Gracias mil a Don Francisco Herrera Luque:
1.— Veamos el profundo “conocimiento” o “desconocimiento” que existe entre los venezolanos sobre la vida del Libertador después de Carabobo, ya que esos años, de 1821 a 1830, son sin duda alguna los más trascendentales en su vida, y los que más luz arrojan sobre su gloria y fracaso. Veamos también las razones de la historia oficial por silenciar, soslayar u omitir lo que sucedió en esos nuevos años, cuando son claves para la comprensión de ciertos fenómenos sociales y políticos que todavía hoy nos afectan. ¿Son los intereses creados los que obstaculizan la divulgación de esta historia? Sin duda alguna. ¿O es que acaso ustedes no lo creen? En primer lugar, se pone en evidencia que los sueños del Padre de la Patria, a pesar de su grandeza, eran y continúan siendo irrealizables. La unión de Colombia y de Venezuela había sido, fue y sigue siendo impracticable.
¿José Antonio Páez y Francisco de Paula Santander, son voceros pura y simplemente de la voluntad de sus respectivos pueblos?, ¿de sus deseos de mantenerse autónomos y libres de dependencias y ataduras el uno ante el otro? ¡Es el drama profundo de un gran hombre víctima de la perfidia de sus lugartenientes!
2.— El Libertador, totalmente recuperado de las fiebres que lo asaltaron en Pativilca y de la depresión que lo acongojó por la pérdida del Callao y la Traición de Torre Tagle, cabalga por los alrededores, cuando un caballo al galope llama su atención. Es el general Antonio José de Sucre, que en voz alegre le dice: Buenas noticias, Libertador. Páez tomó Puerto Cabello y Santander logró del Congreso el permiso necesario para enviaros más tropas.
Libertador: ¡Viva! Ahora sí salimos de abajo, Antoñito. Voy a hacer un nuevo Estado sobre las ruinas de la soberanía peruana. Estoy resuelto a no dejar nada por hacer. La guerra vive del despotismo y no se libra con el favor de Dios. Seamos terribles e inflexibles. Disciplinemos nuestras fuerzas. Si no hay cañones habrá lanzas. Si no hay dinero para pagar las tropas, que se funda el oro y la plata de las iglesias. Todo vale si al final está la libertad.
Tal como lo prometió, hizo de la nada un gran ejército. El general irlandés Muller, la primera vez que lo vio desfilar, dijo al general Sucre: Yo no sé de dónde el Libertador habrá sacado tanto dinero para equipar un gran ejército en un país empobrecido. Le aseguro que pudiera desfilar por St. James Park y llamaría la atención. ¿Qué espera para atacar?
Sucre: Me ha dicho que la oportunidad.
Sucre: ¿Y cuál es esa oportunidad, Libertador?
Libertador: No te olvides que el Perú es la tierra de las escisiones. Es el país de Atahualpa luchando a muerte contra su hermano Huáscar; de Pizarro contra su socio Almagro, de Riva Agüero y de Torre Tagle. Sobre este país pesa la maldición del cisma y de la ambición.
Libertador: (Con voz alegre) General Sucre…
Sucre: Diga usted, Libertador…
Libertador: La oportunidad que yo esperaba se ha presentado. El general español Pedro Olañeta y su ejército de cuatro mil hombres desconocen la autoridad del Virrey. Por mucho tiempo Olañeta ha gobernado el Alto Perú y resiente la autoridad de la Serna. Ya el Virrey no tiene doce mil soldados, como tenía antes, sino apenas ocho, que luchan ahora contra los otros cuatro. ¡Llegó la hora!
3.— El ejército Libertador compuesto de seis mil grancolombianos y cuatro mil peruanos se pone en marcha hacia el Sur. En Junín, el 6 de agosto de 1824, chocan ambos ejércitos. No se dispara un solo tiro. La lucha es a espada, lanza y machete.
Junín se convierte en una gran victoria para el Libertador. El héroe chileno Bernardo O’Higgins ha cruzado las cordilleras para acompañar al Padre de la Patria en aquel decisivo encuentro. Al Libertador le falta poco para alcanzar el triunfo definitivo. Desesperado, clama por más tropas a Santander. Una mañana recibe la grata noticia. Un ejército de venezolanos y colombianos está a media jornada.
