Desde hace mucho tiempo he mantenido distancia y criticado eso de colocar como epónimo, el nombre del Libertador Simón Bolívar para todo cuanto hay en el país. Una de las peores opciones expresadas por ese vicio gubernamental de todos los tiempos republicanos, es cuando se escogió nombrar a la moneda de curso legal en el país, Bolívar. Además "un" Bolívar, así con artículo indeterminado antecediéndole.
Entiendo, o al menos sospecho, que quienes tomaron esa decisión, poco común en la mayoría de los países del mundo, de denominar con el apellido del más grande de nuestros próceres, a la moneda nacional, estaban imbuidos por el afán memoricida que llevó a Santander, a los santanderistas y a traidores como José Antonio Páez, a tratar de borrar todo el valor simbólico que encierra para nuestro pueblo el nombre del inmenso caraqueño, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad.
Seguramente son los mismos que, sin haber transcurrido tres décadas de la defenestración de Bolívar Ponte y Palacios Blanco, en la ciudad de Santa Marta, Colombia, convirtieron su casa natal -en Caracas- en un refugio de mercachifles comercializadores, de oro, relojes y monedas. O también de quienes trasladaron sus restos al Panteón Nacional, no precisamente para rendirle honras sino –como dice en su canto el bolivariano Alí Primera- "para asegurarse de que estuviera bien muerto".
Simón Bolívar, un "anticapitalista" no declarado pero militante de la igualdad social, política y económica, difícilmente hubiese aceptado prestar su nombre para denominar al símbolo de la hipócrita equivalencia mercantil entre cosas y personas aplanada por relaciones de producción en la que todo termina siendo valor de cambio o, simplemente, moneda.
El Bolívar, como moneda, sufre todos los empeñones y cambios simbólicos propios de una economía basada en el capital, la producción y reproducción del mismo, bajo condiciones de explotación entre seres humanos (burgueses y proletarios).
Devaluada vertiginosamente durante el período descarado de la definición neoliberal del capitalismo, las últimas décadas del pasado siglo llevaron a la moneda a tal nivel de devaluación, que su acuñación en metálico recibía mejor precio y aprecio que su valor simbólico en la acuñación.
Parte de esa realidad capitalista neoliberal conduce al estallido social de finales de febrero de 1989, pero sus expresiones no se detienen. Es a parir de 1999, con la llegada del Comandante Hugo Chávez a la Presidencia de la República, cuando esos hechos son cuestionados y sometidos a revisión, al punto de plantearse una revaluación de la moneda, que empezaría a denominarse "Bolívar fuerte".
En un sincero esfuerzo bolivariano por redignificar el nombre del Libertador y Padre de la Patria, el Comandante Chávez nos muestra al Bolívar humano, patriota y comprometido socialmente, haciendo visible la historia auténtica que la Cuarta República, desde su fundación en 1830, quiso ocultar y colocar al borde de desaparecer.
La tarea titánica por rescatar el valor simbólico del Libertador Simón Bolívar, sería abordada de manera integral, hasta el punto de contemplar en ella a la moneda y su denominación. Bolívar, histórica, iconográfica y simbólicamente fuerte también se expresaría fuerte como moneda. Pero esta última tarea quedaba inconclusa sin la demolición de las relaciones capitalistas a las que se ata el valor de cambio de la moneda.
Por eso hoy, Bolívar-moneda cae estrepitosamente del pedestal de resignificación donde le colocó Hugo Chávez, el Libertador del presente siglo 21, y vuelve a ser la tentación de convertirse en arandela. La Revolución Bolivariana y Chavista sigue ante el reto de nombrar a nuestra moneda de otra manera. Pero, sobre todo, sigue ante el compromiso de vencer al capitalismo y a todas sus perversas secuelas.