En un gobierno sano e INTELIGENTE, en cualquier parte del mundo, bajo cualquier régimen político, las caras que vemos con regularidad como parte del conclave ministerial son aquellas que por años han demostrado en cargos inferiores o alternos desempeñados, entre otras cosas, eficiencia, honradez, tesón, coraje y lealtad. No se engañen, ni en el afamado y sistemático gobierno gringo, ni en las más disciplinadas democracias europeas, se otorga a un personaje el cargo de Canciller o Vicepresidente, sin un fin que va mucho más allá del mérito profesional real de esa persona. En Venezuela sin embargo, un país donde los políticos suelen hacerse los ingenuos, parece que la lealtad política es rechazada de plano por un alto porcentaje de grupos políticos opositores y un no menos nutrido grupo de oficialistas, que se empeñan en repetir la necesidad de aplicar el llamado modelo “meritocrático”, torciendo su definición para así criminalizar cualquier designación que no cumpla con un “riguroso” análisis, subjetivo el 100% de las veces, de la trayectoria profesional del designado.
Que un opositor político venezolano -de aquellos que entregaban papelitos al Comandante Chávez, recomendando ministros “calificados” para el gabinete-, se moleste por el tema de la lealtad revolucionaria, es algo tremendamente lógico. La única oportunidad en 14 años que la oposición estuvo cerca de acabar con la Revolución, fue precisamente argumentando que se había quebrantado el Honor al Mérito. El criminal de Juan Fernández, el traidor de Guaicaipuro Lameda, y pare usted de contar, torcieron en 2002 el concepto de meritocracia, reduciéndolo hasta la simple asignación por mérito profesional (ocultando que buscaban ubicar piezas política leales a sus intereses). La clase media profesional del país, asumió aquel discurso como racional mientras veía con asombro como Chávez rompía los papelitos que recibía y colocaba en puestos clave a personajes que no habían sido nunca miembros de la CTV, o que no formaban parte de la Patronal empresarial. Imaginen a una clase acomodada marcada por 40 años de racismo social, alimentada con las cucharadas soperas del “progreso capitalista” asumiendo que de un día para otro tenían que calarse, no solo a un arañero en la presidencia, sino a unos ministros leales al pueblo y “tira piedra”, y no a los Amos de la meritocracia.
Por ello, entiendo: cualquier opositor quiere hoy reforzar la visión negativa de “las mismas caras de siempre”. Cualquier opositor aprovecha la oportunidad para criticar que Rafael Ramírez sea Ministro de relaciones exteriores, siendo ingeniero de profesión. Todo opositor, aun cuando este consciente de lo absurdo de su crítica, tomará partido del llamado “enroque” de personajes del gobierno, para así decir que la Revolución es más de lo mismo, y cazar incautos.
Pero que un partidario de gobierno, o peor aún, un grupo político que se califica como pensante y militante de la revolución (deduzco que esa militancia revolucionaria por lo menos existe desde 1999), critique la designación de líderes de la revolución leales en puestos clave del gabinete, es por lo menos un síntoma crítico de pendejez, sino de cizaña ponzoñoza neo-opositora.
¿Se pueden criticar las designaciones del llamado Sacudón de Maduro? Por supuesto que sí, es justo y necesario –Con el perdón de la Santa Iglesia Católica, espero no lo tomen como blasfemia. ¿Se debe exigir la inclusión de nuevas caras que den frescura y vitalidad al proceso revolucionario? ¡Cómo puede decirse que no! Es deber de las bases y los cuadros revolucionarios asumir una postura crítica ante las acciones del gobierno y forma parte de la juventud revolucionaria asumir riendas de lucha. Pero la crítica debe tener una base sólida en torno al porqué de la misma y la designación de caras nuevas debe ser cónsona con la realidad política del país. No se puede por ejemplo, reprochar que el Presidente Maduro mantenga en su gabinete a quienes arriesgaron su vida por esta revolución y han demostrado honradez y lealtad, solo porque son las mismas caras. Esa “crítica” existe en buena parte de la militancia chavista, aunque les cueste aceptarlo, gracias a la propaganda mediática opositora. Quieren que Maduro dicte las medidas que los economistas opositores piden que ejecute, esperan que Maduro sepulte a sus hermanos de lucha, solo porque han oído una y mil veces a voceros opositores diciendo que así debe ser.
El comandante Chávez aprendió bastante rápido la lección. En el 99 con la traición de varios políticos reformistas que ante los cambios de la Constituyente y posteriormente las Leyes habilitantes, huyeron por la derecha. Posteriormente con las caras nuevas de un gabinete de economía que le pintaba maravillosamente a la Patronal, y que traían consigo nada menos que la semilla neoliberal de las escuelas de economía internacionales (Algunos de aquellos hoy prófugos o presos). El Comandante Chávez, haciendo camino al andar, entendió que un gabinete no puede llenarse de caras nuevas, si son las herederas de la generación corrupto-senil Adecopeyana. El Comandante Chávez entendió que las “soluciones” desapasionadas que siempre reclama la derecha, no son otra cosa que la ideología del capitalismo dominante disfrazada de neutralidad.
Todo ese aprendizaje que legó el Comandante Chávez, y que hoy pone en práctica Maduro, es reprochado por una izquierda treintona que irónicamente utiliza la imagen de Chávez para exigir medidas de corte neoliberal, y al mismo tiempo mirar feo nada menos que a personajes como Rafael Ramírez, Elías Jaua, entre otros, que por justo y real Mérito, no solo humano, sino también profesional, forman y deben formar parte activa de la revolución. Las nuevas caras no pueden ser otras que aquellas que por años han trabajado como hormigas en las bases, y que hoy tienen un espacio dentro del gobierno ganado a pulso, experiencia, profesionalización y no menos importante, LEALTAD. Las decisiones que el gobierno tomé y nuestras críticas, por más duras que sean, deben siempre enmarcarse en la protección y mejora de la calidad de vida de los pobres de esta tierra, por más que ladren los perros del capital.