Mi querido Proudhon: Ma había hecho el propósito, muchas veces, desde que salí de París, de escribirle; hasta hoy me lo han impedido circunstancias independientes de mi voluntad. Le ruego crea usted que los únicos motivos de mi silencio son un aumento de trabajo, las molestias de un cambio de domicilio, etc.
Y ahora, sobre todo, saltemos in medias res. Conjuntamente con dos de mis amigos, Federico Engels y Felipe Gigot (los dos en Bruselas), he organizado con los comunistas y socialistas alemanes una correspondencia regular, que deberá ocuparse de la discusión de cuestiones científicas, de la vigilancia de los escritos populares y de la propaganda socialista que se puede hacer en Alemania por ese medio. El propósito principal de nuestra correspondencia será, sin embargo, el de poner a los socialistas alemanes en relación con los socialistas franceses e ingleses, de informar a los alemanes en Alemania sobre los progresos del socialismo en Francia y en Inglaterra. De esta manera, las diferencias de opinión se podrán manifestar; se llegará a un cambio de ideas y a una crítica imparcial. He aquí un paso que había dado el movimiento social en su expresión “literaria”, a fin de liberarse de los límites de la “nacionalidad”. Y, en el momento de la acción, es ciertamente de un gran interés para cada uno estar informado del estado de cosas en el extranjero como en su casa.
Además de los comunistas en Alemania, nuestra correspondencia comprenderá también a los socialistas alemanes en París y Londres. Están ya establecidas nuestras relaciones con Inglaterra; en lo que se refiere a Francia, todos pensamos que no podemos encontrar mejor corresponsal que usted; usted sabe que los ingleses y los alemanes hasta hoy le han apreciado mejor que sus propios compatriotas.
Pero ya ve usted que se trata únicamente de crear una correspondencia regular y de asegurarle los medios de proseguir el movimiento social en los diferentes países, de llegar a un interés rico y variado como nunca podría realizarlo el trabajo de uno solo. Si quiere aceptar nuestra propuesta, los gastos de importe de las cartas que le serán enviadas, así como de las que nos mandará, serán sufragados aquí; las colectas que se hacen en Alemania serán destinadas a cubrir los gastos de correspondencia.
La dirección a la cual escribirá es la del Sr. Felipe Gigot, 8 calle Bodenbrook. Es él quien tendrá también la firma de las cartas de Bruselas.
No tengo necesidad de añadir que toda esa correspondencia exige por su parte el secreto más absoluto; en Alemania nuestros amigos deben trabajar con la mayor circunspección para no comprometerse.
Conteste muy pronto y crea en la amistad bien sincera de su adicto,
Bruselas, 5 de mayo 1846. Karl Marx.
En la misma carta escriben F. Gigot y F. Engels:
P.S.: Le denuncio al señor Grün, en París. Este hombre es un partidista literario, una especie de charlatán que quisiera hacer el comercio de ideas modernas. Trata de encubrir su ignorancia con frases pomposas y arrogantes, pero se ha vuelto ridículo con su galimatías. Además este hombre es peligroso. Abusa de las relaciones que ha establecido con autores conocidos, gracias a su impertinencia, para hacerse con ellos un pedestal y comprometerles ante el público alemán.
En su libro sobre los socialistas franceses tiene la audacia de llamarse el profesor de Proudhon, pretende haberle revelado los axiomas importantes de la ciencia alemana y se burla de sus escritos. Quizás le hablaré más tarde de ese individuo.
Aprovecho con placer la ocasión que tengo con esta carta para decirle cuánto me es agradable entrar en relación con un hombre tan distinguido como usted. Entre tanto permítame decirme su adicto.
Felipe Gigot.
En cuanto a mí, sólo puedo esperar que usted, Sr. Proudhon, aprobará el proyecto que acabamos de presentarle y que tendrá la complacencia de no negarnos su colaboración.
Le expreso el profundo respeto que sus escritos me han inspirado por usted y soy su adicto.
Federico Engels.
Contestación de Proudhon:
Lyon, 17 de mayo 1846.
