“Entre las esquinas de Abanico y Socorro existía hace de más sesenta años un montículo bastante elevado, donde se columpiaban las casas protegidas por unas barandas hechas con armas de la guerra federal… Aunque la tecnología borró esa eminencia, de la que tendrán claro recuerdo los venezolanos mayores de más de setenta años, se le llamaba desde los tiempos coloniales el Cerrito del Diablo, porque ahí se llevó el demonio a una mujer, por pegarle a su mamá”.
Este caso referido por el amigo, el de Yocama y otro que no recordamos, constituyeron la casuística de la Inquisición en Venezuela durante el régimen colonial. De modo que al parecer aquí no hubo hogueras, ni burro de la infamia, ni sambenito, vela y corozo. Y si hubo algún problema se ventiló en Cartagena. Esto, sin embargo, es una explicación bastante simple. Si los aborígenes de Venezuela y de toda la costa antillana no ofrecían complicaciones religiosas, ¿se podía decir lo mismo de los negros esclavos que por miles llegaron de África a sustituir a los indios asesinados?
En modo alguno. Los negros de Angola y de la costa del Dahomey, de donde procede buena parte de la esclavitud, muy lejos de lo que se cree mostraban una cultura que aunque estaba a un siglo de atraso de Europa, tenía una gran vitalidad.
Sí en España, al igual que en los otros países europeos, la idea del Estado estaba asociado íntimamente a la religión, otro tanto sucedía en África, con el agravante de eran mucho más estrechos los vínculos entre el monarca y la religión.
Es cierto que la brujería criolla es una mezcla de las tres culturas: algo tiene de española, poco de indio, pero muchísimo de cultura negra.
“Mandinga”, término con que se conoce al Diablo en nuestro país, es de estirpe africana… lo mismo que los cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo, buena parte de nuestros platos criollos, de la música y de las supersticiones.
El negro esclavo, a diferencia de nuestros aborígenes, no era tierra virgen, sino ya labrada. De allí que los negros desde los primeros tiempos dieron mucho que hacer a las autoridades españolas; no sólo con sus ritos paganos, sino con sus constantes alzamientos armados. Eran la expresión de una cultura que no se doblegaba; y que había que meter en cintura, a como diese lugar.
De ahí que en 1570, a un año de haberse fundado en Lima, las autoridades españolas tienen que establecer la Inquisición en Cartagena de Indias, tal era el cúmulo de supersticiones y de herejías africanas que amenazaban echar por tierra la labor evangelizadora de los misioneros.
En 1610 la Inquisición de Cartagena alcanza la autonomía e inicia su acción con el Inquisidor Juan de Mañozca, una especie de Torquemada que inunda esta parte del mundo con su crueldad y obsesión por perseguir todo lo demoníaco.
Los negros, es cierto, se entregan en medio de la floresta, y especial en Tolú, a fiestas rituales un tanto disipadas, que Mañozca identifica con los aquelarres europeos. Escucha por primera vez el nombre del Demonio negro. Se llama Buzirago o Mandinga. “Juan Mañozca –escribe Pedro Gómez Valderrama en su excelente libro Muestras del Diablo--, impone su temible prestigio de ave carnicera.”
“En los largos años de su dominio –escribe más adelante--, fue implacable en el uso de la tortura. Las celdas se vieron recorridas muchas veces por el espectro sangriento del suplició”. Mañozca, paranoide sanguinario, reprime las herejías de los negros con feroz deleite. No oía razones: En idas y venidas pierde mucho el Santo Oficio en secreto y respeto.
Mientras Mañozca está en Cartagena, la Inquisición gira en torno suyo –afirma Gómez Valderrama-, y traduce su voluntad tan desaforado y cruel como la de nuestro Fray Mauro de Tovar, de quién parece gemelo y con el cual seguramente estuvo en contacto, ya que en 1636, a cuatro años de que llegue a nuestras playas el Terrible Obispo, era el terror de Cartagena.
Si este era el ambiente que imperaba en la Casa Matriz de la Inquisición venezolana, ¿por qué no hemos de pensar que otro tanto sucedió en nuestro suelo, y en especial cuando asentó sus reales entre nosotros Fray Mauro de Tovar? Esto constituye el segundo hecho en el que nos apoyamos. He aquí el tercero: Documentos descubiertos hace cuarenta años en Mérida, según nos refirió un historiador, abonan esta tesis de que la Inquisición en Venezuela ejerció una terrible represión. Como pueden ustedes inferir nos encontramos ante uno de los tantos capítulos de nuestra historia, donde sólo hay indicios, rastros y sospechas, y un promisor camino para la investigación.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!