Caprilismo chavista

Hay camaradas que pretenden ganar siempre, a troche y moche, ubicándose convenientemente a cómo ventean los acontecimientos. Para ellos (o ellas) la solidaridad es algo propio de corruptos y quintacolumnas. Es un revolucionario “crítico”, que capitaliza gozoso los aciertos del gobierno pero se deslinda con desprecio de los desaciertos de Maduro. Aunque probablemente labora (y cobra) de organismos del propio Estado, y se beneficia ampliamente de las políticas públicas que instituyó el mismísimo Presidente Chávez, está expectante sobre el acontecer nacional para ubicarse donde mejor convenga. No es escuálido, pero está impregnado de cierto relativismo político reciclado del adequismo más conservador.

Para él (o ella) este no es su gobierno, pero vive de llamarse “revolucionario chavista”, como aquella izquierda “chévere cambur” que pululó en las universidades en los 60 y 70, y que abjuraron de su pensamiento cuando el 4 de febrero del 92 apareció un Teniente Coronel en traje de campaña, asumiendo la responsabilidad del fracasado levantamiento político-militar contra el vil gobierno de Carlos Andrés Pérez.

La lealtad es cosa ajena a su naturaleza, pues la asocia con lo perruno, con espíritus primitivos y torpes. No asume un compromiso existencial porque supone que eso limitará su “independencia” y criterios propios. Cree que en una confrontación violenta directa, la oposición venezolana valorará sus cualidades intelectuales, buenos modales y estudios universitarios. La muerte del Presidente Chávez le dolió sinceramente, pero considera que Maduro no es el hombre idóneo para sucederle (¿Acaso alguien lo es?) A partir de entonces sufre una suerte de estrés post-traumático por la falta del padre, que le impide observar la primera lección que (¿todos?) aprendimos, precisamente, de Chávez: Debemos creer en nosotros mismos, como pueblo.

Se aferra, como lo haría un pobre náufrago en medio del vendaval, a sus “convicciones”, confundiendo la necesaria fortaleza de carácter y fe por un mejor desenlace, con el imprescindible pragmatismo sin el cual perecerá irremediablemente, los suyos y él. Ese “pragmatismo” le aterra, por cuanto comporta apretar los dientes, luchar instintivamente por la supervivencia, sin pretender convertir todos los actos de la vida en sofisticados objetos de su análisis, profundamente afectados por una “estética” aprendida en libros y bienales.

Asume este tipo de chavista, inclusive sin ser consciente de ello, la ambigua y acomodaticia posición de Capriles en la guarimba: Si ésta triunfaba, él compartiría las mieles de la victoria, y a la postre sería el líder indiscutido del país, ya que Leopoldo y MCM eran demasiado “radicales” para el gusto de la media opositora. Si fracasaba, éstos últimos pagarían fuerte cana (cosa que ocurrió con el primero, pero aún no con la segunda) y, además de quitar a un fuerte oponente que le hacía sombra, denunciaría que nunca estuvo de cuerdo con “La salida” u otros métodos violentos anticonstitucionales.

Él (o ella) no desea “ensuciarse” con las vilezas del poder, con los corruptos que en todo gobierno, desde los incas hasta el imperio austro-húngaro, reverdecen al abrigo de relaciones y favores. Critican a quienes tienen el atrevimiento de asumir puestos de mando y responsabilidad en los gobiernos de Chávez y Maduro, pero no tienen el suficiente valor para poner sus ideas en práctica en la realidad (con toda su complejidad de intereses), contentándose con ser “analistas” desde la pulcritud de un teclado de plástico, el palco de orador de orden, o el seminario universitario; olvidando una enseñanza básica que un hombre autodidacta de las altas tierras de Venezuela dijo hace muchos años: No espere saber pa' ponerse a hacer, póngase a hacer pa' poder saber (Don Luis Zambrano).

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Juan Carlos Villegas


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