La constitución de 1999 no sólo nos devolvió a los venezolanos un derecho perdido en los caminos del bipartidismo como lo es la participación política, de dominio exclusivo para las viejas elites durantes mucho tiempo. Este proceso político que tiene raíces mucho más profundas en el Caracazo y en los alzamientos de 1992, donde el clamor de un pueblo abatido por el Capitalismo Internacional y sus cipayos Nacionales condujo a echar mano a la memoria histórica para la reconstrucción de su cuerpo como nación de tradiciones profundamente liberadoras.
La Historia de Venezuela tan cortada y hecha collage a los intereses de propios y extraños, esa historia olvidada en los libros de Bello, Rodríguez, planteada como estrategia de guerra en Vuelvan Caras cuando el Centauro de los llanos comandando los Bravos de Apure, la historia de los innombrables que hoy tienen su homenaje en la figura del soldado desconocido, la historia renegada a la que Agustín Blanco Muñoz en sus tiempos de “rebeldía” llamaría como la de los no descubierto. Esa secuestrada por la Academia Nacional de la Historia que la institucionalizo, la planteó con el rigor científico propio del Positivismo que inundaba los tiempos de Rojas Paúl cuando encomendó la conformación de dicha academia. La historia nacional que fue apelada en sin números de veces por Gobiernos de la Cuarta, cuando los vecinos andaban en movidas independientes del orden Hegemónico Norteamericano, como fue el caso de la República Cooperativa de Guyana y la crisis del Esequibo o planteada
cuando la popularidad en caída de ciertos Jefes Binacionales fue retocada en la crisis de la Corbeta en los Monjes.
Habría que cuestionar e interpelar en el tribunal de los sabios que no es justamente los Arcontes griegos ni el Foro Romano, sino la calle llena de cuerpos tumorosos, golpeados una y otra vez, si su historia es la del Ilustre Pino Iturrieta o la de Doctor Ramón J. Velásquez. Y nos es por andar en una de “irreverentes” la pregunta, porqué ni más decir que quiénes estudiamos para enseñar historia nos dimos cuenta de lo farsante de la profesión cuando olvida de manera sospechosa a los actores de la independencia, cuando el Negro Primero aparece únicamente para pedir el permiso a su superior al momento de su muerte. Nadie niega lo quijotesco de la hazañas independistas pero el cuento termina donde nace la vida de la República, en el fragor de un combate desigual donde unos pelean por un Imperio Moribundo y los otros más desiguales aún, Blancos Criollos por el control político y Negros, indios, mestizos y Pardos por una esperanza.
Esa esperanza afilada en las montoneras que Zamora organizó y de manera desafiante se enfilaba sobre “el godo malandrín”, esa que se tiño tricolor en las Aguas del Atlántico con un Miranda zarpando a los puertos insospechados del presente. El mismo tricolor - brazalete que los jóvenes oficiales y soldados el 4 de Febrero volvieron a connotar en medio de una refriega pendientes desde hace más de 5 Siglos. Por supuesto, nuestros estimados Historiadores que critican al Bolívar Zambo, a la Octava Estrella, y los que preferirían haber decretado la muerte del pensamiento Bolivariano, son los mismo que marcharon en 2002 contra los sabios de la calle, contra la vida de la República. Historiadores indecisos entre el trapo de la Barras y su propia Bandera develada en innumerables fotos y videos, la bandera negra con las 7 estrellas no la mirandina.
El tricolor tiene demasiadas dimensiones para la mirada opositora quien aún no entiende que la nación ha echado mano a la participación política, a la construcción del poder popular y está en el camino de la recuperación de su historia, por ello hoy reposa junto a Bolívar, junto a Rivas los restos inmemoriales de Guaicaipuro, que no son los Huesos que el tiempo puede devorar como dijo una absurda historiadora de la Academia Nacional, sino la tierra misma surcado de vientos y batallas. Por eso Bolívar revive en la calle combatiente como esperanza popular y no en la palabra de nuestros doctos historiadores. La nación tiene el derecho de revivir sus símbolos, por ello las pruebas que se exigen para comprobar los argumentos están en el decreto Bolivariano de 1817 que reconoce a Guayana como provincia Republicana decretando la incorporación de la octava estrella a la bandera y no sólo eso convierte a Angostura en el epicentro para la política de Integración
Latinoamericana. A nuestros estimados estudiosos de la historia sólo resta por decirle aquello que Marc Bloch sintetizo con tanta magistralidad cuando su hijo le preguntó para qué servia la historia, respondiéndole: “para la vida”.
*Prof. José Fortique
Universidad Bolivariana de Venezuela
Sede Bolívar