El precursor, Francisco de Miranda

“El 30 de julio de 1812 es uno de los días más trágicos en la Historia de Venezuela. Daos preso por traidor. ¡Bochinche, bochinche y más bochinche es lo único que sabéis hacer! ¿Quienes hablan de esta manera? Pues nada menos que Simón Bolívar el Libertador y Francisco de Miranda, el Precursor”.

Francisco de Miranda el Precursor, quien, escarnecido por las humillaciones a que sometieron a su padre los nobles caraqueños, abandonó Venezuela a los 21 años, con el propósito de inscribirse en la Academia Militar de Segovia. Hasta allí lo alcanzó la oligarquía. ¿Es usted Francisco de Miranda? Así es señor coronel... Hemos estudiado su solicitud para que ingrese a nuestra academia. Ello no va a ser posible... No están claras vuestras pruebas de limpieza de sangre... Según informes del Ayuntamiento de Caracas, vuestro padre es canario del estado llano y vuestra madre, Francisca Rodríguez, es castiza, es decir hija de blanco y de mestiza... Le falta un paso más para ser gente en condición de blanca... Lo siento mucho, señor mío, pero la ley es la ley.

Francisco de Miranda no desistió de su propósito de ingresar al ejército español. Con el apoyo económico de su padre, logró finalmente comprar por 20.000 reales un título de capitán. Estaba escrito, sin embargo, que ni haciendo gala de su fidelidad al Rey lograría la estimación que tanto el buscaba por todos los medios. Ingresó al Regimiento de la Princesa. El jefe del batallón, un noble español de origen irlandés, de apellido O’Relly, le tomó ojeriza desde el primer momento. El regimiento de la Princesa marchó a Marruecos a combatir a los moros. Miranda se destacó por su valor y capacidad de ejecución, sin que mereciera de su jefe la menor distinción. Ya en España, O’Relly le montó una trampa; faltan diez sacos de harina de trigo de la despensa, y vos sois el responsable. Daos preso, se os seguirá proceso, y no cejaré hasta obtener vuestra condena.

El Precursor rumiaba una vez más su desdicha, cuando tuvo la buena nueva de que O’Relly había sido transferido a otro destino. Lo sustituía un cordial y justo cubano de apellido Cajigal, quien comprendió la injusticia de que era victima Miranda. Cajigal retiró las acusaciones, le otorgó la confianza y amistad que merecía y en algún momento le dijo: La discriminación y el mal trato que España otorga a los criollos, dándoles el trato de gente de segunda clase, redundará tarde o temprano en su perjuicio. Ved mi caso, soy hijo de un Virrey de México y de una mujer de la más alta nobleza cubana. Aunque no he sufrido tanto como vos, no creáis por ello que no he sido victima de toda clase de afrentas por haberme olvidado de nacer en la Península

Acabo de comprender en este instante, le dice Miranda, los afanes de la nobleza caraqueña de romper con España y declarar a Venezuela independiente. Jamás pude imaginarme que éste sería el trato que la Metrópoli otorgase a los americanos. De persistir España en su actitud la veo derrumbarse. Antes del advenimiento de los Borbones el trato era diferente. Los Austrias consideraban provincias a la España de ultramar.

Cajigal y Miranda se hicieron íntimos amigos; hasta que un día el Rey designó a Cajigal Gobernador y Capitán General de Cuba. Con la partida de Cajigal, volvieron las humillaciones y los malos tratos por parte de los oficiales españoles.

En 1782 España y Francia decidieron apoyar a los patriotas norteamericanos. Carlos III envió una flota con 10.000 hombres; y Miranda, con el fin de encontrar mejores caminos, fue uno de los primeros en alistarse. La flota recaló en la Habana reanudándose la amistad con Cajigal. Miranda se cubrió de gloria en la toma de las Bahamas y fue uno de los héroes de Pensacola. Cometió un error sin embargo: omitió en su informe el aporte de Gálvez, Gobernador de Louisiana y hermano del Ministro de Guerra. El hombre vengativo urdió una intriga contra el Precursor, acusándolo de vender secretos de guerra tanto a los ingleses como a los norteamericanos. Se dio orden de prenderle y darle el trato de un traidor. Gracias a la ayuda de Cajigal pudo huir de Cuba y asilarse en los Estados Unidos, donde renunció para siempre a servir al Rey de España. Desde entonces hasta su muerte, toda su vida quedó consagrada a la causa de la libertad y signada con la gloria y la desventura. Es el único americano cuyo nombre está tallado en piedra en el Arco de Triunfo en París.

En Estados Unidos conoce a Washington, quien lo recibe cordialmente, como le corresponde a uno de los héroes de Pensacola y las Bahamas; pero no hay simpatía mutua, la situación se agrava cuando el Embajador de España lo acusa de ser prófugo de la justicia. Ante la acusación, la imagen de Miranda sufre grave deterioro, se le retira el apoyo y la admiración.

Luego de año y medio en el país del Norte se embarca para Inglaterra, el 15 de diciembre de 1784. En agosto de 1785 llega a Prusia donde conoce de lejos a Federico II y reanuda su vieja amistad con Lafayette. Luego de vagar por toda Europa, conoce en Ragusa, Italia, a un vicecónsul ruso: Deberéis ir a la Santa Rusia, nuestra Emperatriz verá con simpatía vuestros planes de Independencia para Hispanoamérica. Con el apoyo del Embajador ruso en Turquía, Francisco de Miranda llegó a Rusia el 9 de noviembre de 1786.

