La inflación de la sociedad industrial desarrollada y su influencia economicista desprovista de ética, de moderación y de espíritu, justifica la imaginación del fin del mundo por una conflagración nuclear y el retorno al Caos, consunción, putrefacción, contaminación, destrucción ecológica, entropía planetaria. La verdad que la desaparición de la especie humana en nada alteraría la organización del universo y probablemente tampoco la vida del planeta. Mientras las disciplinas estudiosas de ese Caos generador de orden, progresan en el conocimiento del mundo y hasta amagan aplicaciones tecnocientificas que pueden llevar a predecir las fluctuaciones del mercado financiero y el rodar de la bola de la ruleta, la humanidad no parece desembocar en forma alguna de organización y más bien, a través de las rebeliones vanguardistas del arte y de las letras, abole cualquier esperanza de acercamiento con fenómenos sensoriales producidos por las drogas, los trances egolátricos, las idolatrías del espectáculo y en todas las direcciones, la erotización crematística y consumista.
Salvémonos de las tinieblas de este mundo al que nos arrojaron. ¿Cuánto tiempo tendremos que abismarnos en los mundos? Un mundo de turbulencia sin firmeza, un mundo de tinieblas sin luz, un mundo de muerte sin vida eterna, un mundo donde las cosas buenas perecen y todos los proyectos desembocan en la nada. Este mundo no fue creado según el voto de la Vida. Hundirse en el fondo de la sima, infierno o cielo, ¿qué importa? En el fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo. Marx sabía cómo se producían, cómo se agudizarían y cómo llegarían a crear la anarquía total del mundo capitalista, como prólogo del triunfo de la Revolución socialista… Sabía que ocurriría porque conocía él a los que las producían.
Lo nuevo importa poco, en realidad. Lo nuevo hoy en día es el valor corriente del mercado. De lo nuevo se vive disfrazado de novedad. Lo nuevo encubre la mayor vejez de la cultura occidental. Lo que importa es saber por qué se vive y se muere. La respuesta antigua estuvo dada: para servir a los dioses. El judeocristianismo propuso la salvación y la vida eterna. Ahora no sabemos, no sabemos nada, sólo sentimos la tentación innumerable del Caos ¿cómo metáfora de la realidad actual?; ¿cómo venganza?; ¿cómo renovación?; ¿cómo nueva Creación?; ¿cómo beatitud del no ser?; ¿cómo termino y disolución del ciclo del constante retorno? No se sabe. No se sabe sino de una indiferencia creciente, del cansancio, de una parodia inacabable de éxitos y de fracasos, de novedades de última hora y de envejecimientos inmediatos, de conquistas del espacio (háblenle de pintura a un ciego) y de avances tecnológicos perfectamente prescindibles y destinados al consumo.
Es una novedad extraña el venir ahora a descubrir que no es la esencia y ley innata del Capitalismo la que lo lleva a “matarse a sí mismo”, como dijo en frase feliz, ratificando a Marx, un economista burgués, Schmalenbach. La filosofía y la inteligencia ensayística europea y, en particular la francesa, andan siempre buscando la salida inexistente del laberinto desconstructivista en que se metieron. El nihilismo está a sus anchas entre el absurdo entronizado, el existencialismo fáctico y las disciplinas de la negatividad. El hijo primogénito del nihilismo fue el terrorismo y la consecuencia cultural, un juego permanente de reversiones sistemáticas, del cual forma parte el desconstructivismo a la moda, postestructuralista.
¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los antiterroristas cubanos Héroes de la Humanidad!
¡Hasta la Victoria siempre, Comandante Chávez!
¡Patria Socialista o muerte!
¡Venceremos!