“Los maestros son más que ninguna otra clase
los guardianes de la civilización”
Bertrand Russell
Desde el misterioso e insondable arcano, como esa lluvia de estrellas fugaces, cual diamantes viajeros en el cosmos, imagino seguirán llegando, las palabras del otro Simón, el Maestro grande, de nuestra hermosa historia: “¡Levantar los pueblos al grado de civilización que pide el siglo! Eso decía i proclamaba el maestro del más grande discípulo, dos siglos atrás; pero siguen vigentes esas palabras, cuando comenzamos a transitar el primer siglo prodigioso, del tercer milenio. Empero, tan honrosa i brillante designación de excelsos guardianes de la civilización, no es ni mercancía barata ni perfume gratuito que, sin méritos reales, todos puedan ganarse. Debería darse ese honor, dice el mismo Russell a quien cito en el epígrafe, para aquellos que, íntimamente puedan percatarse, de lo que es la Civilización (así, con mayúscula), i estar deseosos de comunicar a sus discípulos una actividad o mentalidad, civilizada. Educar, es incorporar a los niños i jóvenes a la cultura de la época i a la civilización milenaria. Para ello habrá de considerar, en cada caso, la personalidad única de cada discípulo, o ser humano irrepetible, –ni con clonación- porque el respeto, la reverencia por cada personalidad, es la esencia de la pretendida sabiduría en todo lo social, especialmente en la educación e instrucción.
Tal es así que, debemos estimar como realmente fundamentales, hasta en la mera función de “hombres canales” como decía Unamuno, en la tarea heroica, por trasmitir la cultura de una generación a otra, a los maestros, a los educadores del maternal i el pre-escolar, en los años que corresponden, para la antes llamada, Educación Primaria; porque estos maestros, son los verdaderos moldeadores i forjadores de los hombres i mujeres del mañana. Allí se funden las dos tareas de educar e instruir, resultando más importante su labor, que la de los mismos profesores o docentes universitarios. Éstos tendrán para enseñar profesiones diversas, a unos jóvenes ya formados o moldeados desde la infancia, bien con una personalidad pura i creativa, o con una personalidad contaminada de prejuicios, miedos, amenazas o ambiciones, que ya es difícil de orientar. Por eso Osler, un médico famoso del pasado, decía que, como ejemplo, “para ser un buen médico, primero se necesita, ser un buen hombre”.
Sin embargo, no pretendo hacer un estudio de ambos campos i modos de docencia. Me referiré al hombre que ha asumido la más bella, enalteciente i responsable tarea en la existencia humana. El hombre que compromete su vida, su talento i su amor, en la sublime realización de formar otros hombres o mujeres, dignos de saber desempeñarse con suficientes valores sociales, éticos i estéticos, en nada menos que…¡La vida civilizada! Los sembradores en la conciencia de los niños, de los jóvenes i de los adultos, de la esmerada “programación” intelectual (como es el sistema operativo básico de un disco duro), asentando en el “mapa” de su cerebro, las ideas i los procedimientos para hacerlos sanos, eficientes i creativos, capaces de hacer verdaderos juicios, en aquel último reducto del entendimiento que nos proponía, desde siglos atrás, el esquema del conocimiento kantiano. Saber crear, a la manera de los imperativos kantianos, los juicios, las premisas i los valores, desprovistos de todo interés, pues, quitaría la investidura de moralidad o eticidad, a todo pensamiento para crear i vivir. No se debe predicar moralidad, se debe enseñar a saber hacer, juicios éticos.
Por eso, el maestro, -no es exagerar su genuina i auténtica labor- son los escultores de la personalidad que, indudablemente tiene su sede en el cerebro, de modo que, en la muerte cerebral admitida por la ciencia contemporánea, la iglesia i otras instituciones, la muerte del cerebro –repito- es la desaparición de la personalidad. Mas, es necesario preguntarse entonces, ¿Qué es eso abstracto que llamamos la personalidad? No deseando introducirme en la fisiología ni en la genética o la psicología, podríamos intentarlo al menos, desde la filosofía. Lo que diga es válido, tanto para el maestro, discípulo o alumno ayer, como para el niño o el joven, maestro del mañana, aunque no ejerzan tal profesión, pero ya los padres comenzamos siendo, en el hogar, los primeros maestros.
