Nadie tiene la culpa de los fracasos que experimenta, actualmente, la economía del país. Esto parece desprenderse de la discusión entablada por las tendencias que caracterizan las luchas sociales. La vigencia de esas ideas apasiona a quienes repiten los viejos argumentos como si fuesen nuevos y la disputa es singular y enconada.
El esclarecimiento de las causas y efectos que impide el desarrollo de las finanzas pone de manifiesto desavenencias profundas: la insistencia del Estado por mantener su dominio en la industria y en el comercio cara a cara a los que sin replegarse porque jamás se sienten derrotados, preconizan la libre empresa como base fundamental para la prosperidad colectiva.
Al Estado se le han puesto excesivas obligaciones en esa exigencia permanente que suponen los problemas sin solución. El desenvolvimiento extraordinario de la riqueza petrolera creó un poder inmenso a través del crecimiento de los presupuestos y prosiguieron su aumento hasta llegar al tope de 2012. Colocada la administración en el epicentro de ese torbellino, (del nuevo gobierno) las inversiones tenían que recibir esa orientación intervencionista. Forzosamente empezó por hacerse casero, pero se le multiplicaron los reclamos al sentir las voces y clamores del pueblo, en el mar de brazos extendidos que no cesaban de pedir mayores sacrificios sin que en ningún momento se visualizase la intención de sustituirlo de esa carga acongojante.
El dilema se le volvió complejo (corrupción) y tuvo que comenzar el ensanche y se convirtió en empresario fabuloso, autor de la transformación, y a la postre se encontró con un haber de numerosos edificios y una masa de propietarios con hábitos poco recomendables como pagadores.
Pasó después a las altas finanzas con el empaque del banquero y no se detuvo allí sino se transformó en industrial y comerciante, y siguió mucho más allá al asumir la condición de mediador entre los productores de nuestra agricultura y el pueblo consumidor. Y ha venido a finalizar en los altos hornos al aspirar libertar al país de su dependencia internacional, con la estructuración de Pedevesa, la Siderúrgica y la Petroquímica.
Las pérdidas sufridas en la mayoría de las empresas del Estado han sido tan cuantiosas como las mismas aportaciones de capital. No obstantes todo ello, ha permitido la existencia de fuentes de trabajo y la movilización de las tierras y en la creación de una incalculable riqueza en bienes y servicios. Naturalmente, esa política de gastos estuvo acompañada por el más espectacular de los despilfarros que ha dejado herencias malsanas, causantes de los actuales trastornos inflacionarios.
Se señala ahora como fórmula salvadora, la liquidación inmediata de los negocios de la Administración que ocasionan pérdidas tan elevadas. Y cabe la pregunta: ¿a quién se le venderán esas empresas?
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Viviremos y Venceremos!