Una noticia ha vuelto a la palestra pública la figura del turco Mehmet Alí Agca: “El hombre que intentó matar a Juan Pablo II será liberado”. Y es que la noticia ha causado expectativa e interrogantes: ¿Ha sido suficiente los años cumplidos por este mercenario turco para obtener de nuevo su libertad? ¿Está finalmente aclarado quién o quiénes atentaron en 1981 contra la vida de Juan Pablo II? ¿Acaso la muerte de Santo Padre no devino como consecuencia de ese infeliz atentado que le mermó los últimos veinte años en achaques de salud y debilitamiento de su fortaleza? ¿Se merece Alí Agca tener una nueva oportunidad?
Según especialistas de la Central de Inteligencia norteamericana, CIA, Alí Agca no sólo era un mercenario, sino un asesino. Ya en su lista habían ocurrido varios eventos que hacían suponer su condición de “profesional” en eso de asesinar por encargo. Con la justicia turca tenía deudas de un asesinato a un periodista en 1979, pero por esos absurdos procedimentales la condena fue reducida y los cargos liberados.
En su último libro, titulado “Memoria e identidad”, Juan Pablo II da su versión del atentado en un epílogo que titula “Alguien desvió esta bala”. Y es que el propio Juan Pablo II hace evidente el perdón que hizo manifiesto al asesino Agca y que apreció con sumo dolor que él sólo estuviera interesado en saber cómo hizo Juan Pablo II para sobrevivir al ataque, toda vez que su actuación mercenaria fue impecable y profesional. Le interesaba más, esgrime Juan Pablo II, “cómo era posible que no le saliera bien el atentado. Porque había hecho todo lo que tenía que hacer, cuidando hasta el último detalle. Y, sin embargo, la víctima designada escapó de muerte. ¿Cómo podía ser?”.
Para el que fuera secretario del Santo Padre, Monseñor Stanislaw Dziwisz, lo que ocurrió aquella tarde, a las 17:17 horas, fue el producto de un milagro. El atentado en su aspecto humano sigue siendo un misterio, se ha hablado que fue la KGB la que pagó por el acto, pero también que mafias del propio Vaticano, ante un liderazgo que estaba creciendo ampliamente y que tendía a menoscabar los intereses de esos grupos, se habían acordado eliminar físicamente a quien consideraban un enemigo en potencia. Claro está, ha habido múltiples comentarios, pero el que quizás hubiese aclarado todo, el de Agca, sólo ha quedado en frases inconsistentes, en referencias inexactas, que nos hace dudar que ese hombre se merezca una segunda oportunidad.
El propio Monseñor Stanislaw Dziwisz nos hace una revelación que afianza esa duda: “El Papa lo había perdonado públicamente ya en su primera alocución después del atentado. Por parte del prisionero nunca le he oído pronunciar las palabras: Pido Perdón. Le interesaba únicamente el secreto de Fátima…” En una palabra, quería terminar de convencerse que su instinto asesino fue superado por un poder sobrenatural y no por la acción humana de algunos de los presentes que se abalanzaron sobre él una vez realizados los disparos.
Monseñor Stanislaw Dziwisz describe el grave daño sufrido por el Santo Padre: “Agca tiró a matar. Aquél disparo debería haber sido mortal. La bala atravesó el cuerpo…hiriéndolo en el estómago, en el codo derecho y en el dedo índice izquierdo. El proyectil cayó después entre el Papa y yo. Oí dos disparos más, y dos personas que estaban a nuestro lado cayeron heridas…”
Hoy se habla de la liberación del asesino Agca. Deberíamos ver el asunto como lo apreció Juan Pablo II, con misericordia y compasión; pero también Juan Pablo II nos legó una frase lapidaria que fue esgrimida en el contexto del inicio de las hostilidades de los Estados Unidos de Norteamérica contra el pueblo de Irak en el 2003: “¡Esa guerra es inmoral!”; lo que nos da la licencia, respetando los puntos de vista de ustedes apreciados lectores, para decir: ¡Liberar a Mehmet Alí Agca es inmoral!
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