La burguesía necesita a su alrededor un pueblo que funcione de una determinada manera para que mantenga su posición y para que produzca beneficios a partir de sus activos. Los ricos son reacios a los impuestos, pero los impuestos permiten que la sociedad realice inversiones que sostienen el crecimiento del país. Cuando se invierte poco dinero en educación, por falta de ingresos, los colegios no producen los brillantes técnicos que precisa el país para ser próspero. Llevada al extremo, esa tendencia egoísta distorsiona un país rico en materias primas. El economista recuerda otras manifestaciones de extrema desigualdad en países de nuestra América sigue siendo hoy la zona con más desigualdad del mundo, aunque unos cuantos países en transición desde el socialismo real a la economía de mercado, así como algunos países ricos en recursos, están dando grandes pasos para desalojarla de tan desafortunada posición. Muchos países de la zona padecen altos índices de criminalidad, inseguridad e inestabilidad social. La cohesión social sencillamente no existe.
En El precio de la desigualdad y en La gran brecha, Stiglitz concluye que la cuestión más esencial es la consciencia de que nadie triunfa por si sólo. Los lobos solitarios son excepcionales. Hay multitud de pueblos inteligentes, trabajadores y dinámicos en muchos países que permanecen en la pobreza no porque carezcan de capacidades ni porque no se esfuercen sino porque trabajan, o lo intentan, en unas economías que no funcionan. Se paga un alto precio por una desigualdad que deja una herida cada vez más profunda en el pueblo, –menor productividad, menor eficacia, menor crecimiento, más inestabilidad– y los beneficios de reducir esa desigualdad compensarían cualquier costo que pudieran derivarse.
Todo ello lleva, una vez más, a la cuestión del socialismo. La desigualdad no emerge espontáneamente a partir de unas abstractas fuerzas del mercado, sino que es determinada y reforzada por la política que se aplica. La política sería así el campo de batalla para las disputas sobre cómo se reparte la "torta" económica del país. Se supone que en socialismo las cosas no han de funcionar así. La teoría política dice que los resultados de los procesos electorales reflejarían los puntos de vista de la mayoría, no los de las élites.
En estas circunstancias el sistema político falla tanto como el económico. El pueblo confiaba en el socialismo, tenía fe en que el sistema político iba a funcionar, creía que iba a exigir responsabilidades a quienes habían provocado la crisis para, a continuación, beneficiarse de ella, y a reparar rápidamente las averías de la economía. Queda claro que el sistema político ha fracasado en buena medida a la hora de evitar las dificultades más lacerantes, de evitar el incremento de las desigualdades políticas, sociales y económicas (no sólo estas últimas). Ello ha multiplicado la polarización y el desengaño. Los científicos sociales muestran que si el pueblo pobres que lo están pasando mal aglutinan la simpatía de la mayoría, los de arriba suscitan una indignación creciente. La antigua admiración por la inteligencia de las élites comprometidas deviene en odio por su insensibilidad egoísta.
¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!