Cuba: tres premisas para salvar la Revolución, a la muerte de Fidel

1. Fidel plantea la tarea: 17 de noviembre, 2005

El 17 de noviembre del 2005, Fidel advierte en la Universidad de La Habana sobre el peligro de que la Revolución Cubana termine como la soviética. Para impedirlo deja una tarea: “¿Cuáles serían las ideas o el grado de conciencia que harían imposible la reversión de un proceso revolucionario?”

Se trata de una invitación al debate mundial, una convocatoria a la solidaridad de la razón. Pero la solidaridad mundial no lo entiende así. Entra en una fase de shock, cuando el Comandante que durante casi cincuenta años ha aseverado que la revolución es invencible, que “el socialismo es inmortal y el Partido eterno”, de golpe afirma públicamente lo contrario. Es un terremoto epistemológico: el Comandante de la certeza, de la seguridad de la victoria final, reintroduce la dialéctica en el discurso oficial cubano, sin advertencia, sin preámbulo, sin ambages. Trata de dialectizar el estancamiento, diría Bertold Brecht,

Incrédula ante lo acontecido, la solidaridad mundial no reacciona ante la convocatoria del Comandante: no aporta las ideas que solicita Fidel; calla y, en algunos casos, desaparece el discurso del Comandante de los foros públicos de debate. Es una reacción lógica, humana, porque la pura idea de la desaparición de Fidel llena el corazón de tristeza. Pero, objetivamente, es un acto de lo que Herbert Marcuse llamaba la “tolerancia represiva”, una tolerancia que perjudica a la causa que el Comandante procura avanzar.

2. “Prestar atención” a la convocatoria de Fidel, demanda el Canciller

El 23 de diciembre, 2005, el talentoso canciller y ex secretario personal de Fidel, Felipe Pérez Roque, llama nuevamente la atención sobre el discurso de Fidel. Insiste ante el parlamento cubano, la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP), que “debemos prestar toda la atención a ese llamado hecho por Fidel en la universidad, a esa frase no pronunciada públicamente antes en la historia de la revolución: la revolución puede ser reversible, y no por el enemigo que ha hecho todo lo posible por hacerlo, sino por nuestros errores”.

3. Los tres anillos de defensa revolucionaria del Canciller

Felipe plantea tres políticas (“premisas”) destinadas a salvar la revolución, para cuando la muerte de Fidel “deje el hueco que nadie puede llenar y que tendremos que llenar entre todos como pueblo”, y pide a los futuros gobernantes que actúen desde ahora para evitar el posible regreso al capitalismo.

1. Mantener la autoridad moral de la dirigencia, mediante un liderazgo basado en el ejemplo y sin privilegios frente al pueblo. 2. Garantizar el apoyo de la mayoría de la población, “no sobre la base del consumo material, sino sobre la base de las ideas y las convicciones”. 3. Impedir que surja una nueva burguesía que “sería otra vez, si la dejamos salir, pro yanqui, pro trasnacional…No podemos caer en ingenuidades…; el tema decisivo es quién recibe el ingreso: si las mayorías y el pueblo o la minoría oligárquica transnacional y pro yanqui…; el tema es de quién es la propiedad, si del pueblo, las mayorías, o si es de la minoría corrupta y plegada … al imperialismo yanqui”.

4. ¿Salvarían los tres blindajes a la Revolución?

La primera propuesta del Canciller es, evidentemente, correcta y necesaria. Habrá que ver si la futura configuración del sistema político cubano permitirá imponerla. En cuanto al segundo imperativo, que se refiere a la dialéctica entre lo espiritual y lo material, hay que tomar en cuenta el dictum de Lenin de que la estabilidad de una clase dominante, en este caso, una clase dirigente, no puede desvincularse de su capacidad de resolver la “tarea de la producción”. Dediquemos el siguiente punto a este problema.

