"Libertad del pensamiento, de imprenta, de tránsito, de reunión pacifica, sin violencia, de petición, de sufragio, de enseñanza, de religión, de seguridad, de comunicación, de igualdad, son aspectos fundidos en la naturaleza del pueblo venezolano como un todo político inconjurable pues en ello reside la razón del conglomerado nacional".
Y son los medios de comunicación (no parcializados) el órgano que ha de reunir los signos de esta manifestación para expresar o el grito de emancipación cuando la ambición ha conculcado ese derecho, o para orientar a la opinión en los momentos de anarquía y delirio, o para apaciguar el eco de la turbulencia, o para remediar las ingratitudes y evitar las subversiones, o para salvar del naufragio la fortuna moral del pueblo.
En correlación con esa misión nace el concepto de que "la publicidad de los actos del Poder es un rasgo de gobierno libre como preservativo de los abusos".
Respetar las ideas contrarias, aceptar las críticas, garantizar los derechos, saber y comprender que existen criterios diametralmente opuestos a la forma de concebir y ejecutar los proyectos, es entender la división del trabajo que permite a la discusión mostrar que el sistema o método seleccionado es el más conveniente al interés del pueblo.
Para la libertad de pensamiento no existe ni la vejez ni la muerte de los conceptos permanentes. Tampoco el lugar común fatiga ni debilita su importancia, pues en su naturaleza se encuentra milagrosamente la posibilidad de restaurar el orden constitucional.
Es cierto que en uso de ese derecho se puede incurrir en excesos en contra del funcionario público o del ciudadano. La opinión que es la resultante de ese ejercicio ininterrumpido, tiene en su mano la sanción para condenar al que contraría ese postulado en su esencia y sustancia, ya que si el delito es mayor, la libertad misma consagrada por la legislación, señala que el pueblo deberá ser juzgado por los Jueces naturales en virtud de ley preexistente.
He acá el anverso y reverso de la medalla, el punto de confluencia en que se encuentra para destruirse o salvarse la espiral que recorre el ámbito nacional, el ser o no ser de un principio, la postura que obedece a una posición consecuente con un antecedente, la norma por medio de la cual no perece la unidad de las fuerzas morales, y en la que se evita la protesta de enceguecidas muchedumbres.
La historia de las vicisitudes de la libertad de los medios de comunicación es una sorprendente sucesión que pasma y anula la confianza en la burguesía. Para disfrutarla, se ha tenido que realizar luchas incruentas y sacrificios innumerables; la negación de ese derecho ha encontrado hasta tratadistas que con torcida dialéctica, pretenden mostrar que la dictadura es el complemento de la democracia. La pasión del pueblo ha rechazado esas falsedades teóricas ante la realidad del pensamiento correcto del periodismo, en que sólo hay un gobierno en la más excelsa altura cuando se respeta ese derecho.
Cárceles y destierros marcaron un destino para la minoría que se aferró a esa lucha terca y valerosamente. Caminaron por pueblos hermanos, conocieron del olvido de sus compatriotas; sufrieron el duro exilio y el ostracismo. Cuarenta años transcurrieron entre lentos procesos democráticos, hasta que se unieron a la caída tumultuaria de la tiranía puntofijista el 2 de febrero de 1999 al comprender que la salvación dependía de la concordia y ésta del ejercicio pleno de la libertad de pensamiento.
Nadie puede dudar de la pureza de las intenciones de quienes fueron víctimas de atropellos y persecuciones, pero la aspiración es general de que el Líder se convierta en el repúblico, cuya imagen creara al imaginársele en su intervención de mandatario merecedor de la confianza de sus mandantes.
La libre expresión del pensamiento no es tan sólo el clamor coreado por las multitudes, sino la idea eterna surgida de lo más puro del pueblo, y cuyo apostolado ahora se reclama a los que en representación del pueblo gobiernan al país.
—Quien ama, en cambio, ve en el pueblo su igual, y como a igual le sirve y le protege. Nuestros profesionales del antisocialismo no ven la esencia, no juzgan el balance moral de las doctrinas: poco les importaría la dialéctica materialista si ésta no desembocara, como expresión económica, en fórmulas contra el sistema capitalista que les favorece. ¡Allá los problemas del espíritu! Protegen la estructura que les garantiza el disfrute impune de los goces del mundo.
¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Independencia y Patria socialista!
¡Viviremos y Venceremos!