La personalidad de los hombres, marcha con el tiempo i con la historia, como sucede lo mismo con los principios morales o los fundamentos éticos. Sin embargo, han existido hombres, cuyas ideas tienen trascendencia i marchan al futuro como luceros que alumbran los caminos, tal en nuestra historia, Simón Bolívar i Simón Rodríguez o Carreño, mencionando primero al discípulo, puesto que, como es necesario para el progreso humano, el discípulo ha de superar al maestro. Lo explica, en esta histórica dualidad, el haber forjado en el discípulo, mente i corazón, “para lo bueno, para lo grande y para lo hermoso”.
La personalidad del maestro, entonces, es entendida, sin entrar en el origen de la palabra persona, como el concepto que encierra lo moral, jurídico, social o civil, pero con el supremo aditamento de lo pedagógico, de esa ciencia consagrada al desarrollo i progreso de las cualidades que distinguen a la noble, sublime i hermosa condición de enseñar, responsabilidad suprema del Maestro. Sean guardianes o canales de la civilización i la cultura, les convierte en los médicos del alma humana. Esa alma o ese intelecto creador que es primavera esplendorosa en el cerebro de los niños, para hacerlos ciudadanos, o como decía Simón Rodríguez que, para tener República, primero formemos republicanos. ¡Qué inmensa tarea la del Maestro!¡Un compromiso o responsabilidad que supera todas las eventualidades negativas o adversas, de la vida del hombre! Por eso, en los países verdaderamente civilizados, que no por ello, se dejan llevar hacia las guerras, hasta en esos inhumanos conflictos, la educación i la instrucción, no se suspendieron nunca. Serían infinitos los ejemplos, pero para citarles uno que nos toca en nuestra historia, la vida de un sabio venezolano, sepan que, el Dr. Humberto Fernández Morán, terminó su carrera i se graduó de Médico (i también de Físico i Matemático) el 28 de junio de 1944, en Munich (Alemania) apenas a 22 días del Día D, o sea, el día de la invasión a Europa por las Fuerzas Aliadas i, en uno de sus discursos lo expuso; se graduó en una Universidad semidestruida por los bombardeos, entre las ruinas i el mal olor de cadáveres descompuestos, con un rector de luto por pérdidas familiares i, aun en esa situación, la Universidad continuaba funcionando.
Algo parecido me refirió mi maestro Dr. Jorge Hómez Chacín, pues estudiando Medicina en París, cuando la ciudad fue tomada por los alemanes, la universidad se trasladó a Burdeos i continuaron las clases. Yo he vivido en Madrid i en Lovaina, los problemas que se tienen con las grandes nevadas, las lluvias torrenciales o el frío casi insoportable i, ni las clases de los colegios de mis hijos ni las mías en la Universidad, se suspendían. Cuando veo a uno de esos mediocres energúmenos de los sindicatos del magisterio, con verbo atroz i congestión del rostro de simples agitadores, lo único que se me ocurre pensar es, ¡Cómo llegaron a ser dispensadores de clases, pero jamás, maestros! ¡Cómo se puede mancillar los Derechos del Niño, los Derechos Humanos i las leyes o la Constitución, porque la irracionalidad de unos pocos, quiere violentar la vida, las leyes i la paz! ¡Cómo tienen que mentir para tratar de justificar lo injustificable!
Por eso, si Simón el discípulo, cargado de pensamiento revolucionario, de virtudes i de una creatividad que vislumbró el futuro, (nuestros enemigos, dijo, no son ya los españoles, sino, los anglosajones) realizó la tarea de fundar la patria, ya Simón el maestro, había sembrado las semillas de la curiosidad por el saber, en los suelos de América, educando i creando voluntades, i quizá cuantos miles de hombres más, llevaron adelante sus ideales, sólo que, uno de talla universal, como ningún otro, hizo olvidar muchos frutos del saber robinsoniano. Allí en Rodríguez, en José María Vargas, en Cecilio Acosta o más próximo a nosotros, en un Luis Beltrán Prieto Figueroa, tenemos modelos paradigmáticos del maestro. I en cada tiempo o en cada época los hai; yo los encontré en Raúl Cuenca, en Lossada o en Ábrego Montero en el bachillerato, i en muchos de mis brillantes profesores en Medicina. Todos tenemos de esos ejemplos, porque las verdaderas vocaciones siempre sobresalen. Por todo esto, contemplar una Venezuela, donde el magisterio –aunque sea en un porcentaje no mui grande- se pliega a una oposición mediocre i violenta; a unos supuestos “meritócratas” que establecieron el fraude i el robo planificado de nuestra principal industria i compraron la conciencia de muchos, para hundir la patria, o atender a los llamados de un analfabeta cultural que jamás ha trabajado, me resulta casi como una comprobación de que no fueron nunca verdaderos maestros, sino dispensadores de clases por un salario i nada más. Si fuesen maestros de vocación, amarían la docencia por encima de todas las cosas, i “sólo se conoce bien, la cosa amada” expreso el genio universal de Leonardo D’Vinci. Somos seres humanos, no solamente porque genéticamente, fuimos realizados anatómica i fisiológicamente, para hablar i pensar. i por eso solamente seríamos hombres racionales, distinguibles de otros seres vivos, en lo biológico; pero, ya lo dijo Antonio Machado en una de sus coplas:
“Ya hubo quien pensó:
cogito ergo no sum
¡Qué exageración!
