El hombre, en Chávez, busca la verdad, la esencialidad inmediata del Todo. Chávez es realista, y tan consecuente con su realismo, que su realidad llevada siempre al límite extremo—se antoja fantasía al ojo cotidiano—acostumbrado a las tintas de lo equilibrado. El mismo Chávez nos dice que "ama el realismo hasta el punto en que raya en lo fantástico, pues para él nada puede haber más fantástico e inesperado, y hasta más inverosímil, que la realidad". En ningún revolucionario de nuestro tiempo se revela con tanta fuerza como en éste Revolucionario que la verdad no se esconde precisamente tras lo verosímil. La verdad se escapa a la mirada, a la potencia de visión del ojo vulgar: es como la gota de agua donde el ojo desnudo ve una unidad brillante y cristalina, sin sospechar siquiera la verbeneante variedad, descubre allí como un mundo nuevo, oculto, del que el ojo sólo alcanzaba la forma visible: así, este Gigante, a través del prisma de su exaltado realismo, alumbra verdades que parecen absurdas a quien sólo ve lo externo, lo ostensible.
Asir esta verdad escondida en lo alto o en lo profundo, soterrada muy hondo por bajo de la epidermis de la vida, tocando casi el corazón de toda vida, es la pasión de Chávez. El aspira a amalgamar al pueblo a la vez como unidad y pluralidad, mirando a simple vista y contemplando a través de su aguda lente; por eso su realismo visionario, está separado por un abismo muy hondo de eso que llaman los franceses "realismo" y "naturalismo". En efecto: aunque Chávez, en su análisis, sea más exacto y vaya más allá que los que se llamaron "revolucionarios consecuentes" —con lo cual querían dar a entender, sin duda, que llevaban su realismo hasta el fin, mientras que Chávez no respeta ningún fin, ninguna frontera—, su psicología tiene las raíces en otra esfera del espíritu creador.
Chávez no es un frio investigador. Desciende a las galerías más profundas de la vida como un alucinado, sin sentir el espanto de las simas satánicas. Sus diagnósticos de visionario sorprenden el misterioso origen en la lucha de clases, sin que para ello necesite tocar siquiera el pulso de la vida. Y su visión, que sube siempre de la hondura de su propio ser, aunque ésta sea omnisciente. Como un místico, lo conoce todo por dentro. Sólo una mirada, y le veréis asir fáusticamente el Mundo. Sólo una mirada, y le veréis trazar su Imagen. Y sus imágenes no necesitan mucho dibujo, ni ese trabajo de acarreo que es el detalle.
Una voluntad de Coloso como ésta, que así sabía infundir al pueblo sangre y vida, que los exaltaba hasta que sus emociones tocasen por lo intensas a los fenómenos de la realidad; una voluntad de fuerza evocadora tan inaudita, era natural que creyese cifrado en su propia magia el secreto de la vida y se erigiese a sí misma en ley universal.
Llegamos así, al fin de la vida física del Comandante Chávez, vida breve como una tempestad. Era imposible que habitara en Nuestra Tierra. Comenzó, pues, una Peregrinación, al Acaso, como siguiendo el vuelo de su Pensamiento y de su Deseo. Allí, en la transparencia del Aire, en la brillantez del Sol, en las exaltadas pasiones y las grandes Ideas, encontraba satisfacción al vivísimo deseo de realizar la Libertad en la Vida, o Exaltar la Vida del pueblo hasta la Igualdad. Y en esta lucha con fuerzas tan poderosas y tan necesarias, destrozaba alma y cuerpo, bebiendo a grandes tragos el Licor de los Sueños Eternos, el Licor de la Muerte.
"El pueblo debe ser implacable, y en especial con los que traicionan nuestra confianza. No hay mayor crimen del hombre contra el hombre que la deslealtad, y en particular si todo cuanto tienen se lo deben a uno".
¡Hasta la Victoria Siempre, Comandante Chávez!
¡Viviremos y Venceremos!