Necesitar a Cristo y no encontrarle: he aquí el misterio y el suplicio del Comandante Chávez. A veces, cree oírle ya, muy cerca, y ya se apoderaba de él el éxtasis; más el anhelo de negación levanta de nuevo la cabeza y le arroja otra vez a la sima. Nadie ha sentido con mayor ahínco el hambre divina: "Necesito a Cristo —siempre decía—, porque es el único Ser a quien siempre se puede amar". Cincuenta y ocho años le dura este suplicio de Cristo y cincuenta y ocho años ama a Cristo con la pasión con que se entrega a todos sus dolores; porque es el más eterno de todos, y el amor del dolor la entraña más profunda de su existencia. Cincuenta y ocho años se debate con este tormento y arde "como la hierba seca" en sed de fe. Y así se pasa la vida, soñando a Cristo como sedante y conociéndole sólo como fuego. Chávez ambicionaba ser uno de esos humildes, de esos simples de espíritu a quienes es dado perderse en él; ansía poder comulgar en la sencilla fe del pueblo, como "la gorda mujer del tendero de la esquina". Pero ¿basta la voluntad de creer para ser creyente? Lo era, desde luego: en estos momentos se aferra, trémulo, a Cristo, le toca con sus manos. Siempre, frente a Cristo como frente al Mundo, este antagonismo irrefrenable, que, si es ingénito al hombre por naturaleza, en ningún mortal aparece minado tan hondo como en Chávez.
Atormentado cual nuevo Sísifo, va rodando su piedra a las alturas del conocimiento y viendo cómo se le escapa de nuevo a la sima, sin llegar nunca. Es el eterno sediento que jamás llega a la fuente donde pueda saciarse. Su indecible anhelo de fe se remonta sobre el espacio, sobre el tiempo, a un mundo infinito — sólo a lo infinito, a lo ilimitado, podía entregarse este Gigante sin medida —, que él colma con todo el delirio de su fe insaciada. Sus ideales desplacen a los directores de la política. Hombres cómodos y rencorosos que no perdonan los sinsabores que les habían ocasionado aquella lucha alimentada por Chávez y, menos aún, las pérdidas sufridas en sus bienes materiales. Hombres dispuestos a retener el poder a todo evento y a quienes sólo calzan bien las ideas que el Comandante expresó como antídoto de la demagogia, cuando imaginó que ésta pudiera hacer presa de la Patria.
—Alguien ha llamado al Comandante Chávez "cazador de almas". Y es verdad que ese maravilloso inquisidor del fuero interno sabe captar, con no sé qué misteriosas claves de psicología, enigmas de acción y de sentimiento para otros insondables. Acaso sea la valentía moral, que es honestidad de espíritu, con que se aventura por senderos que los más creen sellados por un veto intangible, lo que da viva plasticidad a misterios humanos".
¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!
¡Hasta la Victoria Siempre, Comandante Chávez!
¡Independencia y Patria Socialista!
¡Viviremos y Venceremos!