Pildoritas 24 (año IX)

Aventura extrema en una cola

Como necesidad obliga, y no de muy buena gana, ni esperanzado en tener éxito, en lo que es toda una aventura extrema, someterse a la experiencia de una cola para adquirir cualquier producto de los indispensables para el mantenimiento de la vida y el buen funcionamiento de nuestro hogar, con el fin de tener una, más o menos buena calidad de existencia, me decidí una vez confirmado que al último número de mi cédula, el 0 le correspondía la oportunidad de hacer el intento, fue en el Bicentenario de esta capital tachirense, donde dicho sea de paso se forma la cola más larga de la ciudad, cada día, en la calle paralela y adyacentes, desde la noche anterior, por supuesto, y ante la mirada cómplice de los funcionarios, con más de cien bachaqueros unos, a y otros que son profesionales para hacer cola y vender los puestos quien al pagar, contribuye a la anarquía que significa poder suplirse de bienes necesarios.

Después de cuatro horas a pleno sol en las que lo más que se oye son rosarios de improperios contra la Revolución, el Presidente, el Gobernador, la Guardia Nacional y todo aquel que según el criterio del que toma la palabra, es culpable del viacrucis a que buena parte de la población está sometida, parte en la que me incluyo.

Ay de aquel que se atreva a contradecir lo que ya es una verdad de la que nadie saca, con ningún argumento, a quien, convertido en una especie de juez, ha decidido señalar culpables, lo cual como bien sabemos tuvo como efecto esa diarrea de votos antirrevolucionarios que dieron como resultado el que hoy exista un enfrentamiento de quienes se creen los dueños del país, a raíz de su triunfo y el resto de los poderes públicos, situación que nadie se atreve a predecir qué consecuencias traerá para la Patria.

Mientras hacía la fulana cola, hubo quien salió diciendo que el funcionario encargado de dejar pasar la gente por orden de llegada, había recogido las ultimas 80 cédulas tanto de la cola de adultos mayores como de la otra, cosa que agitó más a la gente, que entre otras cosas se preguntaba el por qué si eso era así, no se informaba a todos los que allí estábamos que pasábamos de 800 personas y así no someternos, a continuar esperanzados bajo un inclemente sol y con mucha frecuencia, para los que estamos con el proceso, la burla de gente que pasaba en sus carros gritando ¡SIGAN VOTANDO ROJO! o ¡TENEMOS PATRIA!.

Durante el tiempo que duré allí no faltó quien propusiera tumbar la reja o que diésemos la vuelta por donde entran los vehículos y nos colocáramos en protesta activa frente a la puerta principal del establecimiento, recuerdo bien a la persona que llevaba la voz cantante, una señora con uniforme de MOVISTAR, a quien, intentando hacerlo de la manera más amable posible, le dije que se calmara porque le podía dar algo, de nada sirvió y había que reconocerle que tenia cierto grado de razón, ningún funcionario. ni de la policía, ni de la guardia, ni de seguridad del Abasto, tomó la iniciativa de informar en voz alta que ya no entraba más gente, que ya no se recibían más cédulas, tal vez no lo hacía por temor a llevarse la insultada del siglo.

Por ello la gente se quedó allí hasta que pudo comprobar que habían bajado la Santamaría del Abasto, los gritos de protesta no se hicieron esperar, el comentario era que estos hechos se repetían todos los días.

Durante esas largas 4 horas perdidas en la cola de un establecimiento creado por la Revolución, para supuestamente facilitarle a la gente la adquisición de bienes, sobre todo alimentos y útiles de aseo personal, pude comprobar la certeza de lo que ya había oído que es la existencia de prácticas de corrupción, por ejemplo observé cómo una pareja que llegó en una moto y entró por el garaje, la chica con un pantaloncito de esos llamados calientes que no han pasado de moda, conversó de manera muy amigable con un agente policial y al poco rato vimos cómo la pareja salía con los únicos productos regulados que estaban vendiendo, papel higiénico y jabón en polvo, puesto que los demás eran productos no regulados y según lo que comentaba la gente, más caros que en los supermercados privados.

Esta fue mi experiencia que se convirtió en un intento fallido, pero que me sirvió para vivir lo que a diario muchos de mis compatriotas soportan, e incluso para justificar el que personas como yo tengamos que morir en manos de las mafias de bachaqueros que crece como la mala hierba y que tienen sometido a más de medio país a sus prácticas delictivas, que ya han convertido en su forma de vida, en una especie de cultura arraigada con tanta fuerza, que no atino a inferir cómo hará este o cualquier gobierno para desterrar la malignidad que ella significa para la economía del país, para el buen vivir de los venezolanos de bien y para que la paz no siga pendiendo de un hilo, que nos obligue cada noche a acostarnos sin saber lo que nos espera al día siguiente, cuando vayamos al mercado, a la bodega, a la farmacia o a cualquier expendio a adquirir lo que por fuerza necesitamos para sobrevivir.-

 



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Saúl Molina


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