Somos seres humanos porque tenemos conciencia de la vida; de la vida buena, comprometida a pasar sus virtudes, sus hallazgos i sus conocimientos, a las generaciones que nos siguen. Tenemos una revolución pacífica de cambios radicales, como fue, por ejemplo, la Revolución de la Física Clásica en los albores del siglo XX. Sin un solo acto de violencia, con un pueblo que ha dado muestras increíbles de civismo i, un presidente que, formado entre las Fuerzas Armadas, su norte es la paz i no la guerra, con una tolerancia asombrosa, por lo cual, si algún aliado fiel debería tener, es en el magisterio venezolano o en la iglesia, i en los hombres que se enorgullecen de ser universitarios. Los cambios radicales, no los logran las guerras ni los dogmas o las ideologías politiqueras. Los cambios radicales están en la mente, en el pensamiento, fuente del conocimiento filosófico i científico. Por ello, esta oposición que no piensa, que carece de líderes i que en lo material quiere destruir i, en lo abstracto, confundir o mentir, verdaderamente, a lo que más le teme es al pensamiento. Al respecto, copio textualmente este aparte de mi maestro Bertrand Russell: “Los hombres temen al pensamiento como no temen nada en la tierra: más que la ruina, más aún que la muerte. El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructor y terrible: el pensamiento es implacable con el privilegio, las instituciones establecidas, y las costumbres cómodas”. ¡Que alarma para las clases oligárquicas de vergonzantes privilegios!
La llamada oposición de “la sociedad civil”, realmente no es a Chávez a quien principalmente temen, sino al proceso, porque ese está en letras, en pensamiento vigoroso, en la estupenda Constitución Bolivariana i en la mente de un pueblo que ha despertado hace muchos años. Entre ellos, ha vuelto a tomar sus arreos, su pluma i su espada de Libertador, el Simón genial de la epopeya. El discípulo grande, ha regresado. Russell, a su vez agrega: “El pensamiento es grande, rápido y libre, la luz del mundo y la principal gloria del hombre”. I en la Constitución está ese pensamiento que temen.
Allí está la luz del Libertador i su Maestro. Así lo dice el preámbulo; una Constitución fundada en el ejemplo histórico del Libertador Simón Bolívar y el heroísmo y sacrificio de nuestros antepasados aborígenes y de los precursores y forjadores de una patria libre y soberana”. Eso es a lo que temen, porque, además, nunca antes el pueblo había tomado tanta conciencia de sus deberes i sus derechos (conocen i han leído su Constitución, lo que antes no hacían ni sus gobernantes) i para probar cuánto ha aprendido, ya nos dio la lección de abril del 2002, al defender la letra i el espíritu de ese texto constitucional, al cual, ahora, con singular descaro o mejor, estupidez jurídica, han dado una disparatada interpretación al Art. 350, puesto al final, i formando parte de un todo indivisible, para alentar al pueblo a desconocer un gobierno que, no posea las características propuestas en esa misma Constitución, tal como lo hizo en abril, frente a la breve, pero feroz, dictadura nazi fascista, de Pedro Carmona Estanga, Pedro I El Breve, un payaso traidor para la historia..
En la actualidad, cuando son de abril las aguas mil i, todo el saboteo i la desestabilización que, con violencia fascista, imponen al país, no es otra cosa que la repetición del mismo golpe de estado, contrario a toda democracia i a toda idea de libertad, justicia i paz; es deplorable que la cobardía los lleve hasta querer restar o impedir a nuestros niños, al futuro de la patria, la posibilidad de estudiar. I ya lo absurdo i terrible de esta traición a los más elementales Derechos Humanos, todos lo conocen.
Entonces, ¿Cómo deberá ser el maestro del siglo XXI? Bien nos lo dijo Simón Rodríguez: “La América no debe imitar, sino ser original.(( )) Escribamos para nuestros hijos; pensemos en su suerte social más bien que en sus comodidades. Dejémosles luces en lugar de caudales: la ignorancia es más de temer que la pobreza”. Quizá algo así, dejado en la mente del discípulo, hizo pensar a éste que, “Un hombre sin estudios es un ser incompleto” o aquella tan repetida frase que, incluso he visto en carteleras de muchos colegios, “Moral y luces son nuestras primeras necesidades”.
