Etapa necesaria de la transición general del feudalismo al capitalismo, la Revolución Francesa no deja de tener, en comparación con las diversas revoluciones similares, sus caracteres propios que se derivan de la estructura específica de la sociedad francesa al final del Antiguo Régimen.
Estos caracteres han sido negados. La Revolución Francesa no sería más que "un aspecto de una revolución occidental. O más exactamente atlántica, que empezó en las colonias inglesas de América poco después de 1763, siguió con las revoluciones de Suiza, los Países Bajos, Irlanda, antes de alcanzar a Francia entre 1787 y 1789. De Francia pasó nuevamente a los Países Bajos, alcanzó a la Alemania renana, Suiza, Italia". Sin duda no se puede subestimar la importancia del Océano en la renovación de la economía y en la explotación de los países coloniales por parte de Occidente. Pero no es ese el propósito de nuestros autores, ni tampoco el demostrar que la Revolución Francesa no es más que un episodio del movimiento general de la historia que después de las revoluciones holandesa, inglesa y norteamericana, llevó a la burguesía al poder.
La Revolución Francesa no señala, por otra parte, el término geográfico de esta transformación, como los ambiguos calificativos de "atlántico" u "occidental" dan a entender: en el siglo XIX, en todas partes donde se instaló la economía capitalista, el ascenso de la burguesía fue a la par; la revolución burguesa tuvo un alcance universal. Por otro lado, poniendo al mismo nivel la Revolución Francesa y "las revoluciones de Suiza, los Países Bajos e Irlanda" se minimiza de un modo extraño la profundidad, las dimensiones de la primera y la brusca mutación que representó. Esta concepción, al vaciar a la Revolución Francesa de todo contenido específico, económico, social y nacional, daría por nulo medio siglo de historiografía revolucionaria, desde Jean Jaurés hasta Georges Lefebvre.
Sin embargo, Tocqueville había abierto el camino para la reflexión cuando preguntaba "por qué unos principios análogos y unas teorías políticas parecidas llevaron a los Estados Unidos sólo a un cambio de gobierno y a Francia a una subversión total de la sociedad". Plantear el problema en esos términos es ir más allá del aspecto superficial de la historia política y constitucional, para esforzarse en llegar hasta las realidades económicas y sociales en su especifidad nacional. La comparación que puede establecerse a partir de ese momento entre las condiciones y los aspectos de la mutación en los Países Bajos, en Inglaterra, en Estados Unidos, permite subrayar que la Revolución Francesa ha cambiado sus perspectivas, y devolverle así su carácter irreductible.
Si la "respetable" revolución inglesa de 1688 desembocó en un compromiso social y político que vinculó al poder, a la burguesía y a la aristocracia terrateniente (y en este sentido sería comparable a las jornadas francesas de julio de 1830), es porque antes la primera revolución inglesa del siglo XVII no solamente había sustituido una monarquía absoluta en potencia por un gobierno representativo (no democrático) y puesto fin al dominio exclusivo de una Iglesia de estado perseguidora, sino que también en gran medida había despejado el camino para el desarrollo del capitalismo; según uno de sus más recientes historiadores, "puso el punto final a la Edad Media". Los últimos vestigios de feudalidad fueron barridos, las tenencias feudales abolidas, garantizando a la clase de los terratenientes la absoluta posesión de sus bienes; las confiscaciones y las ventas de los terrenos de la Iglesia, de la corona y de los realistas rompieron las relaciones feudales tradicionales en el campo y aceleraron la acumulación del capital; las corporaciones perdieron toda importancia económica; los monopolios comerciales, financieros e industriales fueron abolidos.
"Había que derribar al Antiguo Régimen —escribe Ch. Hill— para que Inglaterra pudiera conocer ese desarrollo económico más libre, necesario para elevar al máximo la riqueza nacional y conseguirle una posición dirigente en el mundo para que la política exterior, pasara al control de aquellos que tenían importancia en la nación."