Libertador: (Eufórico) La pegamos, Antoñito… la victoria es nuestra…
Sucre: Tengo, sin embargo, que daros una mala noticia, Libertador.
Libertador: ¿Qué pasa?
Sucre: Santander (Uribe) accede a enviaros refuerzos, pero prescinde que vos seáis el jefe del ejército… Dice que sois el Presidente de la Gran Colombia y que no debéis exponer vuestra vida.
4.— El Libertador, humillado, dejó el ejército en manos de Sucre y entró a Lima el 7 de diciembre de 1824. Dos días más tarde se produjo la gran victoria de Ayacucho. El imperio español estaba definitivamente vencido. América era realmente Libre. Todo el año de 1825 fue de gloria y esplendor para Bolívar. El Congreso peruano intentó darle un millón de pesos como recompensa a su esfuerzo, a lo que no accedió con su típico desprendimiento y el que con indignidad tratarían de cobrar años más tarde Antonio Leocadio Guzmán y su hijo el Presidente.
5.— A mediados de 1825 abandonó Lima y se trasladó al Alto Perú, la actual Bolivia, que tradicionalmente, hasta hace unos años en que pasó a ser dependencia del virreinato peruano, había sido dependencia del virreinato de La Plata. A la Gran Colombia para los planes del Libertador en aquellos momentos no le interesaba ni un Perú ni una Argentina fuertes. Desde hacía tiempo había tendencias autonómicas en la región que sería bautizada con su glorioso nombre.
El Libertador, como buen político, aupó las tendencias separatistas del Alto Perú. Desde Chuquisaca le escribe a Santander: Los diputados del Alto Perú, invocando mi protección, se declararon república independiente. Para honrarme le dieron por nombre Bolivia.
El 18 de agosto de 1825 se produce en la Catedral de la Paz la siguiente ceremonia:
Bolívar, con Sucre a su derecha y José María Córdoba a su izquierda asisten a un Tedeum en su honor. El recinto está atestado de todos los notables de la ciudad. En un momento dado, el Obispo que oficia el acto se vuelve hacia el portal. Dos niñas hacen su entrada y se dirigen hacia el Altar Mayor. Entre ambas en un cojín de brocado, llevan una corona de oro. Los presentes se ponen de pie. El prelado se acerca al libertador. Las niñas se arrodillan. El dignatario toma la corona e intenta ceñírsela al Padre de la patria. Suavemente, Bolívar se lo impide, toma la corona en sus manos y con una sonrisa se la entrega a Sucre, quien a su vez la rehúsa y la pone en manos de Córdoba.
Una voz: (Patética) ¡Viva Simón Bolívar, Libertador de América!
Coro: ¡Viva!
6.— Aquella mañana el general Sucre dice al Libertador: Acaba de llegar un enviado del general Páez con una carta para su Excelencia.
El libertador: Dile que pase…
Sucre: Libertador, tengo el gusto de presentaros al enviado del general Páez…
Libertador: Bienvenido, amigo, ¿cuál es vuestra gracia?
Enviado: Antonio Leocadio Guzmán…
Y de esta forma se conocieron el Padre de la Patria, y el Padre de la Mentira, padre también de Antonio Guzmán Blanco. El mismo que con el tiempo, luego de ser su secretario particular, sería el primero en firmar el decreto de expulsión del Libertador de Venezuela y que, por esas vicisitudes de la historia, reposa (reposaba) en el Panteón Nacional al lado de los gloriosos restos.
Libertador: Pero este Páez está loco. Mírenme lo que me propone:
Páez: “Tanto un grupo de oficiales como el que esto escribe deseamos abolir la forma de gobierno republicano y crear un imperio según el modelo de Napoleón. Este país se parece a la Francia cuando el Gran Napoleón fue llamado a Egipto por los grandes personajes. Vos deberéis llegar a ser el Bonaparte de la América del Sur, porque este país no es el país de Washington”.
Libertador: Ahora mismo le voy a contestar a Páez. Sírvase, secretario Santana, tomar nota de lo que le voy a dictar.