Es precisamente notorio que, después de más de doscientos años del paso de ese meteoro que brilló por 47 años, para luego perderse en el espacio, como dijera Vasari respecto a Miguel Ángel Bounarrotti, estemos pensando en el maestro del siglo XXI, arropado con los conocimientos científicos i filosóficos del presente, pero con un alma, o una visión abstracta e interna, como lo pensaron nuestros prohombres de la historia. Un hombre que deberá ser, singular i plural; singular como personalidad en lo moral i grado de cualidades superiores, i plural, por su acervo de cultura universal, abierto a todas las ideas nuevas i a todos los avances del mundo científico. Eso debe ser en esencia un profesor universitario. ¡Qué ejemplo de personalidad, para un maestro venezolano de hoi! Siempre he escuchado una frase que dice, “al maestro con amor” i si bien eso pueda admitirse, lo que debería pensar al maestro es que, a los niños i a la docencia, hai que ponerle un infinito amor. Lo dijo el Libertador: “El gran poder existe en la fuerza irresistible del amor”. Sin embargo, dotado de tan eximias cualidades, todavía no basta i es porque, más que moralidad, debe ser eticidad, ya que ciertas intromisiones morales de la tradición, hace a veces inadecuada oposición a los progresos científicos i culturales, porque el fin es intelectual, científico, i no fines morales o políticos. I según Russell, no solamente todo profesor universitario tiene que hacer investigación, sino que, la única moralidad exigible, es la del trabajo; i considerando que, la causa principal del progreso, son los conocimientos nuevos, pues sin ellos el mundo se quedaría estacionado.
Einstein dijo que, la Ciencia, es ir del conocimiento de unos hechos, al conocimiento de nuevos hechos. I desde muchas décadas atrás, Ernesto Sábato, que fue científico antes de entregarse a la literatura, nos advertía de ser solamente ejecutores de una tecnología prestada, i olvidábamos formar científicos puros, especialmente doctores en matemáticas i ciencia pura. Por todo lo expuesto someramente, es de concluir que, verdaderamente, el Maestro del tiempo presente i del futuro, deberá ser siempre un hombre de avanzada con visión de futuro. Eso solamente se puede lograr con el estudio, la pasión i el trabajo. Dejar de trabajar por causas políticas, es dejar de ser el Maestro que, se pretende o presume ser. Por ello, refiriéndome a todos, posesos o no del gran acervo cultural i científico que demanda el siglo XXI, tenemos que recubrir esa personalidad, con lo que el amor, el derecho i la justicia humana, demanda: dejarles a las generaciones futuras, “luces en lugar de caudales” como dijo el Maestro, para “Levantar los pueblos al grado de civilización que pide el siglo”; o repetir lo que dijo el discípulo:¡La gloria está, en ser grande y en ser útil!
La gloria de un auténtico maestro, resumen personal de virtudes i conocimientos, se me antoja identificarla, como dijera Gabriel García Márquez al final de su discurso, cuando recibió hace 20 años el Premio Nóbel de Literatura, uniendo sus vivencias e invocando el espíritu creador de las musas, creer o considerar, como única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Entonces, no existirá mayor poema en nuestra vida, que prolongarla, para lograr la única inmortalidad posible…¡educando a los niños i esculpiendo i formando, hombres i mujeres del mañana! I en el verbo de Simón Rodríguez, digamos conmovidos: “Abramos la historia y por lo que aún no está escrito, lea cada uno en su memoria”. Leer en la memoria no es solamente, mirarnos en el espejo de la historia o en nuestro propio pasado, sino hacer inventario ético i moral, en la conciencia, conocer lo que Kant llamaba, lo dado en la sensibilidad, para informarlo de espacio i tiempo, anhelando conocer en el juicio, esa joya de la existencia que llamamos la verdad. Entonces diremos como el poeta-filósofo:
¿Tu verdad? No, la Verdad
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
I, en esa búsqueda, dos estrellas de primera magnitud, nos guían:
Simón Rodríguez, el Maestro grande; i, el Discípulo maravilloso: Bolívar, el Libertador de pueblos. Ambos insignes maestros del siglo XXI, sembradores de los nobles ideales de, ¡Justicia, Saber, Paz i Libertad!
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Maracaibo, 11 de enero de 2002