5. Ética, consumo y conocimiento

La idea central expresada por Fidel en noviembre y ahora por Felipe es, que la lealtad del pueblo a los dirigentes y su proyecto histórico deba derivarse primordialmente de la ética (valores, ideas y convicciones) y no del consumismo. Definida así, la unidad dialéctica de los contrarios de la realidad cubana no es reflejada adecuadamente. La contradicción correcta sería: ética y consumo, no ética y consumismo.

Para toda época hay, como ya explicaba Marx, un fondo de consunción del trabajador históricamente determinado que se expresa, en términos del proceso de valorización del capital, en el capital variable. Ese fondo de consunción determina, esencialmente y en forma estratificada, la calidad de vida material de la gente. Actualmente, este patrón de consumo dominante a nivel global es el de la clase media del Primer Mundo y aunque siga inalcanzable para las mayorías, ejerce una atracción irresistible: a tal grado que muchos arriesgan la vida para llegar a los países respectivos.

La ética idealista que sigue al oscurantismo platónico, reforzado diariamente por la hipocresía moralina del catolicismo, desconoce ese consumo ---lo material-sensual-carnal--- como “valor”. Para el socialismo revolucionario y la ciencia, que parten del binomio constitutivo de la materialidad-energía del universo, toda ética ha de ser materialista-dialéctica, que inevitablemente considera a la reproducción, el goce y la sensualidad de lo material como parte integral de la condición humana. Y, de hecho, la mayoría de la humanidad actúa empíricamente sobre este patrón. Para ella, alcanzar la calidad de vida históricamente determinada es un valor: tan fuerte o aun más fuerte como ciertos valores morales o “virtudes espirituales”. Dialécticamente, lo material se convierte en su contrario, lo espiritual.

Siendo el patrón de consumo y de cultura popular hoy día predominantemente un patrón universal, no una variable nacional, el choque en Cuba se produce entre el patrón universalizado de consumo de clase media primermundista ---que le llega anualmente a la población por vía de dos millones de turistas y, cotidianamente por las películas estadounidenses que transmite la televisión--- y el standard de vida que permiten el nivel de las fuerzas productivas y el sistema redistributivo del país.

En tales circunstancias, una campaña de concientización puede reducir ciertos consumos superfluos, pero el acceso al internet, a la educación, salud, movilidad social y geográfica, transporte individual o colectivo adecuado, determinadas formas y lugares de entretenimiento, de encuentro sexual, etcétera, al igual que determinadas libertades formales, son parte del patrón histórico vigente en la actualidad latinoamericana, y ninguna campaña educadora podrá neutralizar este patrón.

En este sentido, vacunar a los jóvenes ideológicamente contra los elementos esenciales del patrón de vida que ellos consideran justos y necesarios, solo alcanzará a una minoría. Más prometedor sería identificar esos elementos, entrar en un intenso debate público, sobre todo con la juventud que es el punto más neurálgico, pero no el único que debería prender los focos de alarma (¡!), un debate al estilo de los parlamentos obreros de los noventa, y consensuar el modelo de consumo viable en este momento.

Apelar a la disciplina revolucionaria y los valores éticos en las actuales circunstancias de Cuba, tener que ser como Fidel o el Ché, no cambiará el panorama general de la situación, porque las condiciones objetivas no sostienen ese discurso. Para las mayorías será más eficiente discutir democráticamente las alternativas de consumo, por ejemplo, si prefieren más hospitales o transporte, o vivienda, consumo privado, etcétera, y las vías de contemporizar ese patrón con las posibilidades del país.

Mayor educación, conocimiento e información no son un antídoto al consumo. Cuanto más “insumos” de ese tipo se proporcionan, más conciencia y más sujeto se genera. Y más sujeto significa, inevitablemente, más deseo de democracia. Democracia en todos los sentidos ---formal, social, participativa--- que se convierte, al igual que el consumo históricamente “justo y necesario”, en un valor fundamental de la praxis humana; valor, al que el gobierno tiene que dar respuestas, para no generar resistencias que el sistema no pueda absorber.

