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Al plantear un nuevo socialismo de inmediato salta la idea de un complejo sistemas humanizador de los procesos sociales; asalta a nuestra mente la incertidumbre de un sistema económico que permita sobrevivir en una economía de mercado, globalizada y ahistórica; y aparece la necesidad de optar por un modo de hacer política donde el poder es socializado con base en procesos de democratización sólidos y de verdadera transferencia al pueblo organizado.
Sin embargo, lo que en lo personal allana mi esperanza es la necesidad de blindar al nuevo socialismo de una estructura ética y valorativa tal que permita garantizar la transparencia en los procesos y evite la corrupción dentro del Estado.
El tema de la corrupción es un tópico muy filoso, ya que toca aspectos no sólo de lo administrativo sino, de la vida cotidiana, y aun más, complejiza las relaciones humanas a partir de lo cultural. Es posible que para lo que en una cultura es sinónimo de corrupción, para otra es un hecho normalizado. Por ejemplo, el cobro de comisiones o el famoso diez por ciento (10%) en culturas europeas son no solo normales sino legales, y se norma el hecho de que un funcionario público por facilitar procesos o concretar contrataciones se le asigne una cuota de ganancia. En nuestro país el 10% tanto es ilegal como es una irregularidad desde una perspectiva ética, pero es una práctica normalizada en muchos de los sectores de nuestra administración pública, que además consigue en la empresa privada el principal promotor para esta práctica.
En el caso de las prácticas cotidianas de la corrupción, muchas veces la necesidad material como elemento detonante, eyecta complejos sistemas relacionales en espacios tan íntimos como las parejas, la sexualidad, la amistad y el aspecto laboral. Es preocupante como en condiciones normales el tráfico de influencias o “el compadrazgo”, condición heredada de la cultura de la “adequidad” para la resolución de problemas personales o acceso a servicios públicos o el “cuanto hay pa' eso”, son prácticas no legales ni normales, pero si normalizadas, como por ejemplo el hecho de que en nuestro país el más revolucionario se come la luz roja en las noches o por alguna circunstancia se “colea” en algún momento de su vida.
La corrupción tiene su origen entre otras cosas en la libre competencia, y en el principio amoral que se resume en la frase que sintetiza en parte el pensamiento de Maquiavelo “el fin justifica los medios”, es por ello que, por ejemplo, podríamos justificar el ataque con la bomba atómica a Hiroshima y Nagasaki, ya que fue un medio para alcanzar un fin “noble”, finalizar la guerra.
Es urgente abrir el debate de una ética revolucionaria socialista y bolivariana.