Castillo Lara, el cardenal casi mártir

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Rafael Poleo es un adeco recio, agudo, con una capacidad de análisis (no hablemos de inteligencia, porque ofende a los demás) superior a la del dirigente o vocero opositor promedio. De él se puede decir cualquier cosa menos que le tiemblan las piernas; en las publicaciones que ha dirigido llevaron leña, entre muchos otros, su copartidarios y expresidentes Lusinchi y CAP y sus respectivos entornos. No se diga entonces que el Poleo ha sido alcahueta. Pero sí, dígase, que ha sido interesado y vengativo. Hay un momento en que los hombres rompen relaciones con otros que hasta ayer nomás fueron queridos hermanos; cuando ese momento le ha llegado a Rafael Poleo es cuando sus revistas y periódicos han destilado mayor y mejor veneno.

¿Mejor veneno? Sí: muchas de sus mejores piezas como polemista y escrutador de la política venezolana han tenido su origen en rabietas contra el político que le cae mal, que lo ofendió o que le puede generar dividendos con su desgracia. ¿Cómo así? Fácil: en un momento en el cual toda la derecha, los dueños del poder mediático y el económico, están contra Chávez y sus allegados, Poleo no tuvo sino que agregar su nombre al de tales huestes y allí lo tienen, triunfal y pomposo, dueño de una revista que imprime quincenalmente 300 ejemplares (de los cuales venderá unos 35) y un diario, dirigido por su hija, que imprime 3.000 (de los cuales seguramente vende mil). Mayor gloria, imposible.

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¿Por qué volver entonces a Poleo, vistos esos números que señalan que su palabra no influye, básicamente, en nadie? Primero, porque es un hecho que este señor sabe más que ustedes y que nosotros acerca de cómo y con qué elementos se están confeccionando las vías perversas, las sucias, las cochinas, mediante las cuales la oposición más irracional quiere perpetrar un ataque contra las instituciones. Y segundo, porque ni de vaina íbamos a pasar por alto el gran titular que le dedicó el periodiquito de los Poleo, el lunes pasado, a la estupidez que cometió Castillo Lara en Barquisimeto. Tituló así El Nuevo País: “Comparan a Castillo Lara con Arias Blanco”, y en el subtítulo: “Homilía del cardenal estremeció los cimientos del régimen”. Como si fuera capaz de estremecer algo el discurso de un estúpido a quien los “duros” de la oposición quieren convertir en mártir…

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¿En Mártir? ¿Será casual que se esté comparando a Arias Blanco con Castillo Lara?
El mayor mérito de Arias Blanco fue haberse pronunciado en público contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, cuando ésta estaba lanzando sus últimos estertores. Ahora el Castillo arremete contra la democracia de más arraigo popular en nuestra historia y hay quien quiere elevarlo a la categoría de santo. E insistimos: ¿cuál es el primer requisito para que alguien lleve encima la etiqueta de mártir o de santo? La respuesta ustedes la saben: que esté muerto. Rafael Arias Blanco murió en un accidente de tránsito en 1959 y de allí en adelante todos los adecos y copeyanos lo recuerdan con cariño.
¿Será que alguien está pensando en recordar también con cariño, dentro de poco, al pobre cardenal?

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No hay que hacerse el bolsa, compatriotas. Después de haber renunciado olímpicamente a las vías democráticas de participación y disensión, la oposición quedó necesitando urgentemente un acto que desate la furia de los obnubilados que creen en Globovisión, que no son pocos. Algo que acabe con la paz en las calles o que al menos cree esa sensación. Estamos en año electoral y los ataques contra Chávez y el chavismo han de incrementarse. Poco ha de importarles a los partidos auto-ilegalizados cuán salvaje se vuelva el clima político en el país, pues nada tienen que perder quienes ya perdieron los curules, la calle y el respeto del pueblo. ¿Cuesta mucho imaginárselos realizando autoatentados y demás acciones asquerosas por el estilo? ¿No es de cajón que quien abandona las vías legales es porque anda pensando en otras de distinta índole?
En lo personal, si le tuviera algún aprecio o algún respeto al pobre anciano a quien ciertos “vivos” quieren inflarle el ego para que se sienta importante, en este momento estaría recomendándole que se cuide de sus “amigos”, aduladores y demás besasotanas. Sólo a ellos puede convenirles que el fin de los días de Castillo tenga alguna similitud con el de Arias Blanco.
¿A quién estoy acusando de estar planificando una cosa asquerosa como esa? No chico, a nadie en particular, por favor.

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Ah caramba, miren cómo se dispersa uno sin querer. Comencé hablando de los Poleo y terminé hablando de un posible plan para convertir en mártir a un cura gris y deslenguado. Uno sí que es descuidado, vale.

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José Roberto Duque


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