"Boves fue la síntesis (también hoy) trágica vivida por el pueblo venezolano (también hoy) en todos los momentos de su historia, llevándolo a tomar las armas para su liberación y redención en contra de sus opresores, los "oligarcas mantuanos" quienes en más de trescientos años llegaron a cometer tantas injusticias, crímenes y desmanes. Como aún continúan haciendo sus descendientes en nuestros días, quienes en la actualidad forman parte de la aristocracia del dinero o clase dominante, aliados a los grandes consorcios financieros transnacionales e imperiales".
Pero lo que sin duda alguna caracterizó a José Tomás Boves fue su fuerte carisma, esa misteriosa fuerza, subyugante, que lleva a los hombres y a las masas a una sumisión incondicional ante ciertos conductores, al tiempo que provoca en otras reacciones proporcionales de odio y repulsión. El arquetipo del caudillo vengador que encarna Boves (y exige un vasto sector del pueblo venezolano) es lo que explica su extraordinario ascendiente y persistencia en nuestra historia. No basta, sin embargo, situarse en una línea de una aspiración social significativa para erigirse en arquetipo, fuente verdadera de todo carisma.
Tomás Morales, su lugarteniente, ni el mulato Machado, (tatarabuelo de Maricori) cualquiera de los jefes de segundo rango que lo seguían. El arquetipo del caudillo debe contener, además de la voluntad colectiva, cualidades personales que la acrecienten y recreen en su ejecución, aparte una manifiesta superioridad en un particular campo de valores. Boves expresaba, sentía y comprendía el alma del llanero, inclemente como el paisaje, duro a ras de suelo como el humo de la llanura. Boves tenía las mismas virtudes y defectos de las hordas que conducía. De ahí su éxito y su significación antropológica. De no haber existido esta correspondencia –como olvidan con insólita ingenuidad algunos de sus intérpretes—no hubiese podido asumir el papel que le correspondió en nuestra historia.
Entre los hombres de la sabana, la virtud primaria era el valor, el valor físico, frontal y sin cortapisas, que lo mismo domeña al caballo salvaje, que saca del medio en viril combate al más recio contendor. Lo otro puede venir por añadidura. En ausencia de los atributos, pueden ser tomados como prueba de flojedad de ánimos. Para ser generosos con desvalidos debe tenerse antes el poder suficiente para desposeerlos. Para ser compasivo con el que sufre hay que dar pruebas de un coraje monolítico. Sólo el macho bravío y arisco puede hacer gala de su buen humor, de bailar un parrandón o de quitarle la mujer a otro. Boves, además de macho probado, era generoso, alegre y socarrón. La gracia pícara es adobo muy preciado en Venezuela entre los jefes temidos e indiscutibles, de la misma forma que sus excesos eróticos o alcohólicos pueden ser admitidos y encomiados al cabo de una misión. Sus imperfecciones, dentro de cierto grado, lo humanizan, impidiéndole caer de un todo en el aislamiento sombrío que conlleva el poder. El Caudillo, entre llaneros, debe ser mujeriego sin ser enamoradizo la única hembra valedera es la masa que conduce.
El caudillo debe ser impredecible, porque él es arcano, el depositario de los grandes secretos que contienen la clave para arribar con buen tiempo a la "Tierra Prometida". Sus actos siempre deben desconcertar. Nadie debe saber cuándo duerme, qué come, qué piensa. Debe caer sobre sus competidores a la menor sospecha o sin ellas: eso le concede ese prestigio sobrenatural que a las masas sobrecoge. Debe ser arbitrario y expeditivo en el ejercicio de la justicia, porque así es la ley del llano. Ante situaciones similares, lo mismo puede condenar a muerte que absolver con largueza. Su generosidad debe ser ilimitada, al igual que su ausencia de codicia; de lo contrario, antes que padre sería un buen hermano más en medio de la disputa.
