El presidente Maduro batalla diariamente con la crisis, proceso mundial que golpea económica, financiera, política, ambiental, psicológica, moral y culturalmente. Uno de sus efectos más graves es la desestabilización de la vida cotidiana, fomentando descontento y desesperanza.
Cuando el golpe de abril 2002 y el paro petrolero de diciembre de 2002-enero de 2003, el pueblo no se desesperó, resistió. Para triunfar, es necesario que Gobierno y organizaciones populares resuelvan el descontento y conjuren la desesperanza. Creo que sólo parcialmente hay logros materiales, menos en lo simbólico.
El modo de vida, la corrupción, ineficiencia, insolidaridad e insensibilidad burocrática ante el sufrimiento de la gente, provocado por la crisis que enfrentamos, favorecen no sólo la desestabilización política e institucional, sino también la desestabilización moral y psicológica. Es el espacio de los narcoparamilitares, las redes para secuestros, atracos, microtráfico, sicariato, guarimbas, violencia y caos.
Un factor clave del descontento es que sectores populares sienten como que el Gobierno es débil frente a las maniobras empresariales, que los empresarios exigen, el Gobierno concede y los empresarios no cumplen.
Un horizonte de esperanza fundado en medidas decisivas contra la desestabilización y propuestas para que el pueblo autogestione la crisis, fortalecerá la fe. Es un camino que el liderazgo del Presidente puede transitar.
Cuando la vida cotidiana se dificulta, el anuncio de ciertas futuras exoneraciones tributarias, facilidades para incrementar ganancias, no parece lo más justo ni conveniente políticamente. La reciente reforma tributaria no tocó a los bancos, los mayores beneficiarios de la crisis.
Una estrategia de negociación con el capital implica simultáneamente medidas para la modificación del patrón de consumo, del modelo productivo y progresivamente las relaciones de dominación; ello significará un cambio del modelo petrolero y un proceso de conquista de la hegemonía cultural; una radicalización que signifique que la gente piense con cabeza propia, se autonomice de la cultura paternalista y la dependencia del Estado.
Entiendo que ciertas circunstancias obliguen a hacer concesiones, pero sin sacrificar el desarrollo desde dentro con prioridad en la propiedad y la producción social como fundamento de la hegemonía cultural y la esperanza de un pueblo soberano creando, uniendo y compartiendo un ¡feliz año! con motivos para celebrar.