El Castellano de La Guayra

Nos cuenta Don Francisco Herrera Luque: la Historia silenciada.

La Guayra, desde su fundación a fines del siglo XVI, más que un pueblo era una ciudad amurallada, coronada el cerro por ese pequeño castillo al que no le damos mayor importancia, a pesar de haberla tenido, y por varios siglos. Como todas las ciudades amuralladas y diminutas, estaba surcada de subterráneos que iban de un extremo a otro, dentro y fuera del perímetro urbano.

En esas especies de catatumbas, hoy desaparecidas, estaban las bóvedas o mazmorras donde se guardaban los prisioneros, como lo sufrió y describió el legionario británico Bowel, autor de Las Sabanas de Barinas. Eran tan espaciosas las dichas bóvedas, y por consiguiente la ciudad subterránea, que en 1814 los patriotas guardaban en ellas a ochocientos españoles, que como se sabe fueron salvajemente sacrificados en ese mismo año.

La Guayra subterránea era por consiguiente un verdadero dédalo o laberinto, que lo mismo servía a sus habitantes para ponerse a resguardo de la bombarda enemiga, como era el caso frecuente por parte de ingleses, franceses y piratas, como para meter en chirona a sus enemigos.

¿Qué sucedió con esas bóvedas, con esos caminos subterráneos que surcaban el puerto en todas las direcciones, llenas de historias, consejas y leyendas? Como dijimos en un comienzo, nadie lo sabe, o por lo menos no hemos tenido la suerte de encontrarnos con alguien que nos lo diga.

Por los momentos, nos parece de una desidia sin par que se hayan dejado perder estos vericuetos, quizás a causa de actos voluntarios de hacerlos desaparecer a nombre del progreso, o como efecto de derrumbes de origen sísmico o deslave, o de cualquier otra naturaleza.

En Caracas sucedió otro tanto. La ciudad capital estaba surcada de subterráneos. Según la tradición, había un largo túnel que, partiendo de las inmediaciones de la Plaza Bolívar, desembocaba por los lados del Cementerio de Los Canónicos. Por allí escapó el Gobernador Castellanos en 1749, cuando la insurrección de Juan Francisco de León.

Entre 1946 y 1948 se halló un espacioso túnel entre la Universidad y el Capitolio Federal, que databa de los tiempos coloniales. Cuando se remodeló el centro de Caracas, en esos años, los ingenieros se encontraron con muchos de esos subterráneos, a los que no le dieron importancia, como ha sucedido siempre entre nosotros con todo lo histórico. Se rumorea que en la actual construcción del metro de Caracas se han hallado sendas subterráneas, a las que, para evitar la intromisión de historiadores y antropólogos, se les ha echado tierra rápidamente.

La Guayra, a pesar de los innumerables ataques sufridos por los enemigos de España, era una ciudad inexpugnable. Aquella noche de 1680, algo extraño sucedía. Un hombre, pasadas las diez de la noche y en medio de una oscuridad absoluta, sube sigilosamente la calle empinada que lleva hacia el Castillo. Arriba los centinelas vocean sus consignas.

El misterioso merodeador, amparado por la oscuridad, a pequeños saltos se dirige hacia una ermita empotrada en el cerro, inmediatamente bajo la fortaleza. Con una llave abre el cerrojo y entra. Ya con paso firme se dirige a un pequeño altar; hace girar una manivela y el altar se desliza dando paso a una escalera de piedra casi vertical que parece conducir hasta la cima donde se halla el castillo. Su corazón palpita aceleradamente. Antes de adentrarse por el pasadizo secreto, vuelve sobre sus pasos para cerrar la puerta de hierro y colocar el altar en su sitio. Luego, con paso firme e iluminándose con una vela, asciende las escalinatas hasta llegar a una puerta de madera. El hombre golpea con sus nudillos por dos veces la madera en una señal convenida.

Al otro lado, una voz cantarina de mujer, asordinada por el tabique, pregunta alegremente: ¿Eres tú, mi amor? Sí chica, soy yo… abre de una vez que me sofoco. Otro altar casero disimulaba del lado de adentro la otra boca del pasaje secreto.

