Nuestro Gran Libertador, pertenecía a una humanidad; especie de solitarios del pensamiento, especie de Genio iluminado por una Idea Inmortal: Bolívar había nacido para amar y ser amado. Pero indudablemente, la inspiración, la presencia del ideal, los amores puros por las puras formas de la belleza humana, todas las grandezas que llenaban su alma. Sólo la mirada que se levante a lo alto de su sentido último puede mudar ese respeto temeroso que experimentamos ante este mundo en ardiente amor; sólo la mirada que se adentre en su entraña acertará a iluminar todo lo que en este Genio de hondamente fraternal y universalmente humano. Pero, ¡cuán largo y cuán laberíntico el sendero que nos conduce hasta el corazón de este coloso! Imponente por sus dimensiones, aterradora por su lejanía, esta obra única se nos rebela más misteriosa cuanto más pretendemos escrutar en su hondura infinita desde lo infinito de su superficie.
El sublime desorden de este Genio se parece al desorden sublime de la Naturaleza. Al lado de una cima Nevada, donde la luz centellea con reflejos increíbles en horizontes infinitos, un abismo insondable; al lado de una plaza árida, un bosque perfumado por todas las flores de la tierra y henchido por los cánticos de todas las aves del cielo; pero su obra es todo el Universo, su conciencia es la duda y la fe, la afirmación y la creencia; todo su siglo. Su mundo gira entre el sueño y la llama clara de la realidad. Cada uno de sus problemas personales toca a un problema insoluble de la Humanidad; cualquier superficie que en él iluminemos destella infinito.
Naturalmente, lo grande cautivaba siempre a Bolívar: las grandes bellezas, las grandes ideas, las grandes pasiones y los grandes anhelos libertarios. Su genio, original por excelencia, se revelaba contra todo lo vulgar. Las costumbres consagradas, las leyes sociales imperiosas, le molestaban como a un náufrago las corrientes y las olas. Si hubiera podido, arrancara su cuerpo a las leyes (de la gravitación física y su alma a las leyes de la gravitación social. Y en esta lucha con fuerzas tan poderosas y tan necesarias, destrozaba alma y cuerpo.
La fuerza siempre es trágica cuando fracasa. Bolívar pinta la historia: sólo un Napoleón, el Napoleón que conquistó el mundo, para él hay cuatro o cinco cada época. Napoleón, hacía temblar al mundo, derribaba imperios, exaltaba príncipes, confundía el destino de millones de seres. Que esta vibración inmaterial, esta presión puramente atmosférica gobernada por el espíritu tenía por fuerza que transcender exteriormente a los ámbitos de lo material, modelar la fisonomía, invadir la mecánica del cuerpo entero.
¿De dónde vino la Revolución? De muchos orígenes y causas, sin duda; de modo inmediato, de las circunstancias: “Sin Napoleón en España, seríamos todavía colonos”. La América Española pedía dos revoluciones a un tiempo: la pública (o política) y la económica. Las dificultades que presentaba la primera eran grandes; Bolívar las ha vencido, ha enseñado o excitado a otros a vencerlas. Los obstáculos que oponen a la segunda son enormes y el general Bolívar emprende removerlos, y algunos sujetos, a nombre de los pueblos, le hacen resistencia en vez de ayudarlo. La guerra de la Independencia no ha tocado a su fin.
El 10 de agosto de 1819, entra triunfante en Santa Fe de Bogotá, capital del Virreinato de la Nueva Granada. Ha cumplido las tres máximas de Napoleón: destruir al ejército enemigo, ocupar su capital y apoderarse del país. Esa noche al acostarse no sólo pensó en su gloria. En sus sueños de niño de repetir la hazaña de uno de sus antepasados que acompañó a Nicolás de Federmann el alemán, al altiplano de Cundinamarca (1538) en el momento mismo en que Gonzalo de Quesada fundaba Santa Fe de Bogotá. Fué el ejemplo de Napoleón quien le infundió desde la adolescencia a la ambición de aspirar siempre a lo más alto, sin detenerse nunca en lo parcial, de asir el mundo codiciosamente en el eje de su totalidad. Napoleón, acicate para muchos, era para los más, intimidante admonición.
