Apenas una triste aurea mediocritas

A 14 años de aquel 4 de febrero

De vez en cuando, ya porque alguna vez les tuve respeto, ya por
curiosidad, los leo. Hago esfuerzos denodados por entender tanto
inmovilismo, tal incapacidad para la evolución del pensamiento. Les juro que
lo hago. La naturaleza es fundamentalmente lo que va siendo, sólo la muerte
es sinónimo de inmovilidad. Algunos de estos personajes son amigos, pero…
Amicus Plato, sed magis amica veritas, por tanto debo decir lo que veo, lo
que siento. Tanto inmovilismo me huele a formol. Una auri sacra fames! los
paraliza, o una aurea mediocritas no les permite dar más. Verlos es
rememorar aquellas figuras hieráticas del arte egipcio. Lo único nuevo en
ellos son sus rostros más arrugados, más viejos, sus tristes figuras y sus
narices más coloradas por el abuso alcohólico. Dormidos en sus laureles no
despiertan, el prestigio y buena fama que alguna vez tuvieron lo entregan a
cambio de treinta monedas con qué seguir pagando la cuenta. ¡Verlos como
reaccionan ante la esplendorosa manifestación de pueblo del sábado pasado es
un poema! ¡Un triste poema!.

No hay peor ciego que el que no quiere ver. Han transcurrido catorce
años de aquel 4 de febrero y diecisiete del 27 del mismo mes y el mundillo
“pensante” sigue sin enterarse de nada. Apenas unas reacciones más o menos
reflexivas al calor del susto del momento y nada más. La inmensa mayoría de
las llamadas “fuerzas vivas” –les encanta excluyente término- prefirió darle
un manotazo al incómodo zancudo y seguir soñando en la hamaca. No sólo
fueron incapaces de desentrañar los códigos de ambos episodios sino que
optaron por aumentar el consumo de la droga que los estaba destruyendo. Con
paso apuradito, no bien se disipó el olor a pólvora, a sudor y sangre de
pueblo, buscaron el cómodo asilo en sus clubes, sus canchas de golf y sus
reuniones de sobremesa mojaditas con buen güisqui 18 años.

Viven la más terrible pesadilla. El síndrome de abstinencia no los
deja abrir los ojos. Se les fue de las manos el poder. De tanto pretenderse
dueños de la vida y el mundo se les encalleció el alma. Habituados a ejerce
el supremo y exclusivo derecho de tener opinión, -privi legis- renunciaron
al esfuerzo necesario para forjarse alguna. Se sintieron tan contentos
consigo mismos que si imaginaron perfectos. Sin necesidad de esforzarse por
comprender nada. ¿Para qué? Esa es tarea de simples mortales. Vanidosos al
extremo sólo reconocieron a los otros para aceptarles el aplauso con mohín
de displicente señorío que jamás tuvieron. Ese es el lamentable espectáculo
que ofrecen a propios y extraños un buen número de “pensadores” venezolanos.

Leerlos, -cuando se logra que el texto no se caiga de las manos- es
una experiencia anodina, casi religiosa. No escriben, no expresan ideas,
axiomáticos pontifican, emiten bulas, decretos y resoluciones. Sin una sola
duda. Los percibe uno como adanes cómodamente instalados en sus paraísos.
Llevan al menos siete años continuos de fracasos esplendorosos. Comenzaron
este caminar tortuoso con un cierto capital político y social. Un capital
que han dilapidado como lo haría un muchacho irreflexivo y botarate hasta no
quedarles sino el espacio virtual que les brindan los medios. Sin embargo,
no cambian, me he tomado el trabajo de leer las opiniones de algunos de sus
más conspicuos representantes en los últimos, al menos, cinco años.
¡Maravilla de maravillas! No hay un solo cambio en el discurso. Lucen
instalados en sus dogmas de fe con la resolución con que lo harían Tomás de
Aquino o Torquemada.

La tierra es plana. El sol da vueltas alrededor de la tierra. Lo
dicen ellos, lo saben ellos y eso es suficiente. Nihil obstat, esta es la
verdad, palabra de Dios y basta. La “otra” Venezuela no existe. Encantados
con la imagen de sus ombligos se resisten a levantar la mirada, -acaso
conscientes y aterrorizados por lo que verán- para percibir que Venezuela es
más ancha y más ajena que el espacio de sus oficinas, estudios de
televisión, urbanizaciones, centros comerciales, jardines y graciosas
mascotas. Se niegan a sí mismos el don de la vista o el supremo acto de la
inteligencia: correrle a la estulticia. No contrastan, ni de broma, su torpe
visión con otros modos de ver y ser distintos. Orondos, mofletudos y huecos
lucen como bolas de billar, redonditas, impolutas y sin poros. Les lees un
trabajo de 2001 o 2002, y ya los has leído todos. Pétreos, sólidos e
inconmovibles. Han hecho suyo el dogma de la infalibilidad papal in saecula
saeculorum.

El resto de la otra inmensa Venezuela, la invisibilizada, la excluida
de siempre, tiene un problema con esta suerte de adorno peligroso. Tiene que
convivir con él. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo convivir con quien está convencido
hasta el tuétano de sus huesos que es más listo, tiene más capacidad
intelectual y más derecho que nadie? ¿Cómo impedir que continúen tratando de
imponer su imperio de tópicos socorridos, prejuicios y discriminaciones?
¿Cómo dialogar con quienes están convencidos que el resto somos micos?

Este año será decisivo. Esta corte de inútiles, tan tontos como
audaces, quizás por eso mismo, hará lo impensable para tratar de detener el
reloj de la historia. La soledad en sus elegidas compañías es un martillo.
Los oídos sordos del pueblo a sus palabras necias la sustituyen con el
acompañamiento exterior de los grandes enemigos de la patria. Les sobrarán
recursos para emprender las acciones más enloquecidas. Negados a su triste
destino atacaran cuanto se oponga a sus designios: legalidad, normas o
principios, lo que sea con tal de no despertar del sueño. En última
instancia preferirán, con mucho, una Venezuela rota, una Venezuela en
cenizas, una Venezuela esclavizada, antes que una Venezuela libre, justa y
compartida. ¿Habrá alguna forma de hacerlos reflexionas?. Sinceramente no lo
creo. Pero debemos empeñarnos en ello. Vencerlos no requiere de esfuerzo,
sus propios errores los condenan. Convencerlos será la gran tarea. A la
razón le es intrínseco el poder de convencimiento salvo cuando, como en este
doloroso caso que nos ocupa, el otro aprieta los ojos y se tapa los oídos.


HUGO PARA TODOS Y TODOS PARA HUGO.
LA BARRICADA SÓLO TIENE DOS LADOS.


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Martín Guédez


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