Como Revolución Bolivariana hemos tenido incontables aciertos y errores a lo largo de estos 17 años al frente del poder político en nuestro país. Podríamos llegar a muchas conclusiones acerca de las fallas y desaciertos que hemos cometido, como parte de ese proceso profundo de transformación en ese constante "O inventamos o erramos" de la filosofía robinsoniana".
Muchos son los avances, así como las críticas, las reflexiones, que debemos realizarnos a nivel individual y colectivo a la hora de evaluar este sendero por el cual hemos venido transitando, direccionado hacia el bienestar del pueblo y la construcción de un proyecto político-ideológico que se sustenta en la base moral y social de sus ciudadanos.
Una de nuestras principales tareas es derrumbar ese viejo sistema anticultural heredado de viejas prácticas políticas, para edificar desde las bases una nueva orientación moral y espiritual que irrumpa en el proceso político, como elemento principal en nuestro accionar colectivo. Y justamente lo debemos atacar seriamente a lo interno del proceso revolucionario, antes de que las consecuencias sean irreversibles, considerando que una premisa elemental del Socialismo del siglo XXI en lo ético, radica en la eliminación de los politiqueros en todas sus expresiones.
Si hay algo que nos ha hecho mucho daño, es la reproducción de esos vicios en nuestros propios compañeros en todos los niveles. Se ha vuelto común ver a quienes constantemente practican la adulación, para ir generando en otros la confianza suficiente que les permita ir escalando posiciones, con el objetivo de hacerse con un cargo o una responsabilidad, sin tener el más mínimo sentido de crítica. Aún cuando a lo interno detecte alguna debilidad, jamás criticará, solo para no generar ningún tipo de señalamiento que impida lograr un nombramiento futuro.
El yoísmo se está volviendo cotidiano en algunos sectores de nuestra Revolución. El "yo hice" "yo fui" "yo viajé" "yo hablé con" "yo estuve" es una práctica de quienes muy a lo interno, saben que necesitan constantemente sentirse importantes ante los demás para sobresalir y ser considerados "un cuadro", cuando ni siquiera tienen la formación política suficiente y mucho menos la humildad, para asumir que nuestra lucha siempre será colectiva y no individual. Los vemos detrás de cada cámara y cada micrófono buscando ser reconocidos, mediante consignas y palabras improvisadas, dejando de lado la importancia del labor social que debe cumplir como actor social de este proceso revolucionario.
La creación de grupitos está en el ambiente. Constantemente vemos como cada quien tiene su "equipo" de confianza, donde se habla del otro y hasta se conspira, olvidando que el enemigo está afuera y no dentro de nuestra Revolución. Esto ocurre normalmente cuando estas personas ven afectados sus intereses de protagonismo, por la capacidad política de otro compañero. Colocan zancadillas para que los mismos camaradas no surjan en su carrera política.
La ineficiencia y demagogia también nos sucumbe. A veces vemos compañeros que suelen ser muy buenos para la propaganda política, pero llevan elementos muy básicos a su bajo nivel discursivo, y en la acción no se les ve ningún resultado trascendental, más allá de lo mecánico, de hacer las cosas por obligación. La dejadez y la falta de compromiso se nota, cuando observamos compatriotas que dan excusas para no hacer las cosas que llevan un interés colectivo, porque el interés de ellos es individual, y luego los ves declarando en medios públicos en nombre de todos. Allí nunca faltan.
Y quizás lo peor de todo este panorama, sea que el mismo sistema los absorba y los coloque en puestos claves que definen nuestro rumbo, tanto en el partido, como en los movimientos estudiantiles, instituciones del Estado, y en la candidatura a los cargos de elección popular. Mucho se ha hablado de que somos la "generación de oro", pero esa generación se quedará solo en palabras, si seguimos dándole impulso a jóvenes que se involucran en los partidos políticos para conseguir puestos, sin ningún tipo de fortaleza ideológica, usando además " mañas" politiqueras, para llegar a sus ansiados cargos.
Además de ello, poco a poco la Revolución se nos llena de ególatras, narcisistas y fanfarrones. Es común verlos en las redes sociales colocando fotos de ellos mismos declarando ante la prensa o en compañía de algún alto dirigente político, subliminalmente diciendo a gritos: "Miren lo importante que soy". Y por supuesto, haciendo alarde de su "compromiso revolucionario". Perder la humildad es demasiado fácil para algunos.
También es importante considerar la desconexión casi inmediata que ocurre entre quienes comienzan a ejercer el poder y quienes están en la base. Sucumben ante las tentaciones, cambian de mentalidad y comienzan a creer que tienen autoridad ante los demás. El respeto y la confianza no se generan inmediatamente al momento de ser nombrado en un cargo o una responsabilidad, sino al momento de cumplir lo que se dice, dando resultados positivos por el colectivo mediante respuestas y soluciones concretas que trasciendan lo cotidiano.
En definitiva, no debemos seguir aupando falsos dirigentes y panfletos políticos; impulsemos la creación de líderes verdaderos mediante la crítica, que digan las cosas sin temor y aludiendo a la verdad, que no hagan promesas irrealizables ni demagogia. Líderes que comprendan lo que significa asumir la responsabilidad de construir una Revolución pacífica y en colectivo, sin mezquindades y practicando la política de altura, con honestidad, sinceridad y sin acudir a falsos artificios ni engaños.
Nuestro Socialismo del Siglo XXI, requiere superar esos vicios heredados de una cultura política alejada de los intereses colectivos. Traspasar la barrera del no retorno que nos hablaba el Comandante Chávez, pasa ineludiblemente por edificar una nueva orientación ético-política, que configure las conductas anómalas de individualismo, amiguismo, yoísmo y tantas otras que han calado en muchos de nuestros dirigentes, que en vez de poner a disposición sus manos para el trabajo, dan la espalda por sus ambiciones.
Nos debe caracterizar nuestra humildad, pero la humildad verdadera, no aquella que todos pregonan y pocos practican, y para ello debemos comenzar por aceptar nuestros propios errores, en profunda rectificación y revisión, para avanzar hacia el cumplimiento de nuestros objetivos, partiendo del análisis sincero de nuestro accionar en colectivo.
Entre la consigna y la crítica hay un trecho bastante largo, y entre los falsos dirigentes y los verdaderos líderes populares, hay una diferencia abismal. Seamos cada vez más humanos, solidarios y menos egoístas.
Luis Fernando Guanipa Jiménez
Twitter: @LuisFGJ