misma, como por quien la dice.
He podido verlo, a colores, diciéndole al mundo mentiras, monseñor. ¿Por qué lo hizo?. El cimiento sobre el que se construyen las relaciones humanas es la confianza. El privilegio de ser obispo está unido a la responsabilidad en el uso de la palabra. Un obispo está llamado, en razón de su investidura, a ser creíble, a gozar de la confianza ajena. El crédito que le confiere la investidura es un tesoro frágil. Ud., lo ha roto en mil pedazos. Apelando al Evangelio de Cristo, apelando al amor al prójimo, ha solicitado Ud., del gobierno nacional, "caridad para con los presos políticos.unos presos que lo están por haber emitido opinión política". ¿Alcanza usted a verse al espejo sin sentir vergüenza cuando lee su declaración?. ¿Acaso se refiere usted a Carlos Ortega como quien está preso por "haber emitido opinión política"?. ¿No alcanza su amor al prójimo para mantener vivo el recuerdo de las acciones que protagonizó este conspirador apátrida en prejuicio de los preferidos de Jesús? ¿Olvidó al pueblo haciendo colas para comprar gasolina para los automóviles, o gas para cocinar, o leche para los teteros de los niños? ¿Acaso olvidó aquel chofer de buseta quemado en Maracay por haber salido a trabajar? ¿No tiene memoria del bebé muerto sin poder llegar a un hospital por falta de combustible? ¿No recuerda las órdenes diarias de "tranca tu calle"? ¿Olvidó la amenaza de los barcos detenidos, cargados de gasolina, frente a la ciudad de Maracaibo, con la amenaza de explotarlos si se movían? Monseñor, ¡por el amor de Dios! ¿Esas son opiniones políticas?
En el recortado segmento, en el cual el aparato mediático internacional ha recogido sus declaraciones, dice usted varias mentiras más. No voy a enumerarlas. ¡Son tantas y tan espléndidas las mentiras que no las enumeraré!. ¿Tiene marquitas blancas en las uñas monseñor?. Monseñor, sus mentiras se inscriben en un plan global de falsedades de todo tipo. ¡Ud., lo sabe! Sus mentiras hacen daño a su patria y su pueblo pero, en última instancia, le hacen un inmenso daño a la credibilidad en la palabra de Jesús y a usted mismo, ya que lo convierten en alguien poco fiable, indigno de confianza, carente de crédito. Poca oportunidad tendrá de decir la verdad sin que la pongamos en duda. El Evangelio, predicado por Ud., estará herido de incredulidad. Quien miente en lo uno, miente en lo otro.¿Habrá mayor desgracia para un pastor?.