La descentralización y la mala administración

La descentralización del Poder sólo puede realizarse si la clase dirigente comprende que no pueden conservar para sí mismos la autoridad que deben delegar en sus colaboradores de los escalones inferiores. (Él pueblo) Por otra parte, toda política deliberadamente restrictiva en lo que atañe a la inversión en el factor humano, suscitaría automáticamente un doble efecto de sustitución en el mercado.

Lo contrario a estos principios nos dará una idea bastante exacta de las relaciones jerárquicas en el seno de la administración pública. La desconfianza de los superiores hacia sus subordinados sospechosos de "incompetencia"; de los subordinados hacia sus superiores sospechosos de "despotismo y corrupción", y de los administrados hacia toda autoridad próxima, y por ende personalizada, traen consigo una serie de consecuencias: alejamiento del nivel en que se toman las decisiones del "escenario de acción", florecimiento de normas impersonales que regulan minuciosamente los comportamientos, estratificación de la jerarquía en perjuicio de una circulación normal de la información, multiplicación de controles preventivos, generalización del ascenso por antigüedad, etc. Siempre la desconfianza erigida en las instituciones.

La presunción de incompetencia y la corrupción trae aparejada una doble perversión. Mata la iniciativa por dentro y por fuera y disloca la administración. En efecto, la unidad de un poder central sobrecargado de detalles, abrumado, por la teledirección de millones de operaciones particulares, ha de ser forzosamente ficticia.

La presunción de incompetencia administrativa (Los ministros de la economía no saben dónde están parados; lo demuestra lo que está sucediendo con nuestro signo monetario y el sabotaje contra los productos de la cesta diaria) elabora sin cesar sus propias confirmaciones, pues niega a aquellos a quienes ataca la posibilidad de demostrar o adquirir unas actitudes que les son a priori denegadas. Engendra constantemente conductas irresponsables y acaba por justificar la desconfianza en que se apoya.

Aunque se aligerase de este modo su tarea, el Estado no carecería de trabajo. Podría concentrarse en las responsabilidades que nadie puede asumir en su lugar. Sus dirigentes y sus funcionarios podrían dedicarse a lo esencial de su misión: definir cuidadosamente los objetivos, elaborar con precisión las políticas. Las grandes empresas modernas tienden a "centralizar los objetivos y descentralizar las decisiones". El Estado, como enorme empresa que es, debe inspirarse en la misma regla. Pues la causa de su ineficacia estriba no tanto en la falta de medios jurídicos o financieros, como en la carencia de objetivos claros y de políticas coherentes.

Cierto es que solamente no vacila el Estado, sino también todo el pueblo. Pero ¿no es precisamente función de los funcionarios que ejercen el poder, o que "pretenden ejercerlo", el sacarla de su indeterminación? Sólo lo lograrán si se deciden a "hacer" una gran parte de lo que hacen ellos mismos y que les abruma con su peso. La centralización dispensa a los que mandan de explicar a los demás sus objetivos, así como de explicárselos a sí mismos. Por el contrario, la descentralización les obliga a hacerlo.

No hay iniciativa sin derecho a equivocarse, y tampoco hay responsabilidad sin sanciones. Toda tentativa de liberar la iniciativa implica la generalización del control sobre los resultados. El mercado —allí donde puede realmente funcionar— es una modalidad de esto. El establecimiento o restablecimiento de una competencia efectiva sanearía las profesiones cerradas con mucha mayor seguridad que un reajuste de las reglamentaciones.

A partir del momento en que los gobernadores, alcaldes y los concejales fuesen efectivamente responsables de su gestión, a partir del momento en que los municipios encontrasen en sus propios recursos lo necesario para financiar lo esencial de los servicios a su cargo, podemos pensar que los electores verían con bastante claridad la relación existente entre el esfuerzo fiscal que se les exige y los resultados alcanzados por el pueblo, y sancionarían con sus votos las buenas o malas administraciones. Por imperfecto que sea el control democrático, sería preferible, desde el punto de vista de la eficacia, a un sistema que en realidad suprime todo control y hace imposible la "identificación de los responsables".

¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los antiterroristas cubanos Héroes de la Humanidad!

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!

¡Independencia y Patria Socialista!

¡Viviremos y Venceremos!



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Manuel Taibo


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