El anarquismo y todos los enemigos de Marx trataban de justificar sus ataques en contra de él diciendo que por su “autoritarismo” “imponía” sus puntos de vista; que tenía un carácter insoportable. En los escritos de Bakunin, así como en los de James Guillaume, los dos elementos que con más saña le atacaron durante el período de la primera Internacional, además de utilizar esos argumentos, mostraban constantemente su fobia antijudía y antigermánica, acusando a Marx constantemente de ser judío y alemán. Faltos de razones políticas, imposibilitados para enfrentarse con sus teorías, acudían a los argumentos más bajos.
El análisis de cómo se desarrolló el proceso de organización de la Liga Comunista y, más tarde, de la Internacional, muestran con toda elocuencia que Marx no era u “autoritario”, sino todo lo contrario.
Cuando en la Liga Comunista surge la ruptura y la minoría trata de imponerse a la mayoría, es Marx quien para cortar la escisión propone que la dirección se establezca en Colonia y que los dos grupos de Londres, el mayoritario y el minoritario, independientes de sí, sigan perteneciendo a la Liga en relación directa cada uno de ellos con el Comité Central de Colonia. La minoría rechaza la fórmula y se separa.
En los trabajos preliminares para la creación de la Internacional aparecen dos criterios: el de Wolf, que considera que la Internacional debe ser centralista, imponer a sus secciones una rígida disciplina, y el de Marx, que estima que la Internacional debe tener un sentido más bien federalista, para que cada sección conserve un cierto grado de independencia, de autonomía, que facilite su acción, que le permita realizar una labor orientada hacia todas las corrientes que se manifestaban en el seno del proletariado.
Los primeros documentos de la Internacional elaborados por Marx ponen de relieve sus esfuerzos por abarcar, por ganar a todas las fuerzas, a todos los pensamientos políticos susceptibles de participar en la grandiosa obra que trataba de forjar un movimiento obrero moderno.
Más tarde, en el seno de la Internacional aparece el problema religioso. Los “revolucionarios” verbalistas planteaban la necesidad de que esta cuestión fuera discutida en el seno de la Internacional, que ésta se definiera ante el problema religioso. Marx se opuso, sosteniendo la tesis de que este problema no debía ser planteado ni discutido en la Internacional. Sin duda mantenía esta posición por consideraciones tácticas y de conveniencia en aquellos momentos para la propia obra de unidad de los trabajadores. Marx demostraba, una vez más, su espíritu de comprensión frente a toda actitud “autoritaria” e intransigente.
Marx, para evitar con su presencia coaccionar a los congresos, había adoptado la resolución de no asistir a ellos. Los congresos se reunieron y discutieron los problemas sin la participación directa de Marx. Sus resultados no complacían plenamente a Marx, pero él no veía las resoluciones que se adoptaban como la cuestión fundamental, sino el hecho de los congresos en sí; que cada uno de ellos era un peldaño más en la edificación de la Internacional y que poco a poco, según fuera desenvolviéndose, ella misma iría rectificando su propia obra. No cabe duda que si Marx hubiese asistido a todos los congresos, éstos registrarían en sus decisiones las consecuencias de la colaboración directa de quien era el pensamiento más vigoroso, más capaz, de cuantos asistieron a ellos. Esta es otra prueba de cómo los ataques de que le hacían objeto los anarquistas diciendo que “imponía” su pensamiento a la Internacional era completamente falso.
Al único Congreso a que asiste Marx es al de La Haya en 1872, el que se divide en mayoría y en minoría. La mayoría coincidía con las posiciones marxistas; la minoría obedecía a las orientaciones de Bakunin y de sus actividades fraccionales. En el Congreso de La Haya quedó demostrado, con todas las pruebas, la existencia de la Alianza y sus actividades en el seno de las organizaciones de la Internacional. El Congreso, por mayoría, acuerda la expulsión de Bakunin y de Guillaume.
Marx hizo toda clase de esfuerzos por evitar la escisión. Como los anarquistas seguían manteniendo la acusación de que el Consejo General, que residía en Londres, actuaba bajo la acción “autoritaria” de Marx, éste propuso que el Consejo se trasladase a Nueva York; así nadie podría decir que estaba bajo su influencia directa. El Congreso aprobó esta fórmula y decidió que, en lo sucesivo, el Consejo residiera en los Estados Unidos; pero la minoría rechazó las decisiones mayoritarias del Congreso y provocó la escisión.
Marx demostraba, una vez más, su espíritu de conciliación situando por encima de todas las cosas los intereses supremos del proletariado, de su unidad.
El Congreso de La Haya revelaba dónde estaba el verdadero “autoritarismo”, colocando en su verdadero lugar a los que, tomando como bandera la lucha contra él, no aceptaban nunca las decisiones democráticas de la mayoría. Tras esa bandera se escondían todas las maniobras del anarquismo en contra de la Internacional; escondíanse las actividades de la Alianza que determinaron la escisión de la Internacional y de los movimientos obreros nacionales. Fue la bandera de la división frente a la de la unidad; fue la piqueta demoledora en el seno del movimiento obrero.
Carlos Marx (1818-1883). —Fundador del socialismo científico y revolucionario y de la teoría de la lucha de clases. El sistema de Marx reposa sobre el materialismo dialectico, a la vez método de investigación así como hilo conductor para la actividad humana. En 1847 entra en la Liga de los Comunistas y escribe con Engels el célebre Manifiesto del Partido Comunista. El 28 de septiembre de 1864, bajo la iniciativa de Marx, fue constituida en Londres la Primera Internacional, la Asociación Internacional de los Trabajadores, debiéndose a él la mayor parte de los documentos que, en su nombre, fueron publicados y que forman parte del acervo histórico del Movimiento Obrero Internacional. Tomó parte directa en el Congreso de La Haya de 1875.
¡Gringos Go Home! ¡Pa'fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!
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