Un día, Napoleón deja en su vida la emoción de la presencia. Ve al coloso cabalgar en una parada, con las criaturas de su voluntad: con Rustán, el mameluco; con José, a quien había hecho el regalo de España; con Marat, para quien fué la dádiva de Sicilia; con Bernadotte, el traidor; con todos aquellos a quienes acuñó coronas y conquistó reinos, a quienes sacó de la nada de su pasado para elevarlos al esplendor de su presente. En un segundo penetra por todos los poros de Bolívar, sensible y viva, una imagen más grandiosa que todos los cuadros de la Historia: ¡el gran Conquistador del Mundo estaba ante sus ojos!
En junio de 1799: la fecha merece la pena de repetirse. Es el año en que retorna de Egipto, mitad victorioso, mitad fugitivo. Napoleón —el mundo, a quien sus hechos comienzan a traer desasosegado, le llama todavía Bonaparte—. Después de llevar sus armas bajo las estrellas de un cielo extranjero, de guerrear ante las Pirámides, testigos de piedra, el cansancio le vence, abandona la magna empresa; sortea en un ruin barquillo las corbetas de Nelson, que le acechan. Junta, apenas toca tierra firme, un puñado de adictos, barre la Convención, contraria a sus designios, y en un momento se adueña de Francia. El año de 1799 señala el principio del Imperio. Bonaparte no es ya le petit caporal, el aventurero corso: el nuevo siglo saluda a Napoleón Emperador. Diez, quince años más, sus manos ávidas abarcarán media Europa, mientras las alas de Águila de sus sueños de codicia se ciernen sobre el mundo entero de Oriente a Occidente. A Bolívar no podía serle indiferente esta coincidencia del Imperio, época tal vez la más fantástica de la Historia universal. Su imaginación voló al campo de Waterloo triste y vulgar cuadro donde fue a quebrarse el cetro de hierro de “Napoleón I” con las balas caídas a sus pies y estrelladas en su genio. Naturalmente, debía exaltarle ver el campo donde el genio que desde la cuna velada por la plebeya Letizia Ramolino, se había elevado al trono de Carlomagno, y desde los Alpes había volado a las Pirámides, y de las Pirámides a las torres de Nuestra Señora, encubriendo el Mundo bajo sus Alas; ver ese Genio extraordinario, que sostenía con sus hercúleas fuerzas una sociedad casi desplomada, verlo perdido entre el polvo y el humo que levantaran las legiones inglesas; verlo estrellando su pujanza, que parecía propia de un Dios, contra la vulgar paciencia de un hombre.
Pero lo maravilloso es que, por ser hombres Primigenios, en todos ellos Reempieza el mundo. En todo buscan lo superlativo, en todo el rojo candente de la sensación, allí donde las aleaciones vulgares de lo casual se funden y no queda más que un sentimiento cósmico, ardiente de fuego fluido. Todos esos problemas que en nosotros, pobres seres humanos, han cristalizado en fríos conceptos, a ellos les arden todavía en la sangre. Ignoran en absoluto esos cómodos caminos trillados por donde marchamos los demás mortales, con sus guardacantones morales y sus postes indicadores: sus senderos van siempre trochando por la maleza, hasta lo infinito.
Pero lo que más admiraba Bolívar del gran Corso, era la fuerza de las instituciones, la grandeza de las libertades, el progreso que nunca interrumpe, el prestigio de una raza que ha sabido salvar sus derechos de la universal servidumbre en que todas cayeron en el siglo décimo sexto, cuando se fundó el desolador absolutismo. Acaso las altas ideas sociales y las progresivas reformas políticas, dando alimento a su deseo infinito de libertad. Acaso la pasión de la libertad hubiera llenado más positivamente su alma que la pasión de lo ideal. Se ve en Bolívar, que su vida se ha aumentado con la vida infinita del Universo.
