“Es cierto que Manuela Sáenz fue sin duda alguna la mujer que mayor ascendencia tuvo en el Libertador. Es igualmente cierto que fue en una personalidad encantadora y original, salpicada de anécdotas donde se dan la mano la picardía y el heroísmo; dos virtudes muy apreciadas por el pueblo venezolano”. Manuela, además de bella y auténtica, amó al Padre de la Patria con abnegación y desprendimiento, como lo demuestra su apasionado trajinar tras el héroe desde el año 23, en que lo conoce en Quito, hasta 1830.
Manuelita se impuso a los prejuicios de la época. Mandó al diablo a su importante marido, el Dr. Thorne, para convertirse en la amante de Bolívar. Retó con autenticidad y valor a las buenas sociedad de Quito, Lima y Bogotá. Veló incesantemente por la gloria y por la vida del Libertador. Lo acompañó en las rutas sangrientas, como sucedió en el Perú, cuando el Libertador se desplazó desde el Norte hasta Junín en busca del enemigo. Estuvo a su lado en Pativilca y le insufló ánimos al Padre de la Patria en uno de los momentos más desesperados de su existencia. Era culta, perspicaz y sagaz en el consejo. En síntesis, Manuela Sáenz, la Libertadora del Libertador, era una verdadera, monada que justifica la sentencia: “Tras todo gran hombre hay una gran mujer”.
El frío análisis de los hechos demuestra, sin embargo, que las cosas distaron mucho de ser como nos lo han contado.
Es cierto que Bolívar la llama “mi adorable loca” y que, según los biógrafos de aquélla, le enviaba esquelas –que nadie ha visto—donde le decía lleno de pasión: “Ven, ven…” Es igualmente cierto que desde el momento mismo en que la conoció, fue amante del Padre de la Patria hasta el año de su muerte. Pero lo que no dice la Historia romántica, o por lo menos los textos comunes y corrientes, es cómo transcurrieron esos siete años de amoríos entre la Libertadora y el Libertador. En esta época de la liberación femenina y de equiparación de los sexos, resulta contraproducente afirmar –como es la realidad—que Manuela tuviese la extraordinaria importancia que se dice, sobre el Libertador.
Bolívar y Manuela no son comparables como pareja a Chopin y George Sand, a Sisí y Francisco José, o al Duque de Windsor y la señora Simpson. Inmersos en un profundo idilio, identificados en un solo ser, donde si ella inspiraba, él era el hacedor.
Las relaciones entre Bolívar y Manuela fueron apasionados en un comienzo y llenas de cariño. Al final fueron siempre tormentosas, discontinuas y ajenas a la grandeza del Padre de la Patria, como intentaremos demostrar. Bolívar, luego de conocer a Manuela en Quito y de vivir con ella una intensa pasión de quince días, se marcha a Guayaquil, donde reanuda por unos días, luego de la célebre entrevista con San Martín, los días intensos en una hacienda Guayas arriba llamada Babahoyo.
Mientras Bolívar se prepara para marcharse al Perú, apenas ve a Manuela, y cuando el Padre Patria está en Lima, sabe de la llegada de la hermosa quiteña por boca del general Jacinto Lara, quien le dice: Hace dos días llegó a Lima doña Manuela Sáenz, quien pide audiencia. ¿No les parece extraño que el Libertador se entere por boca del general Lara, y a dos días de haber llegado, de la presencia de Manuela en Lima? ¿Se imaginan ustedes a “La Amante Inmortal” pidiendo audiencia? ¿Por qué no se la trajo consigo? ¿Por miedo a escandalizar?
El Padre de la Patria montó al poco tiempo en Huaylas amoríos con una linda muchacha llamada Manuela Madroño, que fue su amante y compañera por más de un año, mientras Manuela Sáenz permanecía en Lima. ¿No hubiese sido más comprensible que hubiese cargado con la quiteña, que aún estaba casada con el médico ingles Thorne? ¡Para lo que le importaba a Manuela su marido! Tampoco es verosímil.
Manuela y Bolívar en el Perú vivieron en continuos altercados por los amoríos del uno y del otro. Así como lo oyen.
Nadie pone en duda que Manuela algo significó para el Libertador: le tenía afecto, le gustaba como mujer, lo hacía reír con sus ocurrencias…, etc., etc., etc.; pero de ahí a que sintiese un amor inmarcesible –como quieren los historiógrafos románticos y las niñeras cursis—hay un trecho largo. La mujer como compañera, como complemento, como divina inspiración en la vida de un hombre es un concepto demasiado reciente –y que no chillen las feministas, porque las estamos defendiendo precisamente--. Para el hombre venezolano de nuestros de días –y ahí está un gravísimo problema—la mujer es instrumento de placer, procreadora de hijos y sirvienta, cocinera y lavandera de su casa. Si esta actitud persiste en forma mayoritaria en nuestros días, ¿Cómo sería 180 años atrás?
Por otra parte los geniales –por razones psicopatológicas muy largas de explicar—muy pocas veces se enamoran. La mujer en ellos carece de toda importancia espiritual. El duque de Wellington tenía una amante con quien hacía el amor sin quitarse las botas, para regresar lo más pronto posible a sus quehaceres.
Por ambas razones, más los detalles que ya hemos dado, tenemos hechos suficientes para negar por parte de Bolívar un gran amor hacia Manuela. Faltan pruebas. Cuando se marcha del Perú a Colombia, en vez de traérsela consigo, la deja en Lima. Es ella, desesperada, quién sigue meses más tarde tras la huella del Libertador. El Libertador tenía casi un año de haber roto sus amores con Manuela, la noche del 25 de septiembre, por su vida escandalosa. Así se lo comunica al general Córdoba y da órdenes para que Manuela se regrese con sus peroles a Quito, porque está de harto de ella.
Es público y notorio que las cartas del Libertador a Manuela son obra de su secretario Santana; Bolívar se limitaba a firmarlas.
Cuando el Libertador abandona a Bogotá el 8 de mayo de 1830 para dirigirse hacia su última morada, no lleva consigo a Manuela. Faltan diez meses para su muerte. ¿Por qué la amante inmortal no está a su lado? ¿Por razones políticas? ¿Se lo impedían los amigos de Bolívar? ¿Conspiraba en Bogotá a favor del grande hombre? Todo eso parecería cierto de haber seguido en el poder los enemigos del Libertador. Pero, como también es sabido, el general Urdaneta, tres meses antes de la muerte del Padre de la Patria, da un golpe de Estado, se hace dueño de la situación e invita a Bolívar a sumir la Presidencia. De modo que Manuela tenía el camino expedito para encontrarse con su amado. Si esto no sucedió fue porque Bolívar no lo quiso así.
Como pueden inferir, los hechos son muy objetivos e incuestionables para seguir pensando que Manuela Sáenz fue una mujer de extraordinaria importancia en la vida de Bolívar. Fue una amante entretenida y nada más.
Nos cuenta: Don Francisco Herrera Luque, en su historia fabulada.
¡Bolívar y Chávez Viven, la Lucha sigue!