Nos cuenta Don Francisco Herrera Luque:
¿Conocen ustedes el célebre cuadro “Venus saliendo de las aguas” del pintor renacentista Sandro Botticelli? ¿Cómo no lo van a conocer si la vemos hasta en la sopa y en particular en las sopas de mariscos? No hay restaurante de mariscos en Caracas, que no la tenga como escultura de una fuente. También se la observa en muchos jardines caraqueños de mal gusto. Es una mujer muy blanca. Claro, si imita al mármol, con un airecillo inocente, con la cabecita ladeada, tapándose con una mano las vergüenzas…
La industrialización del arte, como ha sucedido con la Monna Lisa de Leonardo, puede degradar la obra más sublime. No obstante los horrores que se han cometido en la Venus de Botticelli, sigue siendo una de las obras maestras de la pintura, aunque la hayan tomado de modelo para hacer estatuas de yeso que hasta nos roban el apetito. ¿Saben ustedes quien es esa púdica doncella? Pues nada menos que Simonetta Vespucio…
A causa de ella, o por intermedio de ella, el Nuevo Mundo se llama América y no Colombia, como le correspondería debido a Cristóbal Colón…
Simonetta era hermana de Américo Vespucio, el navegante que sin proponérselo le robó el nombre del Almirante para bautizar al mundo recién descubierto.
¿Y qué tenía la carricita esa, como para cambiar la suerte del mundo hasta el punto de que setecientos millones o más de personas seamos “americanos” y no “colombianos”?
¿Les parece poco? Véanla con calma la próxima vez que se la tropiecen y díganme luego si no es una monada…
Dirán ustedes, bueno, está bien; pero por más que haya sido la mujer más bella de todos los tiempos, seguimos sin entender Cómo hizo para despojar a Colón en beneficio de su hermano.
Muy fácil: La bella Simonetta era la amiga preferida del poderoso príncipe Florentino Lorenzo el Magnífico, protector de las artes y de las ciencias. Es a él a quien Vespucio le escribe hacia 1501 hablándole del Nuevo Mundo y no de la China, como lo creía Colón. Por mucho tiempo duró la galleta de si esta parte del mundo era realmente lo que era, o las tierras del Gran Khan como lo creía el Almirante. Mientras se aclaraba la cosa, los cosmógrafos de Lorenzo el Magnífico comenzaron a llamar tierras de Américo o América a las que Colón había descubierto y Vespucio navegado. De esta manera Colón salió ponchado y a nosotros se nos llama americanos en vez de colombianos.
La historia está llena de injusticias y de malos entendidos. Vespucio, a todas éstas y a pesar de Simonetta, murió en la miseria en Sevilla, al igual que Colón que lo hizo en Valladolid, pobre y abandonado.
Fue un castigo de Dios por la perrada que le hizo al pobre marinero Rodrigo de Triana cuando le robó el premio de 50.000 maravedíes que había prometido la Reina Isabel I de Castilla y León al primero de los navegantes que avistase tierra.
¿Y qué fue de Rodrigo de Triana?
Decepcionado por tanta injusticia, apenas llegó a España se fue a vivir con los moros de Marruecos e hizo guerra a los españoles, desconociéndose su final.
¡Qué triste es la historia de América!
No la de América sino la de la Humanidad. La violencia, dijo, alguien, es la partera de la Historia, y no hay hitos en éste campo desde la Conquista hasta la Independencia que no estén jalonados por baldes de sangre. Violenta sí, pero triste no. Alguien dijo, y creemos que fue Tolstoi, que la guerra es el más bello espectáculo que puede ofrecer el hombre. La historia de América no es triste, sino llena de luces y de sombras, como todas las epopeyas.
¿Es verdad que la mayoría de los compañeros de Colón en su primer viaje eran presidiarios? Absolutamente cierto, y de extracción delictiva la casi totalidad de quienes lo acompañaron en el tercer viaje, en 1498, cuando descubrió Venezuela. ¿Y por qué hizo esto? Por la sencillísima razón de que nadie quería venir. Era tal el miedo que los españoles sentían por el Nuevo Mundo, que los reyes cambiaban por el destierro a perpetuidad diez años de vida en América.
¿Y a qué le tenían miedo?
A innumerables cosas; entre otras al Océano, a quien llamaban el Proceloso. ¿Ustedes no se han dado una vuelta por el Parque del Este, donde había una réplica exacta de una de las carabelas de Colón? ¿Ustedes se atreverían a montarse en ese cascarón para navegar de Cumaná a Margarita?
Pues imagínense los riñones que tenían que tener aquellos tercios para encaramarse en esas totumas y echarse a ciegas o a sabiendas tres meses de travesía. Le tenían miedo a los huracanes, a los caribes, a las islas fantasmas o Antillas…
¿Cómo es eso de Antillas o islas fantasmas?
Ah, eso es un cuento muy bueno que trae Salvador de Madariaga en su libro sobre Colón. A finales del siglo XV se tenía la creencia, por parte de los navegantes portugueses y españoles, que en medio del Atlántico, o en las proximidades de las Islas Canarias, existían islas que aparecían y desaparecían en el horizonte. Parece que en Canarias el fenómeno, quizás óptico, era más evidente. Se las comenzó a llamar anti-ilas… El Antiilas inicial derivó hacia la palabra Antillas, de tanta importancia en nuestra historia. Por un mecanismo parecido se originó la palabra caníbal y caribe.
Colón, quien vivía obsesionado de que él iba o había llegado a las tierras del Gran Khan, en la China, cuando oyó hablar de los Caníbales por los indios taínos… estuvo seguro de entender Khan-iba o súbditos del Khan… y así se quedaron.
¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los antiterroristas cubanos Héroes de la Humanidad!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Patria Socialista o Muerte!
¡Venceremos!