"Escribo estas páginas para mí mismo y para aquellos camaradas que conocían y querían a nuestro eterno Comandante".
En un artículo de mayor vuelo, traté de expresarme acerca de lo que él significa como líder y figura. Estos recuerdos, en cambio, son personales y no quiero reclamar para ellos el interés del país de la que él 4F se sintió en las horas decisivas de su vida, sino únicamente el de la clara comunidad del espíritu que en la Patria reconoce un sentido de la pasión por el pueblo. Es, pues, para mí y para esos allegados que evoco la imagen de un hombre tan íntimamente ligado a mi existencia, que no logro explicar la suya sin sentir la mía representada e involucrada en ella. Sé que recordando al Grande líder desaparecido, relato mi propia vida.
Tenía yo unos cincuenta y siete años cuando llegué a conocerle, y fue él para mí primer gran socialista de en cuanto a experiencia humana. En mí mismo había entonces un comienzo de obra humana, incierta como resplandor en el cielo del alma. Aun no sabía si era un llamado del verbo o si sólo deseaba serlo, y mi anhelo más profundo iba dirigido al encuentro final con un socialista de verdad, para verlo cara a cara, alma a alma, a fin de que me sirviera de ejemplo y decisión. Quería a los socialistas a través de sus libros y sus discursos; en ellos, la distancia y la muerte los hermoseaban. Conocí a algunos líderes de nuestro tiempo, que desencantaron con su proximidad a su —a veces— repugnante forma de existencia. Ninguno de ellos me estaba entonces tan cerca; no había ninguno cuya vida hubiera podido servirme de modelo, cuya experiencia me hubiera podido guiar o en quien la armonía de obra y carácter me ayudara a ligar interiormente mis fuerzas dispersas e inseguras todavía. En las biografías encontraba modelos y ejemplos de unidad humana, pero mi sentimiento ya sabía que toda norma de vida, que toda formación interior, parte exclusivamente de lo viviente, de la experiencia vivida y del ejemplo observado.
Hoy sé cuánto le debo, y sólo ignoro sí lograré refirmar mi gratitud mediante la palabra. Esta sensación de compromiso no se refiere en modo alguno a la influencia del Comandante. Debo esa gratitud siempre y sólo al maestro de vida que dio el primer indicio acerca de verdadera de su existencia me enseño que sólo un hombre perfecto puede ser un gran líder, y al que así me deparó, junto con el entusiasmo por el socialismo, una fe inextinguible en la gran pureza humana del verdadera Líder.
Si exceptuó la figura fraternalmente querida de Marx y Engels, ninguno de mis días posteriores me brindó una característica del Líder más bella, una unidad, solidaridad, más pura de carácter y de valor que él. Y fue a la postre mi más íntimo placer estimarle como viviente, y mi más imperioso deber venerarlo como muerto.
¡Cuán rápidamente transcurrían los días y cuán fuerte es hoy todavía su correntada invariable en mi alma! ¡Cuántas más cosas podría referir todavía, pues cada detalle resulta invariable, y los cuadros adquieren a veces en el mismo sueño un brillo repentino, aquel brillo extraño y hermoso con que se ven las cosas a través de las lágrimas!
¡Hasta la Victoria siempre, Comandante Chávez!