Bolívar pinta la historia, sólo un Napoleón, el Napoleón que conquistó el mundo, para él hay cuatro o cinco en cada época. Napoleón hacía temblar al mundo, derribaba imperios, exaltaba príncipes, confundía el destino de millones de seres; que esta vibración inmaterial, esta presión tenía por fuerza que transcender exteriormente a los ámbitos de lo material, modelar la fisonomía, invadir la mecánica del cuerpo entero. Bolívar nacido unos años antes, abríase enganchado bajo las banderas de Napoleón; hubiera, acaso, atacado las alturas de Belle-Alliance, barridas por el fuego de los ingleses; pero la Historia no gusta de repeticiones. Genio es aquel que, en todo instante, sabe plasmar en hechos sus pensamientos. Pero los genios grandes y verdaderos no desarrollan continuamente esta actividad; de otro modo, semejarían demasiado a Dios. Napoleón, hace de Francia la circunferencia del mundo, y de París su centro. Desde Bolívar acá, no conocimos otro caso de identificación tan cordial y tan inquebrantable de un Líder con su Patria. Su fama subió como un cohete, pero sin caer ni de declinar jamás, suspendida en el firmamento inmutable y refulgente como un sol. Y siguen viviendo como el primer día, las palabras, las palabras, posadas allí por él, la pasión desbordada ya no admitía más.
Bolívar, en Angostura hace la circunferencia de Sudamérica, y de Bogotá su centro; tras la liberación del Nuevo Reino de Granada, y la Patria de sus antepasados, se anexiona las Provincias antes españolas, una tras otra, y de allí lanza su ejército por lo ancho y largo de nuestra América y, su Gran salto, “el Pacifico”, donde libera: Ecuador, el Perú y crea su hija primigenia, Bolivia y, aún más allá, llega su voluntad cósmica. Los diputados de las Provincias del Plata le piden su protección. Le teme el emperador Pedro II de Brasil. Su ejército lo ha visto crecer en la palma de la mano. Los ha sacado de la nada, desnudos, y los ha vestido, los ha cubierto de dignidades, como Napoleón a sus mariscales. Indecible es la muchedumbre de los sucesos, inmenso el paisaje que tras estos sucesos se desarrollan. Y como Él son sus héroes. Poseídos todos de la misma ansia de conquista. Una fuerza centrípeta los lanza fuera de su terruño, de su región natal, para Libertar a nuestra América.
¿De dónde vino la Revolución?, de muchos orígenes y causas, sin; de modo inmediato, de las circunstancias: “Sin Napoleón en España, seriamos todavía colonos. La América española pedidos revoluciones a un tiempo; la pública (o política), y la económica. Las dificultades que presentaba la primera eran grandes; Bolívar las ha vencido, ha enseñado o excitado a otros vencerlas. Los obstáculos que o ponen a la segunda son enormes, el general Bolívar emprende removerlos, y algunos sujetos, a nombre de los pueblos, le hacen resistencia en vez de ayudarlo. La guerra de la independencia no ha tocado a su fin.
¡Bolívar! el gran Genio que ha vivido repitiendo la inmensa escala de los cánticos de todos los pueblos, y que ha muerto, malogrado, que fue el Verdadero Iniciador de la Libertad, el verdadero Libertador de la Historia, el Artífice de la personalidad Humana, el revelador de la Conciencia de los pueblos de nuestra América, bien merece ser contado en la Biblia de los progresos humanos entre nuestros profetas y nuestros mártires.
—Y nuestra edad, al descubrir la cabeza apolina de Bolívar, cruzada de rayos y de sombras, podrá exclamar: He ahí mi imagen, he ahí mi símbolo.
—Cito a Mario Briceño Iragorry: Bolívar no es un difunto. Bolívar es el héroe permanente y ubicuo. Pero en realidad, nunca estuvo más vivo que ahora. Su espíritu ciérnese sobre el féretro que el pueblo venezolano lleva a hombros. Él está vivo, y si muchos lo miran como muerto, debemos luchar tenazmente contra tal idea. Bolívar murió para aquellos que quisieron hacerse sus albaceas. Y ha sido durante largos ciento setenta años de nuestra historia republicana, (hasta la llegada del Comandante Chávez) un muerto cuya fama sirvió para dar lustre a todas las deficiencias de la burguesía. Han vivido de la gloria de un gran muerto. De un muerto a medio enterrar que, pese a su grandeza, ha despedido un hálito fúnebre en nuestro propio ambiente cívico.
¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tus sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!
¡Bolívar y Chávez Viven, la Lucha sigue!
¡Independencia y Patria Socialista!
¡Viviremos y Venceremos!