Algunos historiadores tienen tendencia a minimizar el peso del latifundio. Tocqueville les ha contestado por adelantado en un capítulo del antiguo régimen y la Revolución: "Porque los derechos feudales se habían vuelto en Francia más odiosos para el pueblo que en cualquier otra parte". Quizás habría que distinguir, desde un estricto punto de vista jurídico, lo que era propiamente feudal de lo era señorial. Los derechos feudales resultaban de los contratos de feudo. La jerarquía de los feudos se mantenía, como da fe ello en cada mutuación el permiso y el censo, así como el pago de una tasa; allí donde los plebeyos tendían a ser compradores de feudos, y al caso no era raro en el Midi, estaban sujetos a un canón especial llamado de feudo alodial.
La existencia de un amplio sector de la pequeña y mediana burguesía constituye una de las caracteriscas esenciales de la sociedad. La mayor parte de producción local sigue alimentada por artesanos, productores independientes y vendedores directos. Pero en el artesano reina una enorme diversidad en cuanto a la condición jurídica y al nivel social. Existen muchos matices, desde la burguesía media hasta la clase humilde, que trabaja manualmente. La producción artesanal y el sistema de intercambio a través del tendero facilitan transacciones insensibles del pueblo a la burguesía. El obrero trabaja y vive con el pequeño artesano, comparten su mentalidad y sus condiciones materiales. Del artesano al empresario hay múltiples matices y los pasos son lentamente graduados.
En lo alto de la escala unos cambios casi insensibles provocan una brusca mutuación: en la primera fila de la clase media y ya en las fronteras de la auténtica burguesía, un cierto parentesco con las profesiones liberales, así como unos privilegios concretos o una reglamentación especial, aíslan a artesanos, a obreros, a maestros, etc., grandes empresarios que si trataban a tenderos importantes y a obreros, se irritaban de ver a los burgueses propiamente dichos comportarse de igual forma con respectos a ellos.
Sobre estas categorías intermedias pesaban las contradicciones de una situación ambigua. Los artesanos, pertenecientes a las clases populares por sus condiciones de vida y a menudo por la miseria que conocían, poseían, sin embargo, su tenderete y sus herramientas; el tener bajo su disciplina a obreros y aprendices acentuaba su mentalidad burguesa. Pero el apego al sistema de producción reducida y de la venta directa les enfrentaba a la burguesía comercial y al capital comercial; los artesanos se sentían amenazados por la competencia de la manufactura, y temían sobre todo trabajar para el negociante-fabricante y verse reducidos. De ahí que, entre los artesanos y tenderos que contra la propiedad concentrada en manos de los grandes fabricantes; pero ellos mismos eran propietarios. Reclamaban la tasación de las subsistencias y de las materias primas; pero pretendían mantener la libertad de sus beneficios. Las reivindicaciones de esas categorías artesanales y de tenderos se sublimaron en quejas apasionadas, en arranques de revueltan, particularmente eficaces en la obra de destrucción de la vieja sociedad: jamás pudieron concretarse en un programa coherente.
A las categorías populares propiamente dichas les faltaba el espíritu de clase. Diseminados en muchos pequeños talleres, no estaban especializados como consecuencia del desarrollo todavía restringido de la técnica, ni estaban concentrados en grandes empresas o en los barrios industriales. A menudo mal difenciados del campesinado, los asalariados, así como también los artesanos, no eran capaces de concebir soluciones eficaces para su miseria; la debilidad de los gremios lo demostraba. El odio hacia la burguesía, el enfrentamiento irreductible con los "pudientes" y los ricos, fueron los fermentos de unidad de las masas trabajadoras. Cuando las malas cosechas, y la crisis económica que necesariamente provocaban, les pusieron en movimiento, no se alinearon con una clase distinta, sino como asociadas al artesanado, detrás de la burguesía; así se dieron los golpes más fuertes a la vieja sociedad. Pero esta victoria de las masas populares no podían ser más fuertes que "una victoria": la burguesía sólo aceptó la alianza popular porque las masas le permanecieron subordinadas. En caso contrario, probablemente habría renunciado, como hizo en el siglo XIX en Alemania y en menor medida en Italia, al apoyo de aliados considerados como demasiado temibles.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Viviremos y Venceremos!