Mi querido señor Marx: Acepto de buen grado hacerme uno de los colaboradores de su correspondencia, cuyo propósito y organización me parecen ser muy útiles. No le prometo, sin embargo, escribirle mucho o con frecuencia; mis ocupaciones de toda naturaleza, junto a mi pereza natural, no me permiten estos esfuerzos epistolares. Tomaré también la libertad de hacer algunas reservas, que me son inspiradas por algunos trozos de su carta.
Ante todo, a pesar de que mis ideas sobre organización y realización estén en este momento completamente precisadas, por lo menos en lo que se refiere a los principios, pienso que es mi deber, que es el deber de todo socialista, conservar aún por algún tiempo la forma antigua o dubitativa, en una palabra, profeso con el público un anti dogmatismo económico casi absoluto.
Busquemos juntos, si usted quiere, las leyes de la sociedad; las formas en que esas leyes se realizan; el proceso según el cual llegamos a descubrirlas; pero, ¡por Dios!, después de haber derribado todos los dogmatismos, a priori no pensemos en doctrinar al pueblo a nuestro turno, no caigamos en la contradicción de su compatriota Martín Lutero, quien, después de haber derribado la teología católica, se consagró en seguida, con la ayuda de excomuniones y anatemas, a fundar una teología protestante. Desde hace siglos, Alemania no está ocupada más que en destruir la revocadura del señor Lutero; no preparemos para el género humano una nueva tarea con nuevos atolladeros. Aplaudo con todo mi corazón su idea de publicar un día todas las opiniones; hagámonos una buena y leal polémica; demos al mundo el ejemplo de una tolerancia sabia y previsora; pero, por estar a la cabeza del movimiento, no nos hagamos los jefes de una nueva intolerancia; no nos presentemos como apóstoles de una nueva religión, fuera esa religión de la lógica, la religión de la razón. Recibamos, animemos todas las protestas, condenemos todas las exclusiones todos los misticismos; no consideremos jamás una cuestión como agotada y cuando hayamos utilizado hasta nuestro último argumento, empecemos de nuevo, si es necesario, con la elocuencia y la ironía. Con esta condición entraré con placer en su asociación; si no, no.
Tengo también que hacerle algunas observaciones sobre estas palabras de su carta: “En el momento de la Acción”. Quizás conserva usted aún la opinión de que ninguna reforma es posible actualmente sin un golpe de fuerza; sin lo que se llamaba antaño una revolución y que no es más que un bamboleo. Esa opinión que concibo, que excuso, que discutiría de buena gana por haberla tenido mucho tiempo yo mismo, le confieso que mis últimos estudios me han hecho rectificar completamente.
Creo que no necesitamos de ello para triunfar y que, por consiguiente, no debemos fijar la acción revolucionaria como medio de reforma social, porque ese pretendido medio sería simplemente una llamada a la fuerza, a lo arbitrario, concretamente una contradicción. Para mí el problema es así: hace entrar en la sociedad, por una combinación económica, las riquezas que han salido de la sociedad por otra combinación económica. Entre otros términos, transformar en Economía política la teoría de la propiedad contra la propiedad, con el fin de engendrar lo que vosotros, socialistas alemanes, llamáis comunidad y que limitaré por el momento a llamar libertad, igualdad. Pienso conocer el medio de resolver, en breve plazo, ese problema: prefiero, pues, hacer arder la propiedad de San Bartolomé de los propietarios. Mi próxima obra, que en este momento está a la mitad de su impresión, le dirá más sobre ello.
He aquí, mi querido filósofo, dónde estoy por el momento: Salvo que me engañe y, si es necesario, reciba la férula de su mano, a que me someto de buen grado, esperando mi desquite. Tengo que decirle de paso que tales me parecen ser también las disposiciones de la clase obrera de Francia. Nuestros proletarios tienen una sed tan grande de ciencia, que recibirán muy mal a quien les presentara nada más que sangre para beber. En resumen, sería, a mi parecer, una mala política para nosotros hablar como exterminadores; los medios de rigor estarían prestos; el pueblo no necesita para ello ninguna exhortación.