La revolución inglesa fue, sin embargo, mucho menos radical que la francesa: tomando la expresión de Jaurés en su (Histoire socialiste), se mantuvo "estrechamente burguesa y conservadora", al contrario de la francesa, "ampliamente burguesa y democrática". Si bien la revolución inglesa tuvo sus niveladores, no aseguró a los campesinos ninguna adquisición de tierras: mucho más, el campesino inglés desapareció al siglo siguiente. La razón de ese conservadurismo habría que buscarla en el carácter rural del capitalismo inglés, que hizo de la "gentry" una clase dividida, estando muchos "gentilhombres" antes de 1640 dedicados a la cría del cordero, la industria textil o la explotación minera. Si, por otra parte, la revolución inglesa vio con los niveladores la aparición de teorías políticas basadas en los derechos del hombre, las cuales, a través de Locke, llegaron a los revolucionarios de Norteamérica y de Francia, se guardó sin embargo de proclamar la universalidad y la igualdad de esos derechos, como lo haría, y con qué estrépito, la Revolución Francesa.
Como su predecesora, pero en menor grado, la revolución norteamericana estuvo marcada por el empirismo. Pese a la invocación del derecho natural y de solemnes declaraciones, ni la libertad ni la igualdad fueron totalmente reconocidas: los negros siguieron siendo esclavos, y si bien la igualdad de derechos fue admitida entre blancos, la jerarquía social basada en la riqueza no sufrió alteración alguna. La "democracia" en Norteamérica fue, es cierto, el gobierno de la nación, pero sus modalidades no por ello dejaban de favorecer a los importantes por su dinero.
Las revoluciones de Inglaterra y de Norteamérica no dejaron de ejercer una profunda influencia y su prestigio se mantuvo mucho tiempo; su compromiso político no podía menos que tranquilizar a las clases propietarias más preocupadas por la libertad que por la igualdad.
Muy distinta fue la Revolución Francesa. Si fue la más ruidosa de las revoluciones burguesas, eclipsando por el carácter dramático de sus luchas de clases a las revoluciones que la habían precedido, ello se debió sin duda a la obstinación de la aristocracia aferrada a sus privilegios feudales, negándose a toda concesión, y al encarnizamiento contrario de las masas populares. La contrarrevolución aristocrática obligó a la burguesía revolucionaria a perseguir con no menos obstinación la destrucción total del viejo orden. Pero única mente lo logró aliándose con las masas rurales y urbanas a las que hubo de dar satisfacción: se destruyó la feudalidad, se instauró la democracia. El instrumento político del cambio fue la dictadura jacobina de la pequeña y mediana burguesía, apoyada en las masas populares: categorías sociales cuyo ideal era una democracia de pequeños productores autónomos, campesinos y artesanos independientes, que trabajaran e intercambiaran libremente. La Revolución Francesa se asignó así un lugar singular en la historia moderna y contemporánea: la revolución campesina y popular estaba en el centro de la revolución burguesa y la empujaba hacia adelante.
Estos caracteres dan cuenta de la repercusión de la Revolución Francesa y de su valor como ejemplo en la evolución del mundo contemporáneo. Sin duda en los países de Europa que ocuparon, fueron los ejércitos de la República, y después los de Napoleón, los que más que la fuerza de las ideas derrotaron al Antiguo Régimen: aboliendo la esclavitud, liberando a los campesinos de los impuestos señoriales y de los diezmos eclesiásticos, volviendo a poner en circulación los bienes inalienables, la conquista francesa dejó el terreno libre para el desarrollo del capitalismo. Más aún, es por la propia expansión del capitalismo, conquistador por naturaleza, como los nuevos principios y el orden burgués se apoderaron del mundo, imponiendo por todas partes las mismas transformaciones.
La diversidad de las estructuras nacionales, la desigualdad en el ritmo de desarrollo, dieron lugar, de un país a otro, a muchos matices de los que dan cuenta las múltiples modalidades en la formación de la evolución hacia los métodos capitalistas de producción fue impuesta, por así decirlo, desde arriba, el proceso de transición se detuvo a mitad de camino y el viejo modo de producción se vio en parte salvaguardado más que destruido: una vía de compromiso de la que la historia del siglo XIX ofrece ejemplos notorios. El carácter irreductible de la Revolución Francesa parece, en comparación, todavía más claro.¡Gringos Go Home! ¡Saca tus garras de la América de Bolívar, de Martí y de Chávez!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Independencia y Patria Socialista!
¡Viviremos y Venceremos!