De la cibernética tecnológica y cognitiva sabemos que un problema sistémico detectado puede tratar de arreglarse (post festum) con regulaciones proporcionales, integrales o diferenciales. Más eficiente, por supuesto, es la normativización preventiva que es posible en eventos estadísticamente detectables. Ambos requisitos se cumplen en Cuba. Las dramáticas llamadas de atención de Fidel y Felipe se refieren a la regulación preventiva, es decir, la necesidad de tomar medidas antes de que suceda la muerte de Fidel; y las actitudes de la población cubana constituyen “eventos” estadísticamente medibles.

6. El tema decisivo: la propiedad y el excedente económico

El canciller define con razón el surplus o excedente económico como decisivo en la economía. Pero hay que ampliar la determinación: no solo es clave quién lo recibe sino quién decide sobre él y en qué forma. Este es el tema de la democracia económica que en la crematística burguesa es tabú, pero que en la economía socialista es la clave de su desempeño. Mientras las mayorías están de hecho excluidas de las decisiones sobre el uso del surplus (inversión, consumo, presupuesto nacional, pago de la deuda externa, etc.), no les importará realmente si es el Estado, las transnacionales o los gringos que se queden con él.

Al igual que en el falso dilema de “ética versus consumismo”, la afirmación de que lo decisivo es si el pueblo o las transnacionales reciban el ingreso o tengan la propiedad productiva, distorsiona la dialéctica real de los contrarios. El plusproducto cubano, en su mayor parte, no lo reciben ni las transnacionales, ni las mayorías: lo recibe el Estado. Y este es el punto nodal de los problemas del robo y del mercado que Fidel ha denunciado.

La propiedad productiva en Cuba se encuentra, esencialmente, en manos del Estado, no en manos de las mayorías. Si fuera de las mayorías, las mayorías la protegerían, porque es de sentido común que nadie se roba a sí mismo. El hecho de que se la roba y maltrata tiene una lectura irrefutable: la propiedad estatal es percibida por muchos como una propiedad ajena o anónima, que se puede privatizar a través del robo. Mientras esto sea así, será difícil acabar con la corrupción y el robo, como muestra el ejemplo de China. En consecuencia, la idea de la economía socialista, producir altruistamente para todos, se hace inviable.

La percepción de la propiedad estatal productiva como algo alienado, semejante a la propiedad del capitalista, que se puede privatizar, se reafirma diariamente por el hecho, de que la gente no tiene incidencia real sobre su uso. Propiedad significa en la economía de mercado esencialmente, el derecho a enajenar activos económicos. Por bien o mal, esto no existe en Cuba. Pero el trabajador tampoco determina el beneficio de esta propiedad, su plusproducto, hecho por el cual tampoco sería poseedor. Al no ser propietario ni poseedor real de la propiedad productiva individual o colectiva, el productor directo no la protege.

7. El peligro de la nueva burguesía

Una nueva burguesía “sería otra vez, si la dejamos salir, pro yanqui, pro trasnacional”, dice Felipe. Esta hipótesis amerita otra reflexión. La gran burguesía en Cuba no se debe permitir ni se necesita permitir, porque el Estado ya la sustituye en sus funciones económicas. El complejo de innovación-producción-comercialización de biotecnología, por ejemplo, cumple las funciones de las empresas transnacionales (competitividad, innovación, capital) junto con contenidos de una economía más humana que la capitalista.

