Mientras se discuten temas tan apasionantes, la realidad del país se hace cada día más angustioso por la falta de crédito y la ausencia de una coordinación que permita transmitir una información que exprese sinceramente la situación y evite, en consecuencia, los comentarios que hace el pueblo en la calle, que transmite el columnista político y que se adueña pesimistamente, del ánimo de las masas a manera de impacto depresivo.
No hay confianza, ¿y dónde se origina este sentimiento? ¿Es el gobierno el que lo produce? La desconfianza nace no de la imposición de una tendencia en la órbita del intervencionismo o del imperio de la libre impresa, sino por una apreciación psicológica que anula para la acción al banquero o economista y también al pueblo, trabajador y empleador.
Es necesario, por tanto, que todo aquel que siente profundamente a Venezuela y no sólo la quiere como su país sino la aprecie como su nacionalidad, cese en ese juego perjudicial para la estabilidad social y económica. La defensa de los ingresos propios, la necesidad de actuar, la obligación de contribuir para salvar de las crisis que arrollarían a millones de compatriotas, es una empresa de hombres y mujeres resueltos que no tiene espera. Ocultarse en la posición de una oscura desconfianza, no supondría otra cosa que haber dado la espalda a una responsabilidad que es colectiva y de cual depende la constitucionalidad del país, para evitar el asalto que otra vez podría acometer la tiranía. La confianza se da como un don sin esperar que el pueblo la exija. La desconfianza la siembra quién se inhibe de su responsabilidad ciudadana.
No estriba el malestar y las calamidades financieras en los preceptos de doctrinas irreconciliables. La intervención del Estado o la libre empresa son temas de discusión que jamás podrán ser excluidos de la pasión partidista. Son posiciones que se enfrentan, pues pertenecen al interés del pueblo en lo que le afecta directamente. Es, pues, un asunto personal o de grupo. Su solución no está en la letra de imprenta y tampoco en la buena voluntad de los intérpretes o tratadistas, sino en la vida práctica del pueblo que requiere de la acción beneficiosa del trabajo para superar las situaciones como las actuales, tanto en su aspecto social como político y financiero. Lo dramático de estos momentos es, precisamente, que parece faltar la energía necesaria para avanzar antes que permanecer con los brazos cruzados frente a la fórmula teórica de ver siempre pasar lo que no se alcanza jamás.
Por eso la respuesta a la interrogación de ¿intervención o libre empresa? Está en el lema que encierra la frase común y tradicional del trabajo que dignifica y devuelve en bienes lo que con sana intención se crea. Y eso es lo que está haciendo falta al gobierno y a la oposición en general, para el renacer de la confianza del pueblo.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!