Deploro sinceramente las pequeñas divisiones que, según parece, existen ya en el socialismo alemán y de las cuales sus quejas contra el Sr. Gigot me ofrecen la prueba. Temo que tenga de este escritor una idea falsa. Invoco, mi querido señor Marx, su sentido razonable. Gigot se encuentra exiliado, sin fortuna, con una mujer y dos niños, teniendo para vivir nada más que su pluma. ¿Qué quiere que explote para vivir sino las ideas modernas? Comprendo su ira filosófica, y reconozco que la santa palabra de la humanidad nunca debería ser materia para un tráfico; pero no quiero ver aquí más que la desgracia, la gran necesidad, y disculpo al hombre. ¡Ah! Si todos fuéramos millonarios, las cosas andarían mejor; seríamos santos y ángeles. Pero hay que vivir, y usted sabe que esa palabra no expresa aún, ni mucho menos, la idea que da la teoría pura de la asociación. Hay que vivir, es decir, comprar pan, leña, carne, pagar a un dueño9 de casa; y, a fe mía, el que vende ideas sociales no es más que indigno que el que vende sermón. Ignoro completamente si Gigot se ha dado él mismo como mi preceptor. ¿Preceptor de qué? Sólo me ocupo de Economía política, cosa sobre la cual él no conoce casi nada; considero la literatura como un juego de niños, y en lo que se refiere a la filosofía, sé bastante para tener el derecho de burlarme de ella cuando llega el caso. Gigot no me ha revelado nada; si lo ha dicho, ha dicho una impertinencia de la cual estoy seguro que se arrepiente.
Lo que sí sé, y que estimo más que condeno —un pequeño acceso de vanidad—, es que debo al señor Gigot así como a su amigo Ewerbeck, el conocer las obras más de usted, mi querido señor Marx, y las del señor Engels, y del libro tan importante de Feuerbach. Estos señores, a ruego mío, han hecho algunos análisis para mí en francés (ya que tengo la desgracia de no leer el alemán) de las publicaciones sociales más importantes. Y es por solicitud suya por lo que debo insertar (lo que hubiese hecho por mí mismo, además) en mi próxima obra una mención de las obras de los señores Marx, Engels, Feuerbach, etc. En fin Gigot y Ewerbeck trabajan en conservar el fuego sagrado en los alemanes residentes en París, y el respeto que tienen para estos señores los obreros que les consultan me parece una garantía segura de la rectitud de sus intenciones.
Tendría placer, mi querido señor Marx, en verle rectificar una opinión provocada por un momento de irritación, porque estaba enfadado al escribirme. Gigot me ha manifestado el deseo de traducir mi obra actual; he comprendido que esa traducción, pasando antes por otras, le procuraría algún socorro; pues le estaría muy agradecido a usted como a sus amigos, no por mí, sino por él, que le prestara su apoyo en esta ocasión, contribuyendo a la venta de un escrito que podría sin duda, con la ayuda de usted, procurarle más provecho que a mí.
Si me quisiera dar la promesa de su colaboración, mi querido señor Marx, yo mandaría inmediatamente mis pruebas al seños Gigot y pienso, no obstante sus agravios personales, de los cuales no quiero ser juez, que esa conducta nos honraría a todos.
Mil amistades a sus amigos, Sres. Engels y Gigot.
P.J. Proudhon.
Las cartas cruzadas entre Marx y Proudhon dejan situadas históricamente sus actitudes. Marx, siguiendo una línea ascendente, fue agigantando su obra, mientras que Proudhon, con su decadente ideología, fue hundiéndose en sus contradicciones. Su famosa frase "la propiedad es un robo” y la de que el mejor gobierno es “el gobierno de la anarquía”, no significaron nada. Marx había precisado sus nuevas teorías, en principios que, sin ser un dogma, serían inconmovibles porque prenderían cada vez con más fuerza en las masas. Marx señalaba “que el modo de producción de la vida material determina, de una manera general, el progreso social, político e intelectual de la vida.” “Que no es la conciencia del hombre quien determina su manera de ser, sino su manera de ser quien determina su conciencia…” “Que una teoría se transforma en potencia material si ella prende en las masas.” “Que la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos.” Marx enfilaba al porvenir, Proudhon marchaba hacia atrás.
Proudhon empezó considerando que “la propiedad es un robo” y que el mejor gobierno es “el gobierno de la anarquía” para terminar visitando a Luis Bonaparte, dedicándole sus mejores elogios, pidiéndole permiso para publicar su obra La revolución social demostrada por el golpe de estado, combatiendo la acción sindical de los trabajadores.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Patria Socialista o Muerte!
¡Venceremos!