Una de las primeras personas que conoce es un príncipe ruso casado con una española, la princesa; por ironías del destino, es sobrina de O’Relly aquel jefe de su regimiento que le hizo la vida imposible y lo acusara de ladrón. Miranda, hace valer el conocimiento que tiene de su viejo enemigo para hacerle creer a la princesa que su tío y él son panas burdas. Los príncipes son gente muy influyentes. Un día llega a la ciudad el Príncipe Potiomkin, quien conoce al Precursor en casa de sus anfitriones. El poderoso ministro, amante a su vez de la Emperatriz, queda seducido por el criollo y le abre paso hasta el mismo trono imperial.

El 14 de febrero de 1787, en Kiev, Francisco de Miranda, uniformado de coronel, de espada y sombrero emplumado es presentado a Catalina II, Emperatriz de todas las Rusias por su valido el Príncipe Potiomkin. Por cuatro años y tres meses, con pasaporte ruso y siempre bajo la protección de Catalina, recorre Europa. El Rey de Suecia, Gustavo II, le dispensa su hospitalidad; y cuando el Embajador de España, lo reclama como prófugo, es el mismo Rey quien le suministra los medios para que escape de sus adversarios, que constantemente lo persiguen para asesinarle.

Donde quiera que va, pregona la importancia de los pueblos de Hispanoamérica y su deseo de ser libres. En 1788, bajo el nombre de Franz Merow, llega a la Francia prerrevolucionaria y conoce al abate Reynal, uno de los enciclopedistas. Llega a París el 24 de mayo de 1789. Falta mes y medio para que estalle la Revolución Francesa; pero una noticia lo hace abandonar París a un día de la toma de la Bastilla. El informante le dice: La situación política entre España e Inglaterra está que arde. Es vuestra oportunidad para que vuestros sueños de independencia se realicen. El pérfido Pitt, como lo llama Miranda al primer Ministro inglés juega con el criollo. En 1791 baja la tensión entre Inglaterra y España. Muere Potiomkin, el ministro de Catalina y su buen amigo y protector.

En 1792, en medio de una recepción, conoce a Talleyrand enviado de la Francia revolucionaria y lo invita a apuntalar la revolución. El 23 de marzo llega a París y con su prestancia logra interesar a Madame Rolland, quien a su vez le presenta al General Dumouriez. Le ofrece un puesto de mando en el ejército Frances. A fines de agosto es promovido a General de División del Ejército del Norte. Su comandante es su amigo Dumouriez. El 11 de diciembre, Miranda vence a los prusianos. ¡Primera victoria de Miranda y del ejército revolucionario! Poco tiempo después vence en Valmy, Miranda se cubre de gloria. Toma Amberes, el 15 de enero es nombrado, comandante en jefe de todas las fuerzas del país. Su antiguo amigo y jefe Dumouriez traiciona a la República; Miranda es encarcelado y escapa milagrosamente de la guillotina. En diciembre de 1798 llega a Inglaterra y es acogido por Pitt, quien le sube la pensión de 300 a 700 libras.

En 1805 se marcha a Estados Unidos, con el propósito de invadir a Venezuela. El Presidente Jefferson le brinda su protección y en 1806 emprende su desastrosa aventura. El desembarco en Ocumare fue todo un fracaso y tuvo que huir hacia Trinidad escoltado por dos fragatas inglesas, de ahí recaló en Barbados y le dice a Lord Cochrane, el Almirante Británico: Los mantuanos caraqueños han hecho fracasar mi intento de libertad, porque no soy uno de ellos.

En diciembre de 1807 llega a Inglaterra. Tiene cincuenta y siete años; treinta y siete de los cuales han sido de constante batallar. Una hermosa mujer llamada Sara y dos niños, Francisco y Leandro, lo esperan.

La desdicha tocó a su puerta con los nudillos del Libertador. Francisco en la puerta hay un joven venezolano, que desea hablar contigo, dice llamarse Simón Bolívar y Palacios.

Aunque indudablemente Miranda es digno de compasión, no hay nada más falso que ese cuadro de Michelena, donde aparece el Precursor como un preso Gomero. Miranda tenía La Carraca sólo como lugar de pernoctación, durante el día era entrar y salir de ella cuando le viniese en gana, paseando por la ciudad y llevando la vida –salvo aquella restricción- de cualquier persona común. En La Carraca, Miranda tenía una habitación confortable y un mayordomo a su servicio, además de los médicos que quisiera. Y si tienen alguna duda consulten los libros que sobre Miranda escribieron Nucete Sardi y el historiador ruso Grigulievich.

En el instante en que el Libertador era preso de la más espantable angustia, hasta el punto de atentar contra su vida, moría en Cádiz, en la fortaleza de La Carraca, Don Francisco de Miranda. En ese momento Bolívar sufría tremenda derrota en Ocumare de la Costa. Era el 14 de julio de 1816. En otro 14 de julio, pero de 1806, Miranda fue igualmente derrotado en Ocumare, y por haberse ausentado de París el 13 de julio de 1789, se perdió por un día de ser protagonista de la histórica toma de la Bastilla.

Bolívar y San Martín, los dos Libertadores, murieron en casas de hidalgos españoles, que generosamente les brindaron hospitalidad. ¿Les parece mucha coincidencia?

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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