Qué pasa en Venezuela

Es complicado entender lo que está pasando hoy en Venezuela. Desde hace poco más de un año las contradicciones políticas, económicas y sociales se han venido agudizando, y a tal punto y velocidad, que nos deja inmersos en un mar de cuestionamientos que nos distancian de una interpretación lo suficientemente acertada como para proyectar en el tiempo. Ante tales circunstancias, no queda sino recurrir a la historia. A la historia y al seguimiento exacto del acontecer, tomando de éste algunos elementos con pinzas que nos permitan apreciar lo que está más allá de la propaganda política.

Dentro del desenvolvimiento político-social que hemos venido observando, pueden destacarse algunos elementos que logran, en sumatoria, caracterizar las posiciones objetivas de los principales bloques de poder. Y decimos de poder, porque en Venezuela se participa en la política en la misma medida en la que te haces del poder, en cualquiera de las características en la que este se presente. La característica más clara que se vislumbra dentro de los bloques de poder que hacen hoy la vida política de la nación es el pragmatismo.

Durante los primeros años del siglo XX presenciamos en Venezuela la política del garrote y el terror. Castro y Gómez son el mejor ejemplo de ello. El discurso nacionalista, el entreguismo y la represión fueron elementos que no necesitaron de mayores estratagemas para mantener silenciado a todo un pueblo. Ahí el juego político era nulo, pues sus espacios estaban ocupados por la fuerza, los dólares y la pólvora. Luego nació el partido comunista, acción democrática y, una resistencia militar con claro perfil decimonónico, plantearon un escenario político lleno de inteligencia y contrainteligencia, de asesinatos políticos, de mítines que colocaban en boga la palabra marxismo y social democracia. Fue un periodo de interesante debate político, de fifty-fifty, de un gallegos político, de golpe traición y golpe en los que las figuras nacidas del 28 estiraban la mano para sujetarse de la historia. Periodo interesante, repito, que murió a manos del re-novado garrote, ahora mentado perejimenista. Y de ahí, el salto al puntofijismo y su pragmatismo político descarnado, grotesco, soez. En el periodo bipartidista no existió principio ético sobre posición alguna de la política; En los 40 nefastos años adeco-copeyanos solo prelo el principio del poder por el poder en sí mismo; en la etapa de la política venezolana que nace con Betancourt y muere con Caldera, política era estar en el poder, y cualquier línea discursiva, imagen o forma fuera de este, era hueco, vacio, no político, carente de sentido social; en la etapa puntofijista no valió idea, solo la necesidad de permanencia, con la cual nacía la cultura del pragmatismo político venezolano.

Hoy vivimos y presenciamos una nueva etapa de pragmatismo. Algunos lo llaman real política. Lo cierto es que, una u otra, se diferencia y asemeja (al mismo tiempo y de forma contradictoria) al principio de necesidad de permanencia que nace con el puntofijismo. Hablamos de un pragmatismo en cuanto lo único factible y plausible es lo que nos funciona; pragmatismo en tanto a la oposición al concepto y a la idea como fuentes significantes de una nueva realidad; pragmatismo como estrategia de un paso atrás y dos adelante; pragmatismo en cuanto a practicidad en la línea evolutiva de un planteamiento, de una posición.

Este pragmatismo que se diferencia y asemeja a la cultura política ya mencionada, nace, sin embargo, del mismo principio de necesidad. Solo que a ese principio de necesidad, natural e inherente dentro del desarrollo político del poder, se le agrega el elemento permanente de la contradicción. Contradicción que cumple el rol de ser permanente y coyuntural. Permanente en cuanto a que toda contradicción es permanente o, mejor dicho, toda sociedad se desarrolla en un marco de contradicciones. Coyuntural en cuanto a las características especificas de las que hablamos en el caso de Venezuela, en donde las contradicciones se expresan hoy en forma desproporcional.

Del principio de necesidad no hay mucho que decir. Es obvio que dentro del desarrollo político del poder el tiempo se torna siempre finito, y la necesidad que tal barrera crea se expresa en constante búsqueda de permanencia. A esta necesidad de permanencia, en el caso de Venezuela, se le suma el plus de la contradicción, emanada de la falta de dirección de los dos polos hegemones del poder.

De la falta de dirección o control social de los dos hegemones políticos del país, nacen fracciones radicales que quiebran el punto de equilibrio del proceso político nacional. De esta inflexión en el punto de equilibrio y de la necesidad de permanencia que ya hemos denotado como natural, nace o re-nace el pragmatismo político en Venezuela, presentado de forma acertada en la semiótica de la paz, la vida y el dialogo.

Esto no se puede abordar bajo el simplista principio del bien o el mal, de la lealtad o la traición, de la rectitud o el desvío. He aquí el principio de la complicación para el acercamiento a una teoría sobre el qué coño pasa en Venezuela: el dogma y el pragma. No queda sino, como se dijo al principio, regresar a la historia, y extraer de ella los rasgos que encajen en nuestra interpretación del ahora, que a cada paso deja de ser realidad, porque no es una sino miles, que muta y transforma según los análisis dogmaticos o pragmáticos.

Este punto de inflexión que ha roto el equilibrio sostenido durante un poco más de una década bajo un único hegemon, profundizó las contradicciones de un sinfín de elementos constituyente de la vida social de los venezolanos. Y aun hoy no salimos de la conmoción. Estamos descolocados. De ahí los opinadores que confunden, los encuentros que despistan, las medidas que asombran, los discursos que contentan, los recuerdos que esperanzan, las opiniones que desalientan, y las convicciones que empujan y avanzan.



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Francisco Ojeda


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