Mi querido general: “Colombia no es Francia, ni yo soy Napoleón… Ni deseo serlo. Tampoco emularé a César o a Iturbide. Esos ejemplos me parecen indignos de mi gloria. El título de Libertador es muy superior a lo que pueda ofrecerse al orgullo humano. Un trono produciría terror tanto por su altura como por su esplendor. Se borraría la igualdad, y las razas de color, frente a una nueva aristocracia, sentirían que sus derechos se habían perdido por completo… Confieso, francamente, que ese plan es impropio de vos, de mí y de mi país”.
7.— La Gloria del libertador alcanza su cénit. En Potosí recibe a los embajadores de las Provincias del Plata (actual Argentina), quienes recaban su protección contra las pretensiones territoriales de Pedro II, Emperador de Brasil. El Libertador envía un ultimátum a Pedro II, y el Emperador se repliega para evitar la guerra contra el Ejército Libertador. ¿Sabía usted eso amigo lector? Pues sépalo de una vez. El Libertador salvó a la Argentina de la voracidad brasilera, aunque eso no lo digan ni los argentinos, ni los historiadores venezolanos.
8.— En aquel momento surge la gran idea del Libertador: la fundación de la Federación de la América del Sur, con la Nueva Granada, Perú, Bolivia y la Argentina. Pero Santander (Uribe) hace valer su opinión ante el Congreso y se opone a tan ambicioso proyecto. Logrado, casi doscientos años más tarde por el Comandante Chávez: La UNASUR, y más tarde, la CELAC.
9.— La situación en la Gran Colombia se ha tornado explosiva. El negro Leonardo Infante, venezolano y amigo entrañable del Libertador y de Páez, ha sido fusilado por orden de Santander, (Uribe) por un crimen que no ha cometido. Los venezolanos, con Páez al frente, están indignados. Paéz desconoce al gobierno central de Bogotá. Los ayuntamientos del país lo apoyan en su decisión. El Libertador exclama ante las noticias:
Libertador: “Mi presencia en Colombia es absolutamente necesaria. Los malvados no tienen honor ni gratitud. No saben agradecer sino temer. El mando pesa más que la muerte para el que no tiene ambición”.
En febrero de 1826 el Libertador regresó a Lima. Se aceptó la Constitución Boliviana. Era amado y respetado por el pueblo peruano. Hasta el verano siguió el sitio del Callao.
El traidor Torre Tagle murió en el sitio. Los españoles capitularon y finalmente se restableció la paz. “El ambiente de Lima —según refiere el Padre de la Patria— era grato y yo feliz. Fui elegido Presidente del Perú y, de haberle hecho caso a mi corazón, me hubiese quedado en el Perú para siempre en aquel hermoso país; pero el deber me llamaba”.
10.— Una tarde, con el corazón desgarrado, el Libertador se despidió de Lima y de Manuela y tomó rumbo a Bogotá. El 14 de febrero de 1826, luego de tres años de ausencia, el Libertador entró a la ciudad capital. ¡Cuán distinta fue la recepción que le prodigaron a la que le dieron siete años atrás cuando entró luego de triunfar en Boyacá! Hay poca gente esperándole a la entrada de la capital. Rostros sombríos lo miran. Una que otra voz grita: ¡Viva el Libertador!, pero en general reina un hostil silencio. Varios letreros en las paredes lo acusan: ¡Viva la Constitución! Sin poderse contener le dice malhumorado a su ayudante: Todo esto es obra de Santander. (Uribe)
En una esquina del Centro le espera una Junta de Notables. El Libertador los mira con suspicacia. El orador de orden comienza: Colombia está de plácemes con vuestra augusta presencia, a pesar de que aún sangran las heridas infligidas a la Constitución y a las leyes de la República…
Bolívar, sin poderse contener, interrumpe impetuoso al orador: Este es un día consagrado para la gloria del Ejército. Hablad de ella y no de la Constitución… Y sin decir más espoleó a su caballo dejando a los notables boquiabiertos e indignados.
11.— Aquel día comenzó a declinar la estrella del Padre de la Patria. En los cuatro años que restaban para su muerte (asesinato) no le fue ahorrado ningún sufrimiento.
¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los antiterroristas cubanos Héroes de la Humanidad!
¡Bolívar y Chávez Viven, la Lucha sigue!
¡Venceremos!