Queda entonces, el problema de la pequeña burguesía, es decir, de la pequeña producción mercantil. Recordemos las advertencias de Lenin sobre esta clase, pero recordemos también: a) que en cierto momento histórico tuvo que implementar la NEP, con la certeza de poder controlar las tendencias burguesas mediante el enorme poder monopólico del Estado soviético; b) que en ningún país del mundo el Estado ha sido capaz de proporcionar servicios de calidad adecuados, por ejemplo, en la gastronomía; c) ningún Estado ha podido darle a las ciudades esa diversidad de pequeñas empresas, tiendas, subculturas, etcétera, que les da vida, lo que es particularmente importante en economías de turismo; d) que el control político-económico de esa clase puede lograrse probablemente con el sistema impositivo y judicial; e) en la economía global del ALCA, las garantías de reproducción económica del pequeño empresario solo se las puede proporcionar el Estado a través del proteccionismo y de los subsidios, lo que es una razón fundamental, porque FEDEINDUSTRIA en Venezuela está con el proceso bolivariano y porque el pequeño campesino y empresario latinoamericano apoya al ALBA.

En resumen: la situación de la pequeña burguesía en la URSS bajo Lenin fue totalmente diferente a la de la pequeña burguesía latinoamericana hoy y habrá que analizarla en concreto para saber hasta qué grado se pueda tolerarla o no.

8. El tema no menos decisivo: la superestructura política

En junio del 2002 Felipe había hablado sobre el mismo tema y ante el mismo Foro, concluyendo en aquella ocasión que en la eventual ausencia del Comandante la defensa de la Revolución pasaba por la defensa del partido único, la economía centralizada, la unidad política y la preservación de las fuerzas armadas. Mantener al Partido único es posiblemente vital mientras dure la agresión imperialista, pero igualmente vital es dotarle de un carácter cibernético real, si se quiere evitar que el proyecto termine como la URSS y la RDA.

9. Lenin, el partido único y la cibernética cognitiva

Lenin, quién conceptualizó el partido del centralismo democrático sabía, por supuesto, que todo sistema de conducción política duradero tiene que garantizar tres flujos simétricos de información y debate real: a) entre las fracciones de la vanguardia o la cúspide del poder real, por ejemplo, del Buró Político y del Comité Central; b) entre estos centros de decisión y la elite informativa y política del país, que, en teoría, serían los cuadros medios y miembros del partido; c) entre la vanguardia, los cuadros medios y las masas. Esa calidad cibernética o retroalimentaria es fundamental para la optimización de la práctica de todo sistema cibernético cognitivo, como lo son el Estado, el partido y el ser humano.

En la praxis, particularmente bajo Stalin, el necesario equilibrio entre democracia real y verticalidad, es decir entre las estructuras de comunicación y poder simétricas y asimétricas, fue abandonado a favor de la verticalidad. Los procesos de Moscú fueron el rite de passage (anuncio de transición) del nuevo partido vertical y la advertencia pública sobre la desaparición de la democracia en la URSS; fueron el equivalente secular de las hogueras de la Inquisición en América, cuyas cenizas signalizaban el precio de disentir del nuevo orden. Rituales de sometimiento de la personalidad, como la “crítica y autocrítica”, cumplieron el papel de humillación del confesionario clerical, y los informes de la policía política definieron la calidad y las posibilidades de vida de los ciudadanos.

De esta manera, Stalin generó una institución y una cultura política del conformismo que liquidó la institucionalidad y cultura de la esfera pública de las sociedades presocialistas, desde el ágora griego hasta los clubes literarios de la Revolución francesa. De hecho, la esfera pública de debate estratégico del sistema burgués, que le es constitutivo, desapareció de la superestructura del socialismo realmente existente con fatales consecuencias para la evolución socialista, dejando a la superestructura política burguesa con una superioridad funcional en la optimización de las decisiones. Esto se puede ejemplificar con la guerra de Irak. Los grandes debates sobre posibles retiradas del conflicto, se dan en el Congreso estadounidense, en las televisoras, en los diarios más importantes del país, el New York Times y el Washington Post y en las universidades.

