Cito a Bertrand Russell:
Mi opinión acerca de la religión es la de Lucrecio. La considero como una enfermedad nacida del miedo, y como una fuente de indecible miseria para la raza humana. No puedo, sin embargo, negar que ha contribuido en parte a la civilización. Primitivamente ayudó a fijar el calendario, e hizo que los sacerdotes egipcios escribieran la crónica de los eclipses con tal cuidado que con el tiempo pudieron predecirlos. Estoy dispuesto a reconocer estos dos servicios, pero no conozco otros.
Para poner el ejemplo más interesante a los miembros de la civilización occidental: Las enseñanzas de Cristo, tal como aparecen en los Evangelios, han tenido muy poco que ver con la ética de los cristianos. Lo más importante del cristianismo, desde un punto de vista social e histórico, no es Cristo, sino la Iglesia, y si vamos a juzgar el cristianismo como fuerza social, no debemos buscar nuestro material en los Evangelios. Cristo dijo que debían entregarse los bienes terrenales a los pobres, que no se debe luchar, que no había que ir a la Iglesia y que el adulterio no debía de estar castigado. Ni los católicos ni los protestantes (públicamente, aunque privadamente lo hacen) han demostrado ningún fuerte deseo de seguir Sus enseñanzas en este respecto. Algunos de los franciscanos, es cierto, trataron de enseñar la doctrina de la pobreza apostólica, pero el Papa los condenó, y su doctrina fue declarada herética. O, de nuevo, consideremos el texto: No juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados y preguntémonos la influencia que dicho texto ha tenido sobre la Inquisición.
La Iglesia combatió a Galileo y a Darwin; combatió a Freud. En sus épocas de mayor poder fue más allá en su oposición a la vida intelectual. El Papa Gregorio el Grande escribió a un cierto obispo una carta que comenzaba: No os ha llegado el informe, que no podemos mencionar sin rubor, de que enseñáis la gramática a ciertos amigos. El obispo fue obligado por la autoridad pontificia a desistir de su maligna labor, y la latinidad no se recuperó hasta el Renacimiento.
La religión es perniciosa no sólo intelectual, sino también moralmente. Queremos decir con esto que enseña códigos morales no conducentes a la dicha humana. Las iglesias, como es sabido, se opusieron a la abolición de la esclavitud, mientras se atrevieron, y con unas pocas y sonadas excepciones, se oponen en la actualidad a todo movimiento hacia la justicia social y económica. El Papa ha condenado oficialmente el socialismo. León XIII en la Encíclica Rerum Novarum de 15 de mayo de 1891, la Iglesia trataba de salirle al paso de ese despertar de las masas a través de su acción ideológica, correspondiente, mostraba su carácter de clase y reaccionario, cubriendo las formas de explotación, las injusticias y miserias en que se apoyaba el régimen capitalista.
La religión se basa, principalmente, en el miedo. Es en parte el miedo a lo desconocido, y en parte, como se dijo, el deseo de pensar que se tiene un hermano mayor que va a defenderlo a uno en todas sus cuitas y disputas. El miedo es la base de todo: el miedo de lo misterioso, el miedo de la derrota, el miedo de la muerte. El miedo es el padre de la crueldad y, por lo tanto, no es de extrañar que la crueldad y la religión vayan juntas de la mano. Se debe a que el miedo es la base de estas dos cosas. En este mundo, podemos ahora comenzar a entender un poco las cosas y a dominarlas un poco con ayuda de la ciencia, que se ha abierto paso frente a la religión cristiana, frente a las iglesias, y frente a la oposición de todos los antiguos preceptos. La ciencia puede ayudarnos a librarnos de ese miedo cobarde en el cual la humanidad ha vivido durante tantas generaciones. La ciencia puede enseñarnos a no buscar ayudas imaginarias, a no inventar aliados celestiales, sino más bien a hacer con nuestros esfuerzos que este mundo sea un lugar habitable, en lugar de ser lo que han hecho de él las iglesias en todos estos siglos.
Tenemos que mantenernos de pie y mirar al mundo a la cara: sus cosas buenas, sus cosas malas, sus bellezas y sus fealdades; ver el mundo tal cual es y no tener miedo de él. Conquistarlo mediante la inteligencia y no sólo sometiéndose al terror que emana de él. Todo el concepto de Dios es un concepto derivado del antiguo despotismo oriental. Es un concepto indigno de hombres y mujeres libres. Cuando se oye en la iglesia a la gente humillarse y declararse miserables pecadores, etc., parece algo despreciable indigno de seres humanos que se respetan. Tenemos que hacer el mundo lo mejor posible, y si no es tan bueno como deseamos, después de todo será mejor que lo que todos esos otros han hecho de él en todos estos siglos. Un mundo bueno necesita conocimiento, bondad y valor; no necesita el pesaroso anhelo del pasado, ni el aherrojamiento de la inteligencia libre mediante las palabras proferidas hace mucho por gentes ignorantes. Necesita la esperanza del futuro, no el mirar hacia un pasado muerto, que confiamos será superado por el futuro que nuestra inteligencia puede crear.
Se sabe cómo los frailes superpusieron sobre los manuscritos de las obras clásicas del antiguo paganismo las absurdas leyendas sagradas del catolicismo.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Patria socialista o Muerte!
¡Venceremos!