La mujer: emocionada ¡Mi vida, ya creía que no venias! Es que quise tener la seguridad de no encontrarme con nadie en la calle, como me sucedió la otra vez, Y tu marido, ¿cuándo regresa?

La Mujer: Esta tarde cogió el camino hacia Caracas; el Gobernador lo mandó llamar; parece que quiere darle nuevas instrucciones para mayor defensa del Castillo. Según le oí decir, anda por estos mares uno de los peores piratas del Caribe, uno que mientan Grammont…

Hombre: Es que la responsabilidad de tu marido es mucha. No es ninguna pistolada ser el jefe de la guarnición o castellano del Castillo de La Guayra.

Mujer: Será muy importante; pero ya estoy que no aguanto. Si no hubiese sido por ti, creo que me habría vuelto loca. Menos mal que el mismo gafo me reveló el camino secreto que entra y sale del castillo. Es un secreto que pasa de castellano en castellano, sin que nadie más lo sepa. Imagínate, es la seguridad de la fortaleza y de La Guayra. Pero déjate de zoquetadas y dame un beso.

Hombre: ¡Que de cosas tiene el mundo! Que yo, un pobre mulato, me esté acostando con la mujer del orgulloso don Nuño, Sargento Mayor de la Guayra y Castellano de la Fortaleza… ¿Tú crees que se imagina los cachos que le estoy poniendo? ¡No, niño! Olvídate de eso: A él lo único que le preocupa es servirle lealmente a su Majestad…

Hombre: Eso fue lo que precisamente le pasó a Grammont… Al pirata franchute que nombraste antes…; parece que por servirle tanto a su rey, éste se la quitó, y fue tal su despecho que se metió a pirata.

Mujer: Es que como dice el dicho: Quien tenga tienda que la atienda o la venda… ¿Quién lo manda, pues, a estar de brejetero buscando enemigos cuando tiene mujer joven y bonita a quien cuidar?

Hombre: Dicen que le ha cogido más rabia a las mujeres casquivanas que perro a gato legañoso. Dicen que cuando toma un pueblo, hace averiguaciones para saber qué mujeres les faltan a sus maridos, y sin pérdida de tiempo las hace ejecutar de inmediato…

Mujer: Hay, mi amor, no me asustes… que La Guayra está bien protegida… el franchute y mi marido andan lejos y tenemos toda la noche para nosotros…

Mujer: ¡Qué noche la que me ha hecho pasar ese bendito negro! Pero, como siempre, algo se tenía que dejar. Ahora dejó las pistolas…

(Golpes contra la puerta secreta) Mujer: ¡Ah, esta vez te acordaste! Espérate, pues, que ya te voy abrir.

Mujer: (Con expresión de espanto) ¿Pero, quiénes son ustedes? ¿Qué quieren? ¿Cómo llegaron hasta aquí?

Voz afrancesada: Muy fácil, mala mujer. Por el mismo camino que nos enseñó tu amante. Yo soy el pirata Grammont. Esos son mis hombres. Y aunque debería perdonarte la vida por habernos facilitado el camino, recibirás el mismo castigo que tu amante… Al fondo de la escalera te espera muy amoroso, pero sin cabeza. ¡Ea, dadle su merecido de una buena vez a esta pérdida!

La tripulación de Grammont, desembarcada durante la noche y ya avisada de las idas y venidas de la mujer del castellano, se filtró por el pasadizo secreto, se apoderó del castillo y también de La Guayra. Con excepción de tres o cuatro soldados que encontraron la muerte al oponerle resistencia, y de la mujer del castellano y de su amante, no hubo más actos de sangre. Luego de un día de saqueo, Grammont abandonó la plaza. Por obra de una mujer y de un pasaje secreto, como siempre sucede, La Guayra, por única vez en su historia, dejó de ser inexpugnable. Quizá desde entonces data la tradición castrense de no dejar vivir mujeres en los cuarteles.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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