Aquel día paró la cola, el "Ilustre Americano"

El 10 de agosto de 1887, el general Antonio Guzmán Blanco se embarcó en la Guayra en el barco norteamericano Filadelfia. Lo despidieron el Presidente interino, Hermógenes López, todo el Gabinete ejecutivo, el pueblo y las fuerzas vivas. Nunca más habría de retornar a Venezuela, o mejor dicho eso creíamos hasta poco, ya que sus restos están en Venezuela. Y como sería muy poca cosa enterrarlo en el Cementerio General del Sur, donde reposan sus víctimas, me imagino que esto de traerlo es el primer paso para que lo entierren al lado de su padre Antonio Leocadio Guzmán en el Panteón Nacional.

¿Saben ustedes cómo fue llamado por el Congreso de la República el general Antonio Guzmán Blanco?: el Ilustre Americano, el Regenerador, el Reivindicador, el Aclamado de los Pueblos… ¿Le parecen poco?

A Crespo lo llamaron el Héroe del deber cumplido; a Linares Alcántara, que no lo fue, el Gran Demócrata; a Castro, el Restaurador; y a Gómez, el Benemérito… De modo que si es por títulos, no dicen nada… porque aquí los congresos han sido unos tigres para cancharle nombres hiperbólicos al primero que se encarame en el coroto. ¿Sabía ustedes que el título de "Ilustre Americano" motivó una encendida protesta en el Congreso de Chile, con la reprobación consiguiente del título, por considerarse que no podía esa decisión ser privativa del Congreso venezolano sino de todos los pueblos americanos, aparte q

ue el Autócrata Civilizador tenía demasiadas lacras como para llevar con justicia y honor un título semejante?

¿Quién fue Antonio Guzmán Blanco? ¿Qué hizo, para que la sola mención de que sus restos sean traslados de París a Venezuela, encienda tan acaloradas discusiones?

Nació en Caracas el 28 de febrero de 1829. A los cinco meses del legítimo matrimonio del señor Antonio Leocadio Guzmán y de doña Carlota Blanco y Jerez de Aristeguieta, prima muy cercana del Libertador.

Sus primeras lecciones de probidad administrativa, y de fidelidad para con las causas a las que servía, las recibió de su padre Antonio Leocadio. Pero como nadie es culpable de lo que hagan sus ascendientes, con excepción de hacer que la opinión pública los honre cuando no lo merecen, nada podemos decir del hijo de la mentira, ya que en este sentido Antonio Leocadio fue el padre de ella.

Al parecer fue un estudiante regular. Inicialmente estudió medicina, pero, como se ha visto en múltiples oportunidades en hombres que llenaron de muertos los campos de batalla, le tuvo aprehensión –según escribe Rondón Márquez—a los cadáveres del anfiteatro. Fue el mismo doctor José María Vargas quién le recomendó cambiarse para los estudios de Derecho, en los que se recibió de licenciado el 14 de abril de 1856. Aunque nunca ejerció la profesión, la Universidad, en sus años de gloría, le otorgó el título de Doctor.

Apenas se gradúa se encambura y es nombrado Cónsul en Nueva York. Ya para esa época daba claras muestras de pueril vanidad y de pantallero. Así lo define Juan Vicente González: Bicho pedantesco que heredó de su padre la charla empalagosa y las mañas del gitano.

Manuel Briceño: su empecinado detractor, dice: Es un personaje pueril, teatral y vano, a quien agradan los penachos, los dijes, los bordados, las lentejuelas, las palabras rimbombantes, los grandes títulos, lo que suena, lo que brilla, las pantomimas del poder. Poco le importa el desprecio público o privado: él se contenta con la apariencia del respecto y con llevar a cabo la idea que bulle en su cerebro. Es un hombre que no tiene nuestras ideas, que no pertenece a nuestro siglo.

Cuando estalla la Guerra Federal, lo encontramos de secretario del mariscal Falcón. Es poco sabido de Falcón y Ezequiel Zamora se detestaban, a pesar de estar casados con dos hermanas y de ser los dirigentes de la causa liberal. Cuenta Rondón Márquez que con sus intrigas Guzmán exacerbó estas rivalidades. De pronto lo encontramos por mandato del Mariscal al lado de Zamora, en el sitio de San Carlos.

Un tiro salido, nadie sabe de dónde, siega la vida del heroico caudillo popular. Guzmán es el único testigo. La opinión pública lo inculpa de esta muerte.

Vencidos los conservadores, Páez derrotado y Falcón triunfante, delegan en un aventurero llamado el Marqués de Rojas y Guzmán Blanco los términos del armisticio. Según refiere Level de Goda y diversos historiadores, ambos representantes de las partes de las fuerzas en pugna, más que pensar en el beneficio de las partes que representan se entregan a mutuos escarceos económicos, donde se hacen concesiones y señalamientos en beneficios de sus personales peculios. Escribe el historiador Rondón Márquez: Del dinero del empréstito inglés, que iba llegando, el Marques de Rojas le entregaría a Guzmán para sus fuerzas veinte mil libras, y le pondría en posesión de todos los hilos y secretos de las negociaciones en ciernes por otro millón de libras para que lo hiciese con la ayuda de Rojas y de sus compinches…

Fue público y notorio hasta hace apenas una generación, y por desgracia olvidado por la que pretende repatriar los restos de Guzmán para sepultarlo en el Panteón Nacional, que el mayor peculado que hasta entonces conociese Venezuela fue el que hizo Guzmán a raíz de ese empréstito y que según sus enemigos alcanzó los ochenta millones de bolívares para el cambio de la época; lo que vendría a ser hoy día una de las fortunas más colosales del orbe, de la que han vivido cómodamente sus herederos por más de cien años.

Aunque este colosal empréstito permitió el desarrollo de las obras suntuarias e indispensables que se hacen durante el guzmancismo, comprometió de tal manera la Hacienda pública, que en 1902 las naciones acreedoras bloquearon a Venezuela y estuvieron a punto de arrebatarnos la independencia. Por esta razón, el general Juan Vicente Gómez, con su criterio palurdo, le hace a las potencias toda clase de concesiones hasta hacer de nuestro país un verdadero esclavo del imperialismo. Guzmán, aparte de haber sido el mayor peculador, actuó siempre guiado por sus intereses personales hasta declarar en una ocasión:

Guzmán Blanco: A mí no me interesa esto, sino cogerme unos cuantos millones de pesos y vivir en París hasta el fin de mis días.

Esto y no otra cosa fue lo que hizo Guzmán Blanco hasta su muerte en la capital de Francia en 1899. No es que pongamos en duda la idoneidad moral de los políticos que proponen su traslado y demás objetivos; pero, como hemos dicho en otras oportunidades: los que han detentado el poder en Venezuela, como lo hizo Guzmán, aparte liquidar a sus enemigos, como para que ni de ellos ni sus descendientes digan "chito", legado a sus familiares fortunas tan considerables que, al cabo de un tiempo, el manipuleo de la publicidad y de los resortes del poder puede ser tan eficiente que de antihéroes se transformen en héroes; y los que por su actuación pública se hacen acreedores de la execración histórica, se conviertan por obra y gracia de don Dinero en pilares de la nacionalidad y ejemplo vivo para las generaciones. ¿Qué pensarán de la vindicta pública los gobernantes de hoy y de mañana si ven que a Guzmán se le confiere el máximo honor de reposar al lado del Padre de la Patria? ¿No es acaso peligrosa la conclusión? Por lo menos así lo creemos.

¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!

¡Independencia y Patria socialista!

¡Viviremos y Venceremos!



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Manuel Taibo


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