La vida del Comandante Chávez es una vida heroica, jamás represora, jamás burguesa: una vida para transformar a Venezuela en un país feliz, independiente y libre. Tres veces le levanta la vida en triunfo, y las tres para derrocarle nuevamente con mayor furia. Su gloria, ahora, es inextinguible. Más, precisamente en este instante la mano de hierro inexorable aplasta su vida; el entusiasmo del pueblo en masa se vuelca sobre su ataúd. Ya su destino no le necesita, la voluntad sabiamente cruel que lo trazó ha conseguido lo que anhelaba: la vida de Chávez ha dado el supremo rendimiento de fruto; ya puede arrojar como un despojo la cáscara de su cuerpo. Cada ascensión se paga con una caída, cada segundo de gracia, con largas horas sombrías de agobio y desesperación.
Era lo que faltaba a su destino: encerrar en un minuto en ascuas la culminación de la carrera de este Gigante, con resplandor que revelase al Mundo entero la llamarada de su triunfo. Ya estaba salvado el fruto puro, ¿para qué conservar la áspera corteza de su cuerpo? Chávez muere el 5 de marzo de 2013. Una sacudida de escalofrío atraviesa Venezuela de punta a punta. Es un instante de duelo indecible. Más luego el dolor contenido estalla; de todas las ciudades y pueblos más lejanos se ponen en camino, al mismo tiempo, sin que nadie los organice, su amado pueblo que viene a rendirle al Gigante sus póstumos honores.
Entre Chávez y su destino se libra un combate sin tregua, una especie de amorosa hostilidad. Todos los conflictos lo aguzan dolorosamente, todos los contrastes aumentan su dolorosa tensión hasta el desgarramiento. La vida le hace sufrir porque le ama, y él la ama porque le aprieta hasta ahogarle, pues este hombre, en quien reside la mayor de las sabidurías, sabe que en el dolor se guardan las más grandes posibilidades del sentimiento. No le interesa en lo más mínimo acomodarse al sistema hipócrita, explotador, capitalista, de este mundo, cruel, y es eternamente, incalculable. Para él, la prueba más indubitable de su existencia no es existo porque pienso, sino el sufro, luego existo. Y este existir es, en Chávez el triunfo supremo de la vida. Quien vive muriendo día tras día, entretejiendo la vida con la muerte, conoce un terror potente y elemental del que nada sabe la experiencia diaria de los demás; los cuerpos que jamás perdieron su contacto con la tierra ignoran lo que es el placer de flotar en el éter, como alma sin cuerpo.
Quien padece es ya hermano(a) suyo(a) por vínculo de pasión, y todo el pueblo, que sólo ponen sus miradas en Él, en el hermano, el padre y protector, ignoran el miedo, lo saben todo. Todos poseen el sublime don de no saber odiar, lo que les permite una comprensión ilimitada de todo lo terrenal. El hombre desnudo y eterno que hay en ellos se ha reconocido, y este misterio de universal reconciliación y hermanamiento, este canto de las almas, es la obra del Gigante Chávez.
Mi Comandante: Tu amado pueblo tiene que pasar agotadoras penurias para conseguir alimentos y otros enseres de consumo diario, la parasita burguesía especula, acapara, nos explota, y nadie le pone coto a tanto abuso y sinvergüenzura. La pobreza está aumentando. Los funcionarios públicos que debían protegernos de esta agresión, lo que hacen es buscar negocios y ver cómo se pueden beneficiar con tanto desastre especulativo. ¡Tú legado les importa un carajo! ¡Aquelarre de una cuerda de vividores, boliburgueses, rojo-rojitos, barraganeando, encaramados en tremendas camionetotas, con los reales robados al pueblo!
Mi Comandante: ¡Tú te inmolaste para darle Patria, igualdad y Libertad a Tú amado pueblo! Y todo, ¿para qué?
¡Hasta la Victoria Siempre, Comandante Chávez!
¡Patria Socialista o Muerte!
¡Venceremos!