Las grandes verdades que rigen la vida de los hombres son clara y despejadas como la llanura. La razón leguleya entraba la justicia expedita es la virtud primordial del "caudillo-vengador".
El caudillo es la encarnación de todo ese mundo elemental, glotón de sangre y de raptos cenicientos de terror, debe ser él, como lo hizo Boves, quien con su ejemplo incite a la acción.
José Tomás Boves, fuer es confesarlo, además de ser el ejecutor de un anhelo confuso, pero anhelo al fin, de justicia social, era más valiente, poderoso, sabio, pícaro, compasivo y seductor que sus hombres, lo que aunado a su exitosidad y al halo de poder que lo envolvía, explican la irracional admiración de sus contingentes.
Los hombres que seguían a Boves, no luchaban por la causa del Rey. Luchaban (Hoy) contra el blanco propietario que ultrajaba su condición de hombre de color. Prueba de ello es que, apenas muere Boves, le dan la espalda a Morillo, el Pacificador, que con un ejército de españoles venía a combatir a los patriotas. Por eso se dispersan por los caminos del llano hasta tropezar con otro hombre, que hasta por el mismo aspecto físico que recrece en sus facciones de rubio azambeado, se parece al Taita Boves, pues además de macho, como el, es llano, generoso y festivo.
Al igual que Boves, "el Páez de la juventud", era llano, valiente, irreverente, hábil organizador, alegre y mujeriego. A todos los observadores les llamaba la atención el régimen de campechanía imperante en su ejército.
Vallenilla Lanz ya se había preguntado, oponiendo los hechos a las realidades sentimentales: ¿Qué hondas diferencias, en efecto, podían existir entre de Boves y de José Antonio Páez? La historiografía oficial cuando se refiere a las tropas de Boves las tilda de "masas fanatizadas y estúpidas, gavilla de ladrones y asesinos" para ensalzarlas y cubrirlas de elogios cuando esos mismos hombres años más tarde sirven bajo las banderas de Páez. ¿Es que acaso Páez con su inmenso carisma y don de persuasión logró transmutar aquellas "fieras salvajes" en espíritus libertarios? Eso, ni el mismo Páez lo sostiene, quejándose, por el contrario, al Libertador, de los desafueros de sus tropas dentro y fuera del país. Ya en tiempos de Humboldt advertía el connotado sabio, el salvajismo y crueldad que imperaba entre los hombres de la llanura y quizás en buena parte del bajo pueblo, como expresión del bajo estadio evolutivo que ocupaban por obra del régimen social imperante. Ello no cambió ni con Boves ni con Páez, ni después de consolidarse la Independencia. Era expresión de un determinado estadio cultural, al que ambos caudillos pudieron entender, conducir y hacerse idolatrar por aquellos hombres que en el fondo no estaban lejos de ellos. Esto es la más pura y simple realidad. De ahí que al denostar a Boves y considerarlo como generador único de aquella espantable guerra no sólo se está falseando la historia sino que se está denostando al pueblo venezolano, cuando es tarea del historiador analizar y profundizar antes de caer en explicaciones simplistas. Ya bien avanzado el presente siglo XX, el historiador Pedro Manuel Arcaya, con los ojos puestos en las atrocidades de la Guerra Federal y en las que siguieron hasta comienzos del siglo actual, lanza una terrible advertencia contra aquellos que en Venezuela desaten el espanto de la guerra civil. ¿Es que a juicio del autor, persistían en nuestra esencia los mismos rasgos de carácter que en tiempos de Boves exterminaron la cuarta parte de nuestra población? De ser así –como nos sentimos inclinado a creerlo—Boves fue el conductor efector de una línea de fuerza que por siglos permanecerá irredenta.
Boves desde el Guayabal lanza su proclama de guerra a muerte contra los blancos propietarios de la tierra y se apresta a salir hacia el Centro.
--Don Francisco Herrera Luque, científico e historiador.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Viviremos y Venceremos!