Cuando hace poco clausuraba las sesiones de la Asamblea Nacional Popular, el canciller cubano Felipe Pérez Roque planteó un asunto peliagudo:
los peligros de la revolución después que muera Fidel.
Partió de dos premisas:
que en EEUU parecen convencidos, incluido el exilio cubano, que mientras Fidel viva no es posible desplazar ese sistema político, “el enemigo apuesta a que la derrota no es ahora, sino después”, y un discurso reciente de Castro donde dijo que la revolución puede ser reversible entre otros factores, “gracias a la corrupción”.
¿Cómo enfrentar esta posibilidad?
Sólo el diario La Jornada (de México) reseñó ese discurso, según el cual el canciller expuso estos puntos para defender el sistema: 1) Mantener la autoridad moral de la dirigencia con la conducta austera, de dedicación al trabajo, que el pueblo sepa que sus dirigentes no tienen privilegios; 2) mantener el apoyo de la población no sobre la base del consumo material, sino sobre la base de las ideas y de las convicciones, y 3) que no resurja una clase propietaria; dijo que en Cuba, a diferencia de otros países, no habría una burguesía nacional patriótica.
Si esta es la realidad de una revolución de casi medio siglo, que ha superado tantas dificultades, con un pueblo organizado tras una sólida educación revolucionaria, férrea estructura partidista, fuerzas armadas cohesionadas y medios controlados por el gobierno y el partido, pero donde, sin embargo, “en las filas de nuestro pueblo hay simulación, apatía y modorra”, afirmó, pueden imaginarse cómo es el caso venezolano, que depende tanto del liderazgo de Chávez, que carece de un partido organizado e imbricado en el pueblo, no cuenta con organizaciones sólidas, y ha heredado todo el sistema de corrupción y burocracia de gobierno anteriores.
# Los dirigentes del MVR y los otros partidos que le apoyan deberían mirarse en ese espejo.La implosión no tiene por qué esperar un magnicidio.