Es factible, aunque improbable, que entre marzo y mayo de 1499, haya nacido de la unión de un marinero del "Descubridor" y de alguna india caribe algún niño mestizo en Venezuela. Sería este niño el primer venezolano en propiedad: La historia, sin embargo, no recoge este hecho.
Es probable que hacia el año de 1500 hayan venido al mundo los primeros niños venezolanos de la coyunda de los compañeros de Alonso de Ojeda, el primer europeo que recorrió nuestras costas, y de las bellas indígenas de Coquivacoa.
Hablando del Caballero de la Virgen, (como lo bautizó Isabel I, la Grande de Castilla) y de la india Isabel de quien se enamoró aquel locamente. Pero las crónicas tampoco dan información sobre la suerte de Isabel y de sus posibles hijos.
En 1510 se establecen en Cubagua los primeros españoles. Eran buscadores de perlas. Refiere el cronista Antonio de Herrera que los neogaditanos tuvieron intensa comunicación carnal con las indias de las inmediaciones, al igual que sus predecesores y seguidores, los cazadores de esclavos. Murieron miles de indígenas y nacieron cientos de niños por obra del amor o de la violencia. La historia, sin embargo, tampoco habla de ellos.
Pero en 1527, nace en Margarita un niño mestizo, con datos de filiación bien establecidos, y destinado a proyectarse en la vida de la incipiente colonia.
Se llamará Francisco Fajardo. Hijo ilegítimo de un capitán del mismo nombre y de una cacica guaiqueri de nombre Doña Isabel.
Francisco Fajardo es el primer venezolano oficialmente reconocido como tal, por más que abundasen los mozos y mozas nacidos de fugaces encuentros entre los barbados castellanos y las venustas y cobrizas indias del Golfo de las Perlas.
Si las generaciones son eslabones de treinta años en la cadena de la Patria, bien pudiéramos decir que Francisco Fajardo es la primera generación. En 1557 nace la segunda. En 1587 la tercera; y así sucesivamente hasta nuestros días.
Francisco Fajardo, el primer venezolano en la historia, fue muy desdichado. Aunque con el transcurrir del tiempo su tipo físico o racial se haría mayoritario, al comienzo era una excepción.
De un lado estaba una inmensa mayoría indígena que lo veía con recelo; del otro, un grupo minúsculo de españoles que, por detentar el poder, sentían lo mismo. Si los indios lo veían con recelo por ser mitad español, a los hispanos les pasaba otro tanto, añadiendo el desprecio a la desconfianza.
Si con el paso del tiempo Fajardo sería la expresión más acabada del ser venezolano, no es difícil imaginarse lo que sucedía cuando les decía a los españoles: ¡Yo soy español!
Españoles: (Despectivos) ¡Qué vas a ser español tú! ¡Tú eres indio…! Y cuando se confesase indio lastimado en su amor propio, le respondiesen: Tú no eres indio, sino español…
Es curioso e irónico por lo contradictorio, que la ausencia de identidad que padeció Fajardo a todo lo largo de su vida se transformase con el tiempo en todo lo contrario. Salvo uno que otro embozado racista, los venezolanos se sienten orgullosos de ser de la estirpe de Fajardo. Pero en aquellos tiempos fue su desgracia, a pesar de su talento, encanto personal y valor físico a toda prueba.
Su madre, doña Isabel, probablemente, fue la primera en comprenderlo; y señalarle otros parajes lejos de La Margarita, para su ánimo bizarro y ambicioso. No hagas caso, hijo, de las befas y mofas que te hacen gente como el canalla de Alonso Cobos. No se te olvide que soy nieta del Gran Cacique Charaima y todos los pueblos de Maya le rinden pleitesía. Vete hijo y verás cómo te ríe la fortuna. Aléjate de La Margarita y haz tuya la tierra de tus mayores.
Madre: Pero no puedo marcharme sin antes cobrarle a Alonso Cobos la afrenta pública que me ha hecho de llamarme perro mestizo.
Doña Isabel: A palabras necias —como dicen los castellanos— oídos sordos. El gavilán no come cucarachas. Alonso Cobos no es más que un criminal que tarde o temprano terminará en la horca.
No erró doña Isabel. La simpatía de Fajardo y su conocimiento de los dialectos regionales, más el hecho de ser bisnieto de Charaima, el gran cacique de la costa central, le abrió la buena voluntad de todos los indios de la región de Chuspa. Tanto fue su contento que volvió al poco tiempo a La Margarita y llevó a Panecillo su excelente y bondadosa madre, que fijó su residencia allí.
Pero si en La Margarita había hombres como Alonso Cobos que motejaba su ancestro indígena, entre los indios surgieron adversarios como el cacique Paisana, quien lo hostilizó desde el principio por su media sangre.
Luego de una serie de peripecias, Paisana levantó a los indios de la región contra Fajardo, y envenenó las aguas del poblado, lo que produjo la muerte de doña Isabel.
Fajardo ya había atravesado a pie, y con cinco compañeros, los doscientos kilómetros que lo separaban del Tocuyo. El gobernador Gutiérrez de la Peña lo nombró adelantado de toda la costa, desde Borburata hasta Maracapana, donde empezaba la Gobernación de Cumaná. Fundó el hato de San Francisco en Caracas y la actual Caraballeda.
Pero apenas se supo que la región de los Teques y de San Francisco era rica en oro, las envidias y resistencia que ofrecía su naturaleza hicieron que le arrebatasen la jurisdicción, quedando como simple Justicia mayor de la aldea marinera.
Murió asesinado hacia 1562, por su antiguo enemigo Alonso Cobos, Gobernador de Cumaná. Luego de invitarle a una cena, lo hizo prender en medio de ella, ahorcándole con sus propias manos. Su cuerpo fue colgado de la cola de un caballo y arrastrado por toda la ciudad.
Francisco Fajardo, como toda idea nueva, fue escarnecido y perseguido por los que se aferraban a un mundo inmóvil, sin percatarse —como siempre sucede— de que era el precursor de un hombre y de un mundo nuevo: el criollo, el mestizo, el venezolano.
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