En el socialismo realmente existente, esa esfera pública no existe. Los debates estratégicos se dan detrás de las puertas cerradas en los más altos gremios del partido. Después la posición oficial es bajada y discutida en las instancias inferiores del partido. Finalmente se divulga entre las mayorías a través de la prensa y mesas redondas en la televisión.

Del debate estratégico constitutivo están excluidas las mayorías y lo que ven en la televisión son discusiones tácticas o simples repeticiones de la visión oficial, proporcionados siempre por los mismos periodistas. A diferencia de lo que sucedió en la maravillosa experiencia de los parlamentos obreros, el ciudadano se convierte en espectador del proceso político-económico, no en su demiurgo.

10. La pregunta vital para el Partido Comunista de Cuba

La pregunta, si se debe mantener un sistema pluripartidista o unipartidista de conducción social, es secundaria, por el simple hecho, de que cualquiera de las dos formas fracasa evolutivamente si pierde su capacidad cibernética. La pregunta real es, por lo tanto: ¿Cómo podemos garantizar el carácter vanguardista o cibernético de los sistemas de conducción que llamamos Estado y partido?

La calidad de cualquier sistema de regulación depende esencialmente de dos parámetros: a) su sensibilidad, es decir el tiempo que transcurre hasta el descubrimiento o reconocimiento de una desviación del sistema, del valor programado (Sollwert) y, b) el tiempo que el sistema requiere para corregir la desviación (Istwert). Ambos parámetros determinan el comportamiento dinámico del sistema, en este caso del Partido-Estado, y dependen, a su vez, de la calidad y cantidad de las mediciones del estado del sistema (p.e., sondeos de opinión) y del poder relativo de las diversas corrientes y fracciones de la clase dirigente, por ejemplo, de la corriente revolucionaria, la socialdemócrata, la tecnócrata, etcétera.

Cuando Fidel preguntó en el discurso de noviembre, por qué los economistas cubanos no se dieron cuenta de lo insensato de mantener el sector azucarero después de la caída de la URSS, se refiere al parámetro “a”. Pero la respuesta real se encuentra más bien en el parámetro “b”. Si los economistas cubanos no detectaron el contrasentido de mantener el sector azucarero, significa que carecen de formación profesional y sentido común. Con todas las reservas frente a mis colegas, me parece que esto es un supuesto irreal. Es mucho más probable que no hablaron porque la superestructura cubana no prevé la esfera pública de debate estratégico que habría sido el lugar para discutir la advertencia respectiva.

Otro ejemplo del parámetro “b” puede tomarse de la Revolución Bolivariana. Durante el gobierno bolivariano los latifundistas han asesinado a más de 130 líderes campesinos, sin que uno sólo de los autores intelectuales y materiales de estos asesinatos esté en la cárcel. ¿Cuánto tiempo de corrección de esa “desviación” contrarrevolucionaria y del Estado de derecho tiene la Revolución, para no perder credibilidad y poder en su supuesta “guerra de muerte al latifundio”?

La interrogante de Felipe es vital, siempre que reciba una respuesta no formal, sino material; no táctica sino estratégica. Si no se logra devolver al partido único la dialéctica o cibernética intencionada por Lenin y la restitución de esferas públicas de debate estratégico y masivo, junto con la transparencia pública de sus interacciones, no estará en condiciones de defender a la Revolución a la muerte de Fidel.

El mismo Canciller entiende a fondo que la cibernética del Partido es la clave del futuro. Al explicar en su discurso, porque Cuba no ha caído como la URSS, cita a García Márquez:”La explicación de Cuba es que Fidel es al mismo tiempo el Jefe del gobierno y el líder de la oposición”. Felipe agrega: “Es el principal inconforme con lo hecho, el principal crítico de la obra y eso le da una peculiaridad a nuestro proceso.”

La pregunta política de vida o muerte para el Partido Comunista es, por lo tanto: ¿Cuál será el sistema de dialéctica institucional que sustituirá el papel de dialéctica personal de Fidel